Hace muchos muchos años, cuando no existían ni en el pensamiento esas “maravillosas” aplicaciones para móvil con las que más o menos traducimos otras lenguas, existían unas personitas que se encargaban de que la gente que hablaba diferentes idiomas pudiera entenderse. Esos esforzados profesionales dominaban al menos dos lenguas y fueron los primeros responsables de que surgiera la profesión de la que ahora vivimos los integrantes de la agencia de traducción. Hablamos de los primeros traductores e intérpretes. Esos olvidados personajes de la historia sin cuya labor ninguno de nosotros andaríamos ahora trasteando por aquí. Hoy nos gustaría contaros la historia de una mujer pionera en el sector de la traducción y la interpretación, una heroína olvidada que, por su sexo, no ha alcanzado el renombre que merece. Hoy queremos compartir con la vida y obra de Sacagawea, la india que garantizó el éxito de la famosa expedición norteamericana de Lewis y Clarke (1804-1806); una gran traductora que se ganó la animadversión de sus contemporáneos por colaborar indirectamente en la destrucción final de su pueblo y su cultura.

Sacagawea

Sacagawea

Quizá sepas que los términos “traductor” e “intérprete” no son sinónimos. Resumiéndolo al máximo podríamos decir que el traductor traslada las palabras de un idioma a otro por medio de la escritura y el intérprete lo hace de forma oral. Por supuesto entre ambas profesiones hay muchas más diferencias, por ejemplo, un intérprete no tiene tiempo para revisar su traducción mientras que el traductor sí puede releer y revisar antes de entregar el proyecto al cliente final… Son, en definitiva, dos profesiones distintas. Pero este artículo “no va de eso” así que, a lo nuestro: a la historia de la gran Sacagawea.

Viajamos en el tiempo hasta finales del siglo XVIII y principios del XIX. La historia recuerda aquellos convulsos años como los favoritos de los grandes colonizadores de nuevas tierras. Uno de los parajes preferidos por esos grandes hombres (porque casi siempre eran hombres, mira tú qué casualidad) era un maravilloso y enorme territorio descubierto por Cristóbal Colón en 1492: el continente americano. Una de las expediciones más conocidas de aquella época fue la que lideraron dos americanos de primera generación: William Clark (1770-1838) y Meriwether Lewis (1774-1809). ¿Te suenan los apellidos? Seguramente, porque fueron los protagonistas del primer y más importante viaje de reconocimiento del salvaje oeste americano. El presidente norteamericano de aquella época, Thomas Jefferson, se había propuesto dominar todos y cada uno de los territorios de la reciente nación antes de que lo hicieran los británicos, sus grandes enemigos. Jefferson ordenó la formación de muchas expediciones que él llamaba “cuerpos expedicionarios» – traducción de “Corps of Discovery”- pero una de las más trascendentes históricamente hablando fue la llamada “Expedición de Clark y Lewis”.

Como todos sabemos por las películas “del oeste”, las tierras del norte de Estados Unidos estaban habitadas por diferentes tribus de indios americanos pertenecientes a distintos grupos étnicos. Uno de los grupos más importantes recibía el nombre de “shoshones”, un término derivado de shishinowihs que podríamos traducir en castellano como “serpientes”. Aunque no te suene el nombre seguro que sí recuerdas una de las tribus que lo formaban: los comanches, esos indios tan conocidos por los cinéfilos de todo el mundo. La protagonista de nuestra historia, Sacagawea, no nació en el seno de la tribu comanche, sino en la de los “agaidikan” o “comedores de salmón”. Esta tribu se conocía entre los exploradores europeos por ser muy amistosa y repudiada por otras tribus indias por ser excesivamente complaciente con los intrusos blancos. Conocida familiarmente como Janey, Sacagawea nació en el año 1787 en el Valle del río Lemhi, en el actual Estado de Idaho. La historia de Sacagawea antes de formar parte de la expedición de Lewis y Clark es un tanto confusa pero, al parecer, durante su niñez fue capturada por una tribu enemiga y vendida posteriormente a un aventurero, comerciante de pieles y conocido traductor llamado Toussaint Charbonneau.

Lewis,Clark y Sacagawea

Lewis,Clark y Sacagawea

Toussaint Charbonneau era un canadiense de origen francés descendiente de grandes colonizadores procedentes de la vieja Europa. El pionero Charbonneau se ganaba la vida cazando y comerciando con pieles por encargo de una famosa empresa británica llamada “Compañía del Noroeste”, pero en su tiempo libre también se ganaba algún dinerillo sirviendo como traductor en las expediciones de colonos. Según cuenta la leyenda, al bueno de Charbonneau le encantaba el estilo de vida de los indios, le gustaba tanto confraternizar con las tribus de su entorno que tras contraer matrimonio con una hermosa india no dudó en comprar a la joven Sacagawea para que se convirtiera en su segunda esposa. La historia de la pareja era una de tantas y no hubiera trascendido más allá de la biblia familiar si no hubiera sido por una coincidencia. En el mes de noviembre de 1804 los expedicionarios Lewis y Clark llegaron a su pueblo buscando traductores e intérpretes que les ayudaran a entenderse con las tribus indias en su expedición para anexionar las remotas regiones de Luisiana y Oregón. Charbonneau fue uno de los traductores elegidos, no solo por dominar varias lenguas, sino porque su segunda esposa, la pequeña Sacagawea, hablaba el idioma shoshone.

Pronto Sacagawea le quitó todo el protagonismo a su locuaz marido, no solo porque dominaba bien el inglés, el francés y el shoshone,  sino porque junto con su hijo recién nacido Jean-Baptiste proyectaban una imagen amable que suavizaba los primeros contactos con los pueblos nativos que, en muchas ocasiones, era la primera vez que veían «rostros pálidos». ¿El resultado de su trabajo? El éxito de la expedición… y una recompensa: Charbonneau recbió 320 acres de tierra y 500 dólares; Sacagawea, nada.

Lamentablemente la historia no terminó con el “comieron perdices y vivieron felices”. Aquellos eran malos tiempos para todos y nuestra traductora e intérprete Sacagawea murió sola en Fort Manuel con apenas 25 años. Tras su muerte, Clark se convirtió en tutor legal de sus hijos, Jean-Baptiste y Lisette, de apenas unos meses. De ella no ha quedado ni una sola imagen, pero sí una moraleja: los grandes traductores pueden cambiar con su trabajo la historia de la humanidad.