Nuestro archienemigo de hoy es uno de los déspotas asiáticos que fueron deliberadamente ninguneados por las fuentes clásicas. Su padre fue quien gestó un nuevo Imperio que, bajo su férrea mano, consiguió desplazar a los partos y hacer tambalear a la mismísima Roma. Durante su mandato se produjeron tres puntos de inflexión que marcarían el devenir del Imperio Romano.

Decimoséptima entrega de “Archienemigos de Roma“. Colaboración de Gabriel Castelló.

Sapor nació en el 215 de nuestra era y fue el primogénito del rey Ardhasir I, concebido, según algunas leyendas, por una princesa arsácida. Prácticamente, desde el desastre de Marco Licinio Craso en Carrhae (llanura de Harrán, Turquía) en el 53 a.C. frente a los partos, la frontera oriental se había mantenido estable. Fue Ardhasir quien borró de la Historia a los jinetes que humillaron a la República durante años, sustituyendo su control irregular del territorio por una forma de gobierno despótico similar a la tradición aqueménida. Por lo tanto, su deseo de expansión y de consolidación nacional tenía un claro obstáculo: Roma.

Sapor

Las campañas de Ardhasir contra Roma fueron confusas y poco abordadas por los historiadores del momento, obteniendo algunas victorias y derrotas irrelevantes a nivel político y fronterizo. Fue durante esta guerra cuando Sapor sustituyó a su padre al frente de la corona persa. Timesiteo, antiguo preceptor, prefecto y suegro del emperador Gordiano III, desmanteló las ansias expansionistas del joven rey en el 243, viéndose obligado a abandonar los territorios de Mesopotamia que había ocupado.

Como era de esperar en tan convulsos tiempos, la fortaleza romana se desvanecía como las dunas del desierto según presionase tal o cual tribu en los limes de Europa. Timesiteo murió en extrañas circunstancias, al igual que su joven yerno, tomando la púrpura un pretoriano ambicioso conocido por Filipo el Árabe, que, a su vez, también murió tras la batalla que sostuvo con Decio, legado de las legiones de Danubio y encumbrado por sus hombres a la púrpura imperial. Los godos cruzaron el Danubio en el 251 y en el enfrentamiento entre las legiones y los bárbaros en el pantano de Abrito (Razgrad, Bulgaria) murió el emperador Decio. Era la primera vez que un regente romano caía en combate contra tribus bárbaras. Primer punto de inflexión.

Toda esta debilidad interna y externa dio alas a Sapor para retomar el plan expansionista que tuvo que abortar su padre. Por ello, siendo por entonces ya emperador Valeriano, inició una nueva campaña que asoló la provincia de Siria, llegando a saquear Antioquía, ciudad populosa y próspera, una de las tres grandes capitales del Imperio junto a Roma y Alejandría. Era la primera vez que una gran ciudad amurallada era asaltada por un ejército extranjero. Segundo punto de inflexión.

Armenia cayó bajo su control y el rey Tirídates II tuvo que refugiarse en Asia Menor. A pesar de tener el limes danubiano hecho trizas, Valeriano acudió a Oriente preocupado por la virulencia del nuevo rey persa (tengamos en cuenta que godos o sármatas eran “bárbaros” de segunda división frente a los persas, crueles y refinados según la sesgada visión griega)

Sociedad Persa

Valeriano recuperó Antioquia en el 257, pero una nueva incursión goda en Asia Menor le hizo suspender la campaña persa, que reanudó en el 259 marchando contra Sapor, quien, por entonces, se encontraba asediando la ciudad Siria de Edesa (sureste de Anatolia, Turquía). En una de las acciones más ignominiosas de la época, el emperador cayó en una trampa, quizá urdida por su prefecto Macrino, y fue hecho preso por los persas. Hay fuentes contradictorias sobre su destino final. Algunos historiadores narraron su muerte en Edesa, mientras que otros defendieron que Valeriano fue llevado a Persia como rehén de Sapor y un año después de su captura, se le hizo beber oro fundido y su piel despellejada se exhibió como trofeo en el gran templo de Gundev-Sapor, una nueva ciudad cerca de la antigua Susa. Las fuentes persas defienden esta segunda versión. Valeriano fue el primer emperador en caer prisionero de una nación bárbara. Tercer punto de inflexión.

Cuando todo parecía perdido para Roma, hizo aparición un aliado del que ya hablamos en su momento, Odenato de Palmira (el esposo de la futura reina Zenobia), recuperando el territorio perdido en Siria y Asia Menor e incluso capturando el serrallo del propio Sapor. La intervención de Odenato marcó el final de su expansión en el Oriente romano. Contentándose el rey persa con mantener la frontera en el desierto de Mesopotamia, dedicó el resto de su reinado a fortalecer el Este, consolidando un estado que perduraría cuatrocientos años, el Imperio Persa Sasánida.

Quizá uno de los cortesanos más apreciados por el rey persa fuese Mani, un visionario sincretista cuya doctrina, el maniqueísmo, caló hondo entre la población de Egipto, Siria, Palestina y Asia Menor. El propio rey y su primogénito fueron seguidores suyos, enfrentándose con ello a la casta de magos fieles al reformador Zoroastro y fieles al dios Ahura Mazda. Sapor se sentía heredero de la tradición aqueménida, hizo esculpirse en piedra junto a los grandes reyes persas montado a caballo mostrando a Valeriano postrado frente a él y sus inscripciones no dejaban dudas de su presunción y de su sentimiento de ser el Rey de Reyes, a pesar de que su reino se había reducido en tamaño en comparación al territorio que llegó a controlar su padre:

Adorador de Sapores, rey de los reyes arios y no arios, nieto del rey-dios Papak

Sapor y Valeriano

Casado con la princesa Gurdzad, su hijo Ormuz I, en aquel momento gobernador de Jorasán (actual noreste de Irán), heredó el trono cuando Sapor murió en el 272. Ormuz reinó un año y diez días, siendo sucedido por su hermano Bahram I, mazdeísta declarado y enemigo acérrimo del profeta Mani. Fue el instigador de su ejecución en el 276.

Para leer buenas novelas de ficción ambientadas en esta época, recomiendo encarecidamente “Ardhasir” y “Puertas de Seda” de Olalla García, así como “La Prisionera de Roma” de José Luís Corral o “El Imperio de los Dragones” de Valerio Massimo Manfredi.