Si hablamos de golpear con una bola de piedra algún objeto, el origen del juego de los bolos se remontaría hasta… ni idea. Pero si hablamos de un recinto habilitado para lanzar unas bolas a través de un carril, entonces podemos situarlo en el Antiguo Egipto.

A finales del siglo XIX, el arqueólogo Flinders Petrie trabajaba en un cementerio en Naqada, una ciudad en la orilla del Nilo, y en una de las tumbas encontró un juego de bolas de piedra y nueve vasijas de igual tamaño. El conjunto está datado hace más de 5000 años. ¿Serían para jugar a los bolos?

Gracias a los descubrimientos de arqueólogos de la Universidad de Pisa (Italia) en unas excavaciones al sur de El Cairo, en el asentamiento de Narmoutheos, se descubrió lo que podríamos llamar una bolera. La habitación era parte de una estructura, quizás un edificio residencial, que databa de la época romana, específicamente entre los siglos II y III. Se trata de una amplia sala en la que hay un carril de unos 4 metros de largo, 20 centímetros de ancho y una profundidad de 10 centímetros con un agujero en el centro, y bajo el agujero una jarra de terracota llena de arena fina parcialmente. Aunque no se han encontrado restos de sandalias para cambiarse, sí se hallaron bolas de dos tamaños: una que se ajustaba perfectamente para rodar por el carril y otra de menor tamaño que encajaba en el agujero.

Tirando de imaginación, la investigadora Edda Bresciani se atrevió a conjeturar cómo podría ser el juego: dos jugadores se situaban a ambos lados del carril, uno intentando meter la bola pequeña en el agujero -que se podría recuperar fácilmente de la vasija- y el otro trataría de evitarlo con la grande. Cada jugador se turnaría para lanzar la bola más pequeña, que determinaba el ganador del «punto». Obviamente, el ganador de la «partida» sería el que más veces hubiese embocado la bola pequeña.

Unos bolos con técnica de boliche y petanca.

Ilustración: Xurxo Vázquez