Finalizada la Primera Guerra Mundial se estableció un nuevo orden mundial, en el que los Estados Unidos, como potencia militar y económica, pasó a convertirse en el mayor productor y exportador del mundo. Los beneficios obtenidos del exterior aumentaban dí­a a dí­a, y Wall Street decidió dar un giro a su polí­tica e invertir en el mercado interior (el colapsado mercado europeo ya no podí­a absorber toda la producción). Esta inyección económica hizo aumentar el precio de las acciones que cotizaban en Bolsa. Las ganancias aumentaban desproporcionadamente y nadie se querí­a quedar fuera. Todos los ahorros de la clase media fueron a parar a Wall Street, los bancos concedí­an créditos para comprar acciones, incluso alguien llegó a decir:

todos los americanos se pueden hacer ricos en la Bolsa

La Reserva Federal avisó a los bancos que controlasen la deuda, pero no hicieron caso. Nadie querí­a echar el freno. La especulación hizo subir los acciones hasta que la burbuja estalló el 24 de octubre de 1929 (Jueves Negro). Se dieron millones de órdenes de venta de acciones pero ya nadie podí­a comprarlas, el pánico cundió y la Bolsa se desplomó (Lunes y Martes Negros). La gente acudió a los bancos para recuperar sus ahorros, pero no habí­a dinero (estaba invertido en las acciones y créditos). Los bancos fueron cayendo como un castillo de naipes, las empresas comenzaron a cerrar y el desempleo se extendió por todo el paí­s. Fueron los años de la llamada Gran Depresión… y de esta historia.

Con un mercado laboral precario, temporal y con poca oferta, a muchas personas no les quedó más remedio que abandonar sus hogares, coger un hatillo y buscar trabajo de lo que fuese y donde fuese. A estos trabajadores nómadas y transitorios se les llamó «hobos«, una especie de vagabundos laborales. Y digo laborales porque no habría que confundirlos con nuestro concepto de vagabundo, un errante que va de un lugar a otro sin asentarse en ninguno y vive de la caridad. Estos vagabundos iban de aquí para allá buscando la oportunidad de ganar unos dólares. Cubiertas sus necesidades, normalmente la comida y poco más, el resto de lo que ganaban era para enviar a sus familias. Lógicamente, la retribución por sus trabajos era escasa, por decir algo, así que debían buscarse la vida para ahorrar, desde colarse en trenes de carga para viajar gratis hasta rapiñar algo de comida en campos o mercadillos, con el riesgo de ser detenidos por la policía o, peor aún, encontrarse con un agricultor con malas pulgas y su escopeta.

Y repitiéndose aquello de que los más necesitados son los más solidarios, entre ellos se ayudaban en todo lo que podían. Así que, crearon el Código Hobo, un lenguaje secreto para advertir de peligros, viajar de forma segura, facilitar la estancia o, simplemente, para dar la bienvenida a otros vagabundos que pasasen por allí. Además, trataron de que aquel lenguaje de símbolos, tipo jeroglíficos, no llamase la atención y pasase inadvertido para el resto de mortales, por lo que utilizaron líneas, círculos y gráficos muy básicos. Aquí tenéis algunos de ellos…

Y algunos más un tanto curiosos:

Aquí vive una señora amable

Aquí vive una señora con arma

Aquí vive un señor con arma

Sin límites