Vais a tener que perdonarme pero últimamente no he seguido mucho las encíclicas vaticanas e igual ha cambiado la interpretación de las prácticas sexuales, pero de toda la vida de Dios los Santos Padres de la Iglesia católica sólo toleraron las relaciones carnales dentro del matrimonio y con fines de procreación, rechazando frontalmente todo placer sexual y condenando a las calderas de Pedro Botero a los epicúreos practicantes.

Como ejemplo, algunas perlas. San Agustín de Hipona (siglo IV) decía que “la castidad de los solteros es mejor que la de los casados”; San Jerónimo (siglo IV), autor de la Biblia Vulgata, llegó a decir que “el hombre prudente debe amar a su esposa con fría discreción, no con cálido deseo” y que «nada hay más inmundo que amar a tu esposa como si fuera tu amante«; Tertuliano (siglo III) sostenía que “el matrimonio se basa en el mismo acto que la prostitución”; Clemente de Alejandría (siglo II) afirmaba que “el coito es como una enfermedad perniciosa”; Orígenes (siglo II), discípulo de Clemente, fue más allá de las palabras («todo lo sexual es deshonesto”) y se autocastró para no caer en la tentación; San Alberto Magno (siglo XIII) consideraba que los gemelos eran el resultado de una mujer que había disfrutado en la copulación; su contemporáneo Santo Tomás de Aquino afirmaba que «un matrimonio sin relaciones carnales es más santo«, que «el placer sexual inhibe por completo el uso de la mente, oprime la inteligencia y absorbe el espíritu«, además de que «sólo Jesús fue concebido de forma pura, sin infección sexual, sin sufrir el contagio del pecado original en el acto conyugal de la procreación«… Bueno, Santo Tomás también decía que «los clérigos conservan la pureza corporal mediante su celibato» y la realidad era bien distinta, ya que gran parte de los religiosos de la Iglesia católica, incluidos obispos, presbíteros, abades y diáconos, se desposaron a la manera tradicional o bien mantenían una relación de amancebamiento o concubinato  con alguna mujer, que acostumbraba a ser su ama de llaves o su cocinera y que popularmente se conocía como la sobrina del cura o barragana. Se trataba de un «contrato» de amistad y compañerismo (con o sin derecho a roce) que aunque no era reconocido legalmente se consentía para evitar males mayores. De hecho, en el Primer Concilio de Letrán (1123) se prohibió «el matrimonio a los sacerdotes, diáconos, subdiáconos, y monjes. También se prohíbe mantener concubinas y la permanencia en sus casas de cualquier mujer diferente a las admitidas por el Concilio de Nicea«. En este concilio, en el de Nicea, se determinó que solo podrían tener a su servicio a «la madre, una hermana, una tía o, en fin, sólo aquella persona que se sustrae a cualquier sospecha». También la legislación civil (Las Siete Partidas, siglo XIII) se ocupó de este tema al establecer que «se toma barragana a pan, mesa y cuchillo mientras viviese”, que la tal barragana puede ser “ingenua, liberta o sierva”, y que “no ha de ser virgen, ni menor de 12 años ni viuda honesta”.

Así que, en este aburrido panorama y en una sociedad moralista y conservadora, la Iglesia católica también estableció la única postura aceptada para perpetuar la especie, para mayor gloria de Dios, que no era otra que  la del misionero. Con la llegada de los europeos a todos los confines del planeta, los misioneros intentaron imponer las pautas de moral católicas, también en el sexo, por lo que promovieron que los indígenas practicaran el sexo de forma cristiana. De hecho, en 1215, el clérigo Johannes Teutonicus avisó de que era la única postura natural para mantener relaciones si no se quería cometer pecado, ya que en era la más adecuada para la fecundación y la menos erótica. El resto, estaban prohibidas y se estableció para ellas una serie de penitencias a base de Credos, Padrenuestros, Avemarías, ayunos a base de pan y agua e incluso abstinencia que, dependiendo de la postura, podía ir desde 30 días hasta varios años. Estaba castigado hacerlo de costado, sentado, de pie; el coitus retro («por detrás», a la manera de las bestias); el coitus in terga (sexo anal), el semenen in ore (sexa oral) y el coitus interruptus porque se desperdiciaba el semen, eran por puro vicio y no para procrear; la masturbación… A decir verdad, en muchas ocasiones la Iglesia consiguió todo lo contrario, ya que el ser humano es curioso por naturaleza y estos análisis tan pormenorizados sirvieron a los feligreses para sacar ideas.

Visto lo visto y que cuando la Iglesia católica denunciaba prácticas heréticas o calificaba a un grupo de herejes era habitual que, entre otras cosas, se les acusase de hedonistas, de sodomitas, de protagonizar orgías salvajes y de adorar a Belcebú, tipo aquelarre con mucho azufre y macho cabrío, o incluso de fornicar con los íncubos (seductores demonios masculinos) y los súcubos (sensuales demonios femeninos), parece claro que, en el tema del sexo, era más divertido ser hereje… o eso parecería. Evidentemente, desde el lado «hereje» las cosas no eran tan bonitas, porque una cosa es lo que diga la propaganda católica y, otra muy distinta, la realidad. Prueba de ello fue la herejía cátara.

Aquelarre – Goya

Viendo que los pastores de la Iglesia habían perdido el norte y, lógicamente, sus rebaños se habían desviado de la senda del Señor, en el siglo XII se extendió por Lombardía, algunos zonas de los Pirineos y, sobre todo, en el Languedoc una corriente filosófico-religiosa, calificada por la Iglesia como herética, que propugnaba la vuelta a la sencillez de las primitivas comunidades cristianas… eran los llamados cátaros (del griego «katharos» que significa puros), albigenses (por la ciudad de Albi) u hombres buenos. Para ellos existían dos principios básicos: el Bien (un mundo espiritual creado por Dios) y el Mal (el mundo material creado por Satán). Sólo mediante la austeridad, la piedad y la virtud se podía alcanzar la perfección y la unión con Dios. Además, eran unos adelantados a su tiempo respecto al trato hacia las mujeres, era de igual a igual, ya que si no habían alcanzado la perfección cuando muriesen su alma migraría a otro ser: hombre, mujer o animal. Rechazaban la autoridad del Papa e incluso la divinidad de Cristo, su único sacramento era el Consolamentum, realizado a través de la imposición de manos, que equivaldría al bautismo y a la extremaunción… lo que viene siendo para la Iglesia católica una herejía en toda regla.

Cruz cátara o de Occitania.

¿Y qué había del sexo? Pues que como los cátaros estaban en contra del matrimonio y de las relaciones sexuales, ya que para ellos la procreación significaba traer almas puras a este mundo para estar encarceladas dentro de un cuerpo impuro, la Iglesia católica entendió que si no había relaciones sexuales para procrear entonces eran vicio puro y duro. Y otra vez se equivocaban, porque no es que las tuvieran por cuestión de placer y no para procrear, sino que las dejaron de tener. Además, en su mundo ideal la humanidad dejaba de reproducirse y así todas las almas quedaran libres para subir con su Dios, y por ello se centraron en la austeridad, la piedad y la virtud… y dejaron de practicar sexo. De hecho, eran tan dogmáticos y estrictos que se les podía reconocer fácilmente: iban en parejas para ayudarse mutuamente y no caer en la tentación, cuidaban su higiene personal (se lavaban todos los días con jabón), eran excesivamente delgados (por lo de la migración de las almas, no comían carne) y de rostro muy pálido (llevaban una vida austera, apenas salían para el trabajo y el resto del tiempo lo pasaban recluidos orando).

Así que, ni lo unos ni lo otros, sino todo lo contrario.