Julio César es el personaje más famoso de Roma y uno de los más conocidos de toda la historia. Militar y político brillante, consiguió significativos logros en ambos campos, pero también se han originado en torno a su figura algunas leyendas más propias de la fantasía que de la realidad, que el imaginario popular ha ido aceptando sin cuestionar.
La cesárea
Durante mucho tiempo se atribuyó el origen del término cesárea a Julio César por haber sido el primero en nacer mediante este método. Para bien o para mal, no es cierto. Como todos sabemos, la cesárea es un tipo de intervención en el que se practica una incisión quirúrgica en el abdomen y en el útero para extraer al bebé, normalmente por problemas en el parto o por mutuo acuerdo entre el médico y la futura madre. Este método ya se conocía en Roma, pero a la madre de Julio César no se le practicó una cesárea… porque sólo se utilizaba en los casos en los que había fallecido la parturienta, y Aurelia, su madre, murió cuando Julio César tenía 45 años. Si el parto en sí ya suponía un riesgo para la madre, practicar una intervención quirúrgica en esta época, con las posibles y frecuentes infecciones, suponía un mayor riesgo.
La corona triunfal
El triunfo era una ceremonia para celebrar el éxito de una campaña militar en el extranjero. Ese día, el general victorioso lucía una corona de laurel (corona triunfal) y desfilaba montado en un carro por las calles de Roma con su ejército sin armas, los prisioneros y el botín de guerra. Julio César, después de entrar triunfante de su campaña en la Galia, pidió al Senado permiso para llevarla permanentemente. Como el día del triunfo/desfile eran tratados como reyes, casi divinidades, se pensó que la petición de Julio César tenía que ver con sus aires de grandeza, su casi endiosamiento. Y no digo que no los tuviera, que los tenía, pero los motivos de Julio César eran más terrenales: le acomplejaba enormemente su calvicie, y de esta forma la disimulaba. Por cierto, el Senado accedió a dicha propuesta y por eso en muchas representaciones aparece «laureado».
Emperador
En demasiadas ocasiones se le denomina como emperador, pero nunca lo fue. Se autoproclamó dictador, un cargo recogido en la legislación de la República sin las connotaciones de la actualidad. Para evitar los abusos de los tiempos de la monarquía, durante la República se decidió nombrar dos cónsules, el magistrado de más algo rango, además de disponer que cada uno tuviera veto sobre las decisiones del otro o que gobernaran sólo durante un año, pero el Senado, en determinados momentos de urgencia y crisis, podía entregar todo el poder a una sola persona durante un breve espacio de tiempo (normalmente un año). Julio César fue un poco más lejos: se proclamó dictador para 10 años, algo que, lógicamente, se interpretó como que quería aferrarse al poder y gobernar como un rey.
«Tú también Bruto, hijo mío»
Si “Alea iacta es” es una de sus frases más conocidas, puede que la más conocida sea la que dijo cuando fue asesinado por un grupo de conspiradores en nombre de la República: “¡Tú también, Bruto!” o “¡Tú también Bruto, hijo mío!”. Con interrogante o con admiración… pues ni con interrogante, ni con admiración. Según la creencia popular Julio César se refiere a su ahijado Bruto, el hijo de su amante Servilia, asombrado de que también participe en la conjura contra él y sea uno de sus asesinos. Julio César fue atacado por los conspiradores, trató de defenderse e hirió a varios de ellos, y después de recibir 23 puñaladas, sintiéndose morir, se cubrió la cabeza con su túnica en un último esfuerzo por mantener la dignidad y cayó a los pies del pedestal de la estatua de Pompeyo. Nada más… Es más fácil que sus últimas palabras fuesen Aggghhh, «muero» o algún insulto o improperio del tipo «sois unos cabrones«. La frase que nos ocupa parece más propia del último acto de un drama o una tragedia para terminar por todo lo alto con una frase para la posteridad. Y efectivamente así fue, porque la frase quedó inmortalizada en la obra Julio César, la tragedia escrita por Shakespeare. Y desde aquel momento todo el mundo la ha puesto en su boca.
Un placer siempre leer tus comentarios y enseñanzas sobre la historia.
Muchas gracias Carmen
Se aprende de una manera amena. Felicitaciones
De eso se trata. Gracias
Se supone que “Alea iacta es” lo dijo cuando acababa de cruzar el Rubicón. Se supone =)
Nunca sabremos con certeza cual fue su última frase, pero lo que si sabemos, es que realmente fueron unos cabrones…
Salud