El año próximo podremos hacer algo que solamente se puede realizar cada cuatro años. El año que viene podremos dormir la siesta durante un año bisiesto. Y es que la siesta y los bisiestos tienen en común su étimo. Esa dulce recaída en los brazos de Morfeo recibe el nombre de siesta porque coincide con la hora sexta romana, que equivale a nuestro mediodía y era el momento en que un romano tras el prandium (almuerzo) se tumbaba un rato a descansar. El día, período de luz solar, estaba dividido en doce horas y la sexta evolucionó a nuestra siesta.

Siesta

Y ahora vamos con los años. Cuando Julio César, en calidad de Pontífice Máximo abordó la reforma del calendario, introdujo un día adicional cada cuatro años para compensar y ajustar los ciclos solares. Ese día añadido ya se fijó en el mes de febrero, que tradicionalmente era el último del calendario romano, pero no como 29, sino que se intercaló entre el 24 y el 25 de ese mes. Los romanos calculaban el tiempo a partir de tres días en cada mes: las Kalendas (el día 1 de cada mes), las Nonas (el día 7 de marzo, mayo, julio y octubre y el día 5 en los demás meses) y los Idus (el 15 de marzo, mayo, julio y octubre y el 13 en los demás). Toda fecha que pasase de los Idus se contaba en días que faltasen para las Kalendas del mes siguiente, incluyendo el día de origen y las Kalendas de destino; por tanto, el 24 de febrero era el ante diem sextum Kalendas Martias o lo que es lo mismo, el día sexto hasta el 1 de marzo; una especie de día 24 repetido. El día extra intercalado cada cuatro años recibía el nombre de ante diem bis sextum Kalendas Martias, lo que quiere decir el segundo día sexto hasta el 1 de marzo.

Y de ahí, de ese día bis sextum, es de donde surge nuestra forma bisiesto.

Colaboración de Rubén Ríos Longares