En el 480 a.C., ante el avance de rey persa Jerjes hacia Grecia, el general ateniense Temístocles propuso que la alianza griega bloqueara el paso del ejército persa en el angosto desfiladero de las Termópilas y, a la vez, inmovilizar a la flota enemiga en el estrecho de Artemiso. De esta forma se protegía el acceso terrestre y naval hacia Ática y el Peloponeso. A lo largo de tres días de combate, los griegos resistieron ante una flota persa mucho más numerosa, sufriendo un importante número de bajas. Sin embargo, cuando Leónidas y sus trescientos espartanos cayeron —la historia ha olvidado a los setecientos tespios y cuatrocientos tebanos que cayeron en dicha batalla—, Temístocles decidió retirarse. Con la vía terrestre hacia Atenas libre, de nada servía seguir sacrificando la flota helena. En aquel triunfo persa, por retirada de su oponente, destacó Artemisia I de Caria, la única capitana de la flota persa.
Aunque griega —nació en Halicarnaso y era la regente de Caria (región situada al sudoeste de la actual Turquía)—, luchó junto a los persas. Algo tendría esta mujer para que, incluso traicionando a los suyos y aliándose con Jerjes, hasta su paisano Heródoto la elogiase por su astucia y pericia. De haber seguido sus consejos, la historia habría sido otra. Tras arrasar Atenas, que no a los atenienses porque habían sido evacuados, los persas pusieron rumbo a la isla Salamina, donde la flota aliada se había refugiado. Aunque los ojos inyectados en sangre de Jerjes ya hacían presagiar la decisión que iba a tomar, todos los capitanes aconsejaron al soberano persa atacar ya… excepto Artemisa, que recomendaba prudencia. Nadie le hizo caso y pasó lo que tenía que pasar. Los persas cayeron en la trampa de Temístocles y la flota aliada griega infligió una severa derrota a los persas.
En Salamina, Artemisa, al mando de cinco barcos, tuvo que tirar de ingenio para salir airosa de una situación crítica. En el fragor de la batalla, su barco se encontró bloqueado por varios navíos persas y, a la vez, una embarcación griega puso rumbo a su nave para embestirles; así que la capitana ordenó cambiar su pabellón, izar la bandera griega y embestir a un barco persa. El barco griego pensó que era de los suyos y cambió de rumbo en busca de otro barco enemigo, momento que aprovechó la capitana para recuperar el pabellón persa y seguir luchando.
En la batalla de Salamina hubo también una protagonista que ha quedado olvidada por la historia: Hydna de Scione. Hydna era hija de Scyllis de Scione, una especie de instructor de buceo. En casa de Scyllis no se cumplió el dicho de «en casa del herrero, cuchillo de palo», porque pronto la hija superó al padre en el arte del buceo. Recordemos que años más tarde, en la Antigua Roma, aparecerá el primer cuerpo de buceadores profesionales de la historia: los urinatores, un cuerpo dentro de las legiones que, además de las rigurosas pruebas y el normal adiestramiento para el combate, recibían un entrenamiento específico para sus operaciones acuáticas y subacuáticas. Entre sus labores en tiempos de guerra destacaban las operaciones de sabotaje (cortar el ancla o las amarras, hacer encallar los barcos colocando obstáculos bajo el agua…), transporte de pequeños objetos, espionaje e incluso como correos. Pues bien, Hydna y Scyllis ya ejercieron de urinatores porque, según el historiador y geógrafo griego Pausanias, antes de que la flota persa se dirigiese a Salamina, mientras decidían qué hacer, en plena tormenta padre e hija bucearon hasta las embarcaciones enemigas y cortaron los amarres y las cuerdas de las anclas, provocando que varias naves encallasen y otras se dañasen chocando entre ellas. Por tal hazaña, erigieron estatuas de ambos en Delfos.
Tras la derrota, un Jerjes enfurecido, y en referencia al valor de Artemisa, exclamó:
Mis hombres se han comportado como mujeres, mientras que las mujeres han luchado como auténticos hombres.
El rey persa, ahora sí, decidió seguir el consejo de su capitana y se retiró dejando gran parte de su ejército bajo el mando del general Mardonio con las órdenes de completar la conquista de Grecia. Sin embargo, al año siguiente fueron derrotados en la batalla de Platea y la armada persa en la batalla de Mícala, junto a la isla de Samos. Sería la última vez que los persas intentasen tomar Grecia.
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Hola Javier, un comentario atrasado: el cuadro que representa la batalla tiene una divergencia con lo que los historiadores de náutica dicen: las velas eran sólo auxiliares de navegación, para dar descanso a los remeros cuando el viento era favorable. Antes de entrar en batalla se arriaban e incluso se desmontaban los mástiles, para evitar riesgos de incendio por flechas incendiarias y para no obstaculizar el tiro de los arqueros propios. Un abrazo. René