Con frecuencia, en todas las lenguas, asistimos al origen de nombres comunes que proceden de nombres propios. Ya se vio aquí el caso de la manzana, y es muy habitual pedir en los bares un refresco de cola mediante una marca, tomarse un aperitivo de Turín por un vermut y llamar a los yogures mediante una famosa empresa de productos lácteos. Así pues, podemos rastrear un poco más atrás y asistiremos a este mismo fenómeno en épocas más arcaicas.
Pues bien, cuando visitamos una ciudad, solemos acudir a ver algunos museos; y esta palabra tan común, museo, resulta que en su origen es un nombre propio. En la mitología griega, nueve eran las Musas encargadas de las Artes. Eran hijas de Zeus y Mnemósine (el Recuerdo o la Memoria, como nuestra amiga Juno Moneta, con la misma raíz indoeuropea *men-). Sus altares recibían el nombre de Mouseion, en griego, de donde surge nuestra palabra museo, a través de la latina museum, que pervive hoy en día en el inglés, por ejemplo.
Todos estamos destinados a la muerte, cierto. Pero no todos seremos enterrados en un mausoleo. Bajo este término, designamos hoy en día un enterramiento suntuario y le debemos el nombre al rey de Halicarnaso, Mausolo, (reinó sobre el siglo IV a. C.) que cuando le llegó su hora fue depositado en un monumento de singular belleza pues quería que todos los que por allí pasasen le recordaran. Por cierto, que fue una de las siete maravillas del Mundo Antiguo.
Otro ejemplo, también maravilla de la antigüedad. Corría el siglo III a.C. y en la oscuridad de la noche, una luz guiaba a los barcos hacia el puerto de Alejandría pues Ptolomeo II había mandado construir una torre donde un fuego sirviese de referencia a la navegación. Y esa torre se construyó en una isla, en la isla de Faros. Y así, por el nombre propio de la isla donde se construyó esa torre, se designó a todas las posteriores que cumplieron y cumplen todavía tan loable misión: los faros.
También tenemos testimonios en época romana. Cuando Augusto se alza con el poder, se rodea de una serie de personas que le ayudan en sus labores reformistas de la sociedad, siendo su amigo Cayo Cilnio Mecenas el que desarrollaría su labor en el mantenimiento de las artes, y sobre todo, de los poetas, pues fue el benefactor de Virgilio y Horacio, a quien le regaló hasta una villa, entre otros destacados poetas, dando lugar al llamado Círculo de Mecenas, y a designar, actualmente, a una persona que colabora de manera altruista con la cultura, generando hasta derivados como mecenazgo.
Incluso en la literatura castellana podemos encontrar otros nombres propios que han servido para designar otras realidades, pues llamamos lazarillos a quienes guían a personas invidentes, a partir del nombre del protagonista del libro La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades, y todo por su primer amo. Por no mencionar a nuestro Quijote.
Quiero hacer algo que por vagancia no hice antes. Agradecerte! Hace tiempo que te sigo y da gusto leerte. Al ser «divertido» uno lee con ganas, aprende y asimila. Nuevamente GRACIAS! Un abrazo desde Tucumán, Argentina.
Mil gracias a ti Victor.
Se me viene un par de ejemplos a la cabeza, que imagino habrán seguido un proceso similar, y es el agua perfumada, agua de Colonia o colonia a secas, que asumo toma el nombre de la ciudad alemana. O el jamón cocido, que comúnmente se le puede conocer como jamón de York…
Muchas gracias por tu blog, es muy instructivo a la par que entretenido.
Un saludo.
Muy buen artículo. Podemos decir que los nombres propios de estos lugares, tuvieron una gran influencia del mundo antiguo.
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