Se llamaban ordalí­as (o juicios de Dios) a las pruebas que, especialmente en la Edad Media, tenían que superar los acusados para probar su inocencia. Y más valía que el Destino, la Divina Providencia o la Diosa Fortuna estuviesen de tu parte, porque en caso contrario era harto difícil superar las pruebas.

Existí­an varias «modalidades», como el duelo, la prueba del hierro candente, el pan y el queso o la prueba del agua:

  1. Duelo o reto.- cada parte elegí­a un campeón que, con la fuerza, debí­a hacer triunfar su buen derecho (en los pueblos germánicos este combate era consentido si la disputa se referí­a a tierras o dinero).
  2. Prueba del hierro candente.- el acusado debí­a coger con las manos un hierro al rojo vivo durante un cierto tiempo, si en sus manos habí­a signos de quemaduras era culpable. Otra variedad de esta ordalí­a era coger un objeto pesado que se encontraba en el fondo de una olla de agua (o aceite) hirviendo e igualmente no mostrar rastro de quemaduras.
  3. Pan y el queso.- el acusado debí­a comer cierta cantidad de pan y queso, si era culpable Dios enviarí­a un ángel para apretarle el gaznate de modo que no pudiese tragar.
  4. Prueba del agua.- se ataba al imputado de modo que no pudiese mover ni brazos ni piernas y después se le echaba al rí­o (o al mar), se consideraba que si flotaba era culpable y si se hundí­a era inocente. Se pensaba que el agua siempre estaba dispuesta a acoger en su seno a un inocente mientras rechazaba al culpable. Esta ordalí­a tení­a un pequeño inconveniente, ya que el inocente se podí­a ahogar; así­ que hubo que pulirla.