Durante la Edad Media comenzaron a florecer los hospitales por toda Europa, así como donde llegaban las órdenes religiosas (Templarios y Hospitalarios). Estaban vinculados a monasterios u órdenes (como el hospital de Jerusalén de la Orden de los Caballeros de San Juan) y atendidos principalmente por monjes o clérigos. Al principio, en estos hospitales no sólo se atendía a los enfermos sino también a peregrinos, pobres, niños abandonados… y, a diferencia de los médicos laicos, estos monjes médicos practicaban la medicina y la caridad. Era una medicina caritativa y limitada a unos cuantos tratados no censurados y, lógicamente, sin ninguna capacidad de investigación o experimentación. Por tanto, en alguna intervención quirúrgica -por llamarlo de alguna forma porque en ocasiones estaban más cerca de la tortura que de la medicina- alguno de sus pacientes se quedaba en la mesa de operaciones. La culpa de la muerte de un hombre suponía una pesada e ingrata carga para aquellos monjes que practicaban la medicina por caridad. En 1215, el Papa Inocencio III decidió poner fin a aquella práctica y promulgó la bula Ecclesia abhorret a sanguine (La Iglesia aborrece el derramamiento de sangre), con la que oficialmente se prohibía la práctica quirúrgica a los clérigos.

Desde aquel momento, la responsabilidad de la cirugía quedó en manos únicamente de los cirujanos de la época: los barberos. Como hoy en día nuestra Thermomix (pica, trocea, tritura, amasa, ralla… y cocina), los barberos sacaban muelas, practicaban sangrías, hacían trepanaciones… y cortaban el pelo. Para hacer reconocibles sus locales, y después de varios estudios de marketing, eligieron como señal distintiva un cilindro con franjas oblicuas rojas y blancas alrededor que colocaron en las puertas de sus establecimientos. El cilindro representa un brazo ensangrentado con vendas alrededor, a modo de las sangrías que se practicaban en su interior. A finales del XIX, los cirujanos, que eran profesionales con estudios, consiguieron que los barberos dejasen de ejercer aquella práctica, pero conservaron el símbolo en sus locales. Por eso, hoy en día todavía el cilindro bicolor representa una barbería.

Francia y EEUU quisieron darle su toque patriótico y añadieron una banda de color azul para que tuviese los colores de sus banderas.

Y de médicos también trató el papa Alejandro VI. En una recepción del Papa a los enviados de un corte extranjera, y tras una buena cena y un buen vino, se comentaba entre los asistentes si eran o no necesarios los médicos. La opinión generalizada se decantaba por considerarlos totalmente prescindibles -recordemos que en muchas ocasiones era peor el remedio que la enfermedad-. El Papa tomó la palabra y sentenció:

Yo difiero de ese criterio. Creo que es necesaria la existencia de médicos, porque sin ellos crecería tanto la población que no se cabría en el mundo.