La devotio ibérica fue una costumbre de los pueblos prerromanos (iberos, celtas, cántabros, celtíberos, lusitanos…) a través de la que un guerrero (devotus) engrosaba la clientela de un personaje importante (patronus), comprometiéndose a defenderle y a no sobrevivirle en el combate. Se cree que existía algún tipo de ritual o ceremonia para su consagración, pero se desconoce en qué consistía. Los devoti debían defender a su patronus hasta la muerte, y si fracasaban, debían quitarse la vida. Claros ejemplos de la puesta en práctica de esta figura son Sagunto, Numancia y las guerras cántabras. Los cartagineses y lo romanos sufrieron sus consecuencias, pero más tarde supieron aprovecharse de ella. Sabían que matando a los caudillos tenían ganadas las batallas o utilizándolos como rehenes tendrían la lealtad de sus súbditos. Así que, las tribus prerromanas se aliaban con unos u otros dependiendo del viento que soplase con más fuerza. Caso extremo de estas alianzas fue el de Indíbil, el rey de los ilergetes (tribu ibera que ocupaba buena parte de las actuales provincias de Lleida y Huesca).

En un principio, Indíbil optó por apoyar a los cartagineses. Su pacto con Cartago le obligó a ponerse bajo el mando de Hannón, el comandante púnico que Aníbal Barca dejó para controlar Hispania mientras él emprendía su legendaria campaña italiana. Lo que no calculó Indíbil fue que la guerra entre Roma y Cartago se extendiese tan pronto a Hispania, y menos que un experto militar, Gneo Cornelio Escipión, recién desembarcado en Ampurias, le plantase batalla a Hannón al frente de sus dos legiones y le derrotase frente a Cissa, un lugar muy próximo a la actual Tarragona. El revés púnico fue considerable: seis mil muertos y dos mil capturados, incluidos el propio Hannón e Indíbil. Asdrúbal Barca, que llegó tarde a la batalla con sus refuerzos, no pudo más que hostigar a la flota romana y mantener el Ebro como límite natural entre ambas potencias. La liberación de Indíbil supuso la entrega de tributos y rehenes ilergetes a Roma, siendo expulsados de buena parte de los territorios que hasta el momento regía. Al año siguiente reanudó sus operaciones propúnicas hostigando a varias tribus celtíberas afines a los intereses de Roma. Su renovada alianza con Asdrúbal le dio rienda suelta para expandir su poder entre otros régulos vecinos menos belicosos, y más tras la derrota y muerte de los dos Escipiones en Cástulo e Ilorci (Jaén). La amistad cartaginesa no fue gratuita para el oligarca ilergete. Tuvo que entregar una buena cantidad de plata y a su propia esposa como rehén.

Quizá cansado de la infinita codicia del Bárcida, o quizá atento al cambio de vientos que se estaba produciendo en Hispania, en el 209 a.C. Indíbil pactó con Publio Cornelio Escipión, hijo de uno de los Escipiones y nuevo legado enviado por el Senado de Roma para atajar el problema púnico. El romano aglutinaba bajo su mando a muchos iberos deslumbrados por su buena fortuna, algo que quizá decantase a Indíbil a cambiar de lealtades. La ayuda ilergete llegaría a cambio de la devolución de los rehenes que seguían en manos de Asdrúbal y la confirmación de su condición de rey vasallo de la República una vez Cartago fuese expulsada de Iberia.

No se saben con certeza las causas, puede que los iberos viesen que Roma era un león vestido de cordero, o quizá los agentes bárcidas sobornasen a los régulos indígenas, pero el caso es que solo un año mantuvo su nuevo pacto de fidelidad a Roma, pues en el 208 a.C., de nuevo Indíbil forma junto a los aliados iberos en las filas de Asdrúbal. La batalla de Baécula se saldó, como la de Cissa, en contra de los intereses de Cartago. Asdrúbal consiguió huir, los púnicos fueron derrotados, otra vez Indíbil fue capturado y liberado a cambio de grandes tributos.

Indíbil y Mandonio

A la tercera no fue la vencida. El año siguiente, Indíbil secundó una nueva revuelta hispana contra Roma fomentada por el cartaginés Magón. Otro régulo ibero, Mandonio de los ausetanos , que quizá era su cuñado, también acudió a la batalla que se libró en el 206 a.C. y que supuso el afianzamiento definitivo de Roma en la península. Escipión y su fiel Gayo Lelio masacraron a veinte mil sublevados en un angosto valle indeterminado de la Sedetania. Esta vez, Indíbil y Mandonio consiguieron huir. La salida de Escipión hacia África dio alas de nuevo a la terquedad del régulo ilergete. Una vez más se alzaron los descontentos contra Roma, y  fueron derrotados nuevamente; Indíbil cayó en combate y Mandonio fue entregado a los romanos como parte de la rendición incondicional, muriendo ejecutado poco después.