El parabrisas, un elemento indispensable en los automóviles, es un invento cuya aparición es difícil de precisar. Aunque ya se habían visto algunos coches anteriores que lo utilizaban, su primera patente data de 1892, y se entiende en el contexto de la época: se debe a una mujer apellidada Doumayrou, que lo lanzó inicialmente como un complemento de belleza. Protegía el cutis de la suciedad del camino y también evitaba que las damas se despeinasen con el aire. Desde el principio, el parabrisas cosechó un gran éxito entre la mayoría los automovilistas que conducían los modelos de la época, de carrocería descubierta y expuestos a cualquier inclemencia. La publicidad pregonaba que la “luna ligera e irrompible, con su marco engalanado de flores o plumas realzaba el rostro de las damas y era uno de los más bellos complementos de belleza para las mujeres más elegantes, e indispensable para viajar en automóvil.” Algo parecido se pensó de la inglesa Dorothy Elizabeth Levitt, una apasionada de la velocidad, ya fuese por tierra, mar o aire, y la primera mujer en ganar una carrera automovilística -la prensa inglesa la llamó The fastest girl on Earth (La chica más rápida de la Tierra), cuando en 1909 recomendaba llevar un pequeño espejo de mano para ver la zona que se encuentra detrás del vehículo (el espejo retrovisor de toda la vida). Lamentablemente, muchos interpretaron que aquella idea respondía a la coquetería femenina y que nada aportaba a la conducción. Habría que esperar algunos años para que los constructores de automóviles los incorporasen de serie.
Pero, a medida que los coches aumentaron su potencia y velocidad y se hicieron más numerosos circulando por la carretera, el «coqueto accesorio» se fue convirtiendo en una peligrosa amenaza mortal en caso de accidente. Tras una colisión, los fragmentos de vidrio causaban graves heridas a los pasajeros al salir despedidos o, peor aún, la cabeza atravesaba el parabrisas y este se convertía en un collar de cristal de nefastas consecuencias. La solución al problema, que alimentó el pánico a viajar en automóvil y generó demandas contra los fabricantes, llegó por casualidad. Al científico francés Edouard Benedictus se le cayó al suelo un matraz de vidrio usado en sus experimentos y, ante su asombro, no se rompió en pedazos: el recipiente había contenido nitrato de celulosa, que formó una película que evitó la fragmentación. Benedictus ideó así un cristal laminado, más resistente, compuesto de dos capas de vidrio que contenían en su interior otra de celulosa. Lo patentó en 1909 y pronto encontró su primera aplicación práctica en las gafas de las caretas antigás de la I Guerra Mundial y también desde entonces en las de los aviadores y motoristas. Pero estaba claro que el parabrisas era un elemento necesario para el automóvil. Y Henry Ford, el primer gran fabricante mundial, encargó a su ingeniero Clarence Avery el perfeccionamiento del cristal laminado inventado por Benedictus, que presentaba el inconveniente de que, con el tiempo y la exposición al sol, se oscurecía. Con el problema resuelto, hace justo un siglo, en 1921, Ford ya empezó a ofrecer en sus coches el parabrisas de cristal laminado como una opción para sus modelos y, cinco años después, fueron montados de serie a en todos sus modelos. Y las ventajas pronto se pusieron de manifiesto. Al montar este tipo de lunas, el cristal ya no se fragmentaba en los accidentes, evitaba que los pasajeros salieran despedidos por las ventanillas y, al ser más resistentes, reforzaban la estructura de la carrocería evitando que se deformase en caso de vuelco. Además, su tecnología siguió perfeccionándose con los años.
¿Y quién inventó el parabrisas?
Antes de nada, habría que decir que, afortunadamente, este invento fue posterior a la aprobación de la Ley de Patentes de 1790 en EE.UU, porque hasta ese momento las mujeres no podían registrar patentes a su nombre. Al considerarse el registro de una patente una propiedad intelectual, y las mujeres tener prohibido ser titulares de propiedades, directamente los inventos o no se registraban o se registraban con el nombre, por ejemplo, de sus maridos. Como le ocurrió a Sybilla Masters en 1715, ya que aunque fue la inventora de la mecanización del proceso de limpieza del maíz, una alternativa mucho más rápida y eficaz que el procedimiento manual, la patente se registró a nombre de Thomas Masters, su marido. Lo que nos tendría que llevar a pensar en el número de inventos que la historia y, sobre todo, los registros de patentes, han atribuido a hombres cuando la realidad es que salieron de las mentes de brillantes mujeres.
La inventora del limpiaparabrisas fue la estadounidense Mary Anderson. Después de una visita a la ciudad de Nueva York en el invierno de 1902, y comprobar las dificultades que tenían los conductores en los días de lluvia y nieve -tenían que parar para limpiar el parabrisas-, contrató a un diseñador para materializar su idea: un dispositivo de accionamiento manual desde dentro del vehículo que mantuviese limpio y despejado el parabrisas. En 1903 se le concedió una patente de aquel primer limpiaparabrisas. Lamentablemente, nadie le financió la producción del invento, ni nadie le compró los derechos de explotación. Después de 17 años, dejó de pagar la patente y sus derechos expiraron, y, por extrañas casualidades de la vida (¿?), al poco tiempo los fabricante de vehículos Cadillac y Ford incorporaron de serie el limpiaparabrisas en sus vehículos y su inventora no obtuvo ningún tipo de reconocimiento y, claro está, ni un centavo.
Muy buen artículo. Solo un pequeño comentario: el subtítulo debería ser «¿Y quién inventó el limpiaparabrisas?»
Saludos,