Con ochocientas mil personas en el siglo XVIII, Londres era la ciudad más grande de Europa, donde se podían encontrar las mayores fortunas del Imperio británico y los barrios más míseros en los que indigentes, raterillos, prostitutas… simplemente sobrevivían. Los delitos contra la propiedad eran los más frecuentes en una sociedad marcada por las grandes diferencias sociales. La amenaza de las penas de muerte impuestas bajo el Bloody Code (Código Sangriento), llamado así por la gran cantidad de delitos castigados con la pena de muerte, no consiguió disminuir el número de robos —la maldita costumbre que tienen los pobres de comer todos los días—. Las cárceles estaban desbordadas y había que buscar un nuevo destino para aliviar el problema de hacinamiento de las cárceles, ya que con la Declaración de Independencia de los EEUU en 1766 se cerró el flujo de las remesas de convictos enviadas a Norteamérica. Y ese nuevo destino fue Australia.
En mayo de 1787 partía de Portsmouth la llamada Primera Flota: 11 barcos (9 cargueros y 2 buques de guerra) con 756 convictos (564 hombres, 192 mujeres) y 550 hombres más entre funcionarios, guardias marinas y tripulación al mando del capitán Arthur Philip. El 18 de enero de 1788, y después de ocho meses de navegación, llegaban a Botany Bay. Aunque, en teoría, este era el lugar para establecer la colonia en Australia, encontraron mejores condiciones en Sydney Cove, donde finalmente se establecieron. La nueva colonia tuvo problemas desde el principio: enfermedades como el escorbuto y la disentería, marineros y funcionarios metidos a campesinos sin ninguna experiencia, escasas herramientas de construcción y de mala calidad, el ganado que habían traído se moría, enfrentamientos con los aborígenes… Las noticias que llegaban de Australia no eran muy esperanzadoras, así que el gobierno británico decidió enviar un barco de mujeres. Este envío se apoyó en la teoría de que, para que la colonia prosperase, necesitaba estabilidad y solo se conseguiría creando familias. Y, lógicamente, necesitaban más mujeres. Además, así «limpiaban» un poco más las cárceles, porque enviaron doscientas cincuenta y cinco convictas.
El 29 de julio de 1789 partía de Plymouth rumbo a Australia el buque Lady Juliana con doscientas cincuenta y cinco convictas. Las mujeres dormían en la cubierta inferior separadas de los hombres, pero algunas de ellas consiguieron mejores estancias emparejándose e incluso casándose con algún miembro de la tripulación. Hasta las hubo que hicieron de aquel viaje un negocio, como Elizabeth Barnsley, una conocida ladrona y estafadora, que se procuró unas buenas estancias, reclutó a algunas prostitutas (que también las había entre las prisioneras) y montó un negocio muy lucrativo: un burdel flotante. Además de los miembros de la tripulación y los guardias marinas que las custodiaban, tenían muchos clientes en los puertos donde hacían escala para comprar suministros: Islas Canarias, Río Janeiro, Ciudad del Cabo… Lógicamente, esta travesía tardó dos meses más que la anterior. El 6 de junio de 1790, casi dos años y medio después de la llegada de la Primera Flota, el Lady Juliana llegaba a Australia. Después de las miserias y penurias pasadas por los colonos, pensaron que les llegaría un barco de provisiones, pero en su lugar llegó «una carga tan innecesaria y tan poco rentable como 222 mujeres«. A las tres semanas de la llegada del Lady Juliana, llegaba la llamada Segunda Flota, compuesta por cuatro barcos y cargada con suministros. Las cosas se calmaron. A pesar de todas las adversidades y de un futuro incierto, las mujeres del Lady Juliana, liberadas de las restricciones de una sociedad clasista, vieron su nuevo hogar como la oportunidad de una nueva vida. Fueron las Madres Fundadoras de Australia.
Para algunos necios resultará fácil extrapolar de esta historia que los australianos descienden de prostitutas británicas. De hecho, muchos australianos así lo creen hoy en día. Ya sabéis lo fácil que resulta generalizar y hacer que el todo asuma las características de una parte. Sí, es verdad que en aquel barco había prostitutas, pero más del 80% de ellas habían sido condenadas por hurto. Vale, ahora sería muy fácil decir que son descendientes de ladronas o rateras. Así que os contaré el caso de Mary Wade, la convicta más joven embarcada en el Lady Juliana, para que veáis qué clase de delito te podía llevar a Australia. Con apenas once años fue declarada culpable y condenada a la horca por haber robado, y luego vendido para comer, un vestido —ya hemos hablado de la dureza del Bloody Code—. Después de tres meses en prisión, se le conmutó la pena por el traslado a Australia. En el momento de su muerte, el 17 de diciembre de 1859, Mary tenía más de trescientos descendientes vivos y hoy en día ascienden a decenas de miles, incluido Kevin Rudd, Primer Ministro de Australia desde 2007 a 2010.
En la nueva colonia, aquellas convictas tuvieron que trabajar como los hombres, ejercer de sirvientas para ellos y en muchas ocasiones fueron tratadas como simples objetos sexuales.
La historia de las Madres Fundadoras es una historia de supervivientes.
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