Hoy en día con el Global Positioning System (GPS) no tiene ningún misterio conocer la localización exacta de un coche, un barco o de nosotros mismos, pero siglos atrás…

La localización exacta de cualquier punto sobre la superficie terrestre se establece con las coordenadas geográficas determinadas por la latitud (distancia entre un punto y el paralelo Ecuador, Norte y Sur) y la longitud (distancia entre un punto y el meridiano Greenwich, Este y Oeste). El cálculo de la latitud desde una nave es sencillo, basta con medir el ángulo que forma la Estrella Polar con el horizonte, mediante un cuadrante, un astrolabio o un sextante, por ejemplo. Pero el cálculo de la longitud en alta mar era mucho más complicado, provocando tragedias marítimas como la de la flota inglesa del almirante Clowdisley Shovell que, pensando que estaban en alta mar, chocaron con las islas Sorlingas en el año 1707 y murieron más de 2.000 hombres. Incluso algunas coronas -Felipe III de España en 1598 y Jorge I de Inglaterra en 1714- establecieron premios para quien descubriese un método preciso para calcular la longitud en alta mar. Muchos se pusieron mano a la obra y mientras algunos investigaban en laboriosos procesos, otros proponían extraños métodos.

Longitud

Una posibilidad para calcular la longitud era medir la diferencia horaria entre un punto en tierra firme y en alta mar en un momento exacto. Por ejemplo, si en tierra firme son las 12 horas y en ese mismo instante en alta mar son las 10, serían dos horas negativas y multiplicado por 15° de cada uso horario, el barco estaría situado a 30° longitud Oeste (si fuese positivo sería Este) respecto al meridiano de referencia, hoy Greenwich. Se podría hacer llevando a bordo un reloj con la hora del puerto de salida y comprobar la diferencia horaria comparada con la hora local en alta mar (por ejemplo, al mediodía cuando el Sol alcanza su cénit). Con esta diferencia horaria, como hemos explicado, podríamos obtener la longitud. El problema era que con los relojes de la época, mecánicos de péndulo y pesas, era imposible mantener la precisión en el mar (hasta la segunda mitad del siglo XVIII no se dispuso de cronómetros marinos que mantenían de una forma precisa y fiable la hora local del puerto de salida). Así que, había que encontrar un método que estableciese el momento exacto de las mediciones y alguien echó mano de un solución mágica de hacía un siglo… el polvo de la simpatía de Sir Digby Kenelm.

Kenelm Digby

Kenelm Digby

El polvo de la simpatía, según Digby Kenelm, era un compuesto de vitriolo pulverizado (sulfato cúprico) que podía curar a distancia (¿?). No se podía aplicar directamente en la herida, sino que se metía en el polvo una venda que hubiese estado en contacto con la herida o incluso el arma que la había causado y, de esta forma, se curaba el herido. Lamentablemente, el remedio no era indoloro; cuando se aplicaba el remedio, el afectado experimentaba un fuerte dolor. Aplicando esta curiosa teoría, se propuso que desde tierra firme todos los días a las 12 horas se metiese en el polvo de la simpatía el arma con la que se había herido a un perro. El pobre perro, ya en alta mar, aullaba lastimero cuando se aplicaba el remedio y en este preciso momento se media la hora en el barco sabiendo que en tierra eran exactamente las 12. Calculando la diferencia se podía medir la longitud. Me vais a permitir que no os cuente la explicación «científica» del remedio de Digby Kenelm.

Fuentes: El Mundo, Digby Kenelm