Aunque son muchos y muy variados los refranes referentes a la mujer, la verdad es que la mayoría de ellos no suelen dejarlas en muy buen lugar. Nada extraño si pensamos que estos refranes nacieron hace décadas o incluso siglos en sociedades machistas. Así que, dejaremos a un lado los dichos populares relativos a las mujeres, como género, y nos centraremos en los que su protagonista es una mujer con nombre propio.
¡Que si quieres arroz, Catalina!
Se dice de aquellas personas que no hacen el menor caso de lo que se les dice y se mantienen firmes y tercas, haciendo oídos sordos. Parece que el dicho tiene su origen en los remotos tiempos del reinado de Juan II de Castilla, allá por la primera mitad del siglo XV. La tal Catalina habría sido una especie de curandera esposa de un judío converso residente en León y mujer aficionadísima a los condumios de arroz, un cereal del que hablaba maravillas en cuanto a sus propiedades salutíferas y profilácticas. Según ella, no había dolencia o mal para el que el arroz no tuviera alguna sustancial ventaja terapéutica y en esta personal cruzada arrocera fueron pasando loa años hasta que Catalina enfermó de gravedad. Familiares y amigos, sabedores de su fe arrocera, se llegaban hasta el lecho para ofrecerle el remedio que durante tanto tiempo ella misma había elogiado. “¿Quieres arroz, Catalina?“, le repetían uno tras otros sus deudos, pero la buena mujer, más cerca de allá que de acá, no tenía ya fuerzas para responder a la oferta. Ellos y ellas, quizá pensando que la enfermedad le había afectado al oído, llegaron a gritarle a coro: “¿Que si quieres arroz, Catalina?“. La moribunda guardó silencio hasta que le llegó el momento de exhalar el último suspiro, por lo que la pregunta pasó al acervo popular como exclamación que simboliza que alguien pasa olímpicamente.
Se armó la Marimorena
Decimos “se armó la Marimorena” para referirnos a una riña que deriva en bronca monumental, casi una batalla campal. Se cuenta que el origen de este dicho se sitúa en una taberna de las Cavas madrileñas (barrio de la Latina) allá por el año 1579, cuando a sus propietarios, el matrimonio formado por Alonso de Zayas y su señora María Morena, Mari para los amigos, les fue abierta causa judicial por los desórdenes que ocurrieron en su establecimiento.
Dícese que Alonso, como era costumbre entonces, vendía a sus habituales parroquianos vino generosamente bautizado (bien aguado) y que para cuando la ocasión lo requería, y el requerimiento no era otro que la ocasional visita de un noble, alto funcionario o burgués gentilhombre, guardaba un pellejo de vino de calidad en lo más recóndito de su almacén. Y sucedió que un mal día alguno de los clientes de menos pelo se calentó la boca y empezó a reclamar a grandes voces que se le sirviera del vino fetén que el amo guardaba con celo. Mari Morena, que era mujer de muchas armas tomar y curtida en tratar con borrachos, le dijo de malos modos que se fuera a paseo porque aquel vino era para paladares distinguidos. En nada se pasó de las palabras a los hechos y el parroquiano y la tabernera empezaron a lloverse sagradas formas el uno sobre la otra y la otra sobre el uno. La trifulca alcanzó tales proporciones que hubo de requerirse la presencia de la autoridad y personada ésta en el establecimiento hubo de esmerarse y mucho para que las aguas volvieran a su cauce. Una vez restablecido el orden y el concierto, la autoridad quiso saber cuál había sido el origen del batiburrillo y como es habitual en estos casos las partes quitaron importancia al asunto diciendo algo parecido a aquello de La verbena de la Paloma: “Aquí nadie ha pedido copas de vino; aquí se ha hablado del palo de la baraja, ¿estás?… copas de la baraja, como se podía haber hablado de otro palo cualesquiera”. La susodicha autoridad entraron en razón y en pelillos a la mar cuando la Mari Morena sacó a plaza un plato de escabeche de taberna y otro de gallinejas para atemperar y una jarra de vino de los buenos. No se libró del proceso ni la multa, y la Mari Morena pasó al decir popular en la forma y manera, marimorena, en que se dijo y dio fe.
En los tiempos de Maricastaña
Cuando alguien quiere señalar algo que ocurrió hace ya mucho tiempo o decir que una persona es muy mayor se dice que es «de los tiempos de Maricastaña o Maricastañas».
Parece ser que su origen está en el siglo XIV en un pequeño pueblo de Lugo y que nuestra protagonista, María Castaña, igualmente Mari para los amigos, encabezó una revuelta contra los abusivos impuestos recaudados por el obispado de Lugo. El problema es que la revuelta se les fue de las manos y el recaudador fue linchado. Tanto María como su familia fueron encausados y hechos presos por el asesinato, pero esta mujer se convirtió en una heroína local. Esta gesta pasó de boca en boca y de generación en generación hasta quedar en el imaginario popular como un hecho ocurrido hace mucho tiempo.
Tirarse a la bartola
Esta expresión puede llevar a equívoco, porque literalmente “tirarse a la bartola” parece significar acostarse con una mujer llamada Bartola, pero no es Bartola como nombre propio de mujer, sino bartola, con b minúscula, como sinónimo de barriga. Cuando alguien holgazanea o se tumba a descansar decimos «tirarse, tumbarse o echarse a la bartola». Así que, si alguien escribe Bartola -con mayúscula-, igual se está refiriendo a otra cosa. En realidad, esta bartola (barriga) hace referencia a la festividad de San Bartolomé, que se celebra el 24 de agosto. Por estas fechas, los campesinos de muchos rincones de España celebraban el final de la recogida de la cosecha, dando por terminados los duros trabajos del campo. Por eso era frecuente ver a muchos de ellos tumbados con la barriga al aire, relajados y felices: “tirados a la bartola’.
Un artículo muy interesante, muchas gracias.
Gracias Carlos
Gracias por entregarnos relatos tan exquisitos y compartir tus conocimientos.
Saludos desde Ecuador
Guillermo
Muchas gracias Guillermo
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