En el último artículo publicado (Patrimonio histórico mundial en peligro) aparecía, entre los tesoros culturales que se encuentran en peligro y necesitan atención inmediata, el barrio Tiretta Bazaar en el centro de Calcuta (hoy en día Kolkata). Y por esas casualidades de la vida, me puse a buscar de dónde venía el nombre de este barrio, nada británico y mucho menos hindú. Y la verdad, fue realmente sorprendente.
Tiretta Bazaar debe su nombre a Edward Tiretta, un italiano (puede que veneciano para más señas) que llegó a Calcuta en el siglo XVIII y trabajó como agrimensor para la Compañía de las Indias Orientales. Parece ser que nuestro querido Edoardo (lo de Edward es la versión inglesa de su nombre original) llegó al subcontinente indio en 1781 huyendo de algo o de alguien y, por arte de birlibirloque, consiguió un trabajo «serio» en la primera gran corporación multinacional de la historia, cuando hasta la fecha su bagaje laboral era escaso, por no decir nulo. El caso es que fue prosperando hasta convertirse en un importante hombre de negocios y acaudalado terrateniente, hasta el punto de que el mercado (bazar) que fundó dio nombre a todo el barrio. Supongo que también influiría que los terrenos sobre los que se edificó el suburbio eran suyos. Y no solo eso, cuando murió en 1797 tuvo el privilegio de ser enterrado en el cementerio que llevaba (y lleva) su nombre. Ahí queda eso
Y cuando busqué qué había de su vida antes de llegar a Calcuta, encontré una referencia en un texto de Giacomo Casanova: «Escuché por uno de sus parientes que estaba en Bengala en 1788, en buenas circunstancias”. Y solo hubo que tirar del hilo para encontrar uno de los polvos más curiosos de la historia.
Nos trasladamos al 28 de marzo de 1757 a la plaza de Greve (París) – rebautizada como la Place de l’Hôtel de Ville- donde Robert Damiens va a ser ejecutado por el intento de asesinato del rey Luis XV. Nada serio, un pequeño corte que se arregló con unas tiras de aproximación, pero un intento de regicidio al fin y al cabo. Y como buen espectáculo de masas que eran las ejecuciones públicas, la plaza estaba abarrotá y, al más puro estilo Semana Santa sevillana, se alquilaban los balcones al mejor postor para contemplar aquel ajusticiamiento versión desmembramiento y posterior quema de miembros, previa sesión de torturas varias. Se cuenta que, sabiendo lo que le esperaba, cuando salió de la celda Damiens dijo: «La journée sera rude» («El día va a ser duro»).
El caso es que uno de los arrendatarios de esos balcones era Giacomo Casanova que detalló en sus memorias lo que allí vio…
Tuvimos el valor de presenciar la espantosa visión durante cuatro horas. Damiens era un fanático que, con la idea de hacer una buena obra y obtener la recompensa celestial, había tratado de asesinar a Luis XV; y aunque el intento fue un fracaso, y solo produjo en el rey una leve herida, fue arrancado en pedazos como si el crimen hubiera sido consumado. […] En varias ocasiones me vi obligado a apartar la cara y taparme los oídos mientras oía sus desgarradores alaridos, después de que la mitad de su cuerpo se hubiese separado de él […].
Casanova no estaba solo, para la ocasión había invitado a su última presa, una joven de 17 años a la que se estaba trabajando con pico y pala que, lógicamente, iba acompañada de su tutora, una de aquellas respetables damas solteronas, sesentona, de cuerpo generoso, rostro agrio, ferviente católica y defensora a ultranza de la virginidad de su pupila. También estaban como invitados una prostituta amiga suya a quien hizo pasar como la «sobrina del papa» y el joven italiano Edoardo Tiretta, un jeta sin oficio ni beneficio al que no le iba nada mal junto a Giacomo. Las tres mujeres estaban en la primera fila, apoyando los codos sobre la barandilla e inclinadas hacia delante para que los dos hombres que estaban detrás pudieran ver el espectáculo por encima de sus hombros. Para que os hagáis una idea, algo como el cuadro de Goya «Maja y celestina al balcón«.
Siguiendo con el relato de Casanova… en una de las ocasiones en la que retiró la mirada de la plaza se fijó en que su amigo Tiretta tenía levantado el vestido de la tutora y que con su movimiento de cadera «tenía singularmente ocupada a la dama». Casanova alucinaba por el descaro de su amigo, por su voraz apetito sexual, porque la dama no dijera ni esta boca es mía y, más tarde, por su resistencia. Se fijó en ella y le fue imposible discernir rabia, placer, miedo o dolor en aquel rostro sin expresión. Confundido por aquella extraña situación, incluso para él, el gran seductor, se preguntaba por qué la tutora no reaccionaba. Hasta que cayó en la cuenta de que aquella respetable y devota dama no quería que la «sobrina del papa» se enterase de que estaba siendo violada muy cortésmente y con disimulo -¡¡¡varias veces!!!- ni que su joven pupila descubriese «misterios que debía ignorar«. Terminado el espectáculo, la tutora cogió por el brazo a la joven y abandonaron aquel lugar con cajas destempladas, momento que aprovechó Giacomo para interrogar a su amigo, cuya respuesta fue que «había consumado cuatro veces«.
Al día siguiente, Casanova fue convocado a la casa de la tutora. Como era de esperar, la señora le dijo que aquella humillación de su amigo requería un severo castigo. Casanova estaba en una situación incómoda porque de aquella dama dependía su relación con la joven y, por otro lado, el italiano Tiretta esa su buen amigo. Tratando de salir airoso de aquel marronazo, le dijo que traería arrastras a su amigo para que le pidiese perdón o, si así lo deseaba, le obligaría a que se casase con ella como reparación del aquel agravio. La señora, con lágrimas en los ojos, negó con la cabeza y dijo: «Usted está pensando que con un pequeño esfuerzo se puede arreglar, pero lo que el animal de su amigo hizo conmigo es una infamia que no deja de golpear mi mente y me está volviendo loca«. Casanova sumó dos más dos y se dio cuenta de que su amigo no solo la había poseído sin su consentimiento, sino que lo había hecho por la entrada trasera menos convencional y más dolorosa (por donde amargan los pepinos). Visto lo visto, acordó con la señora que traería al joven italiano y se lo entregaría para que hiciese con él lo que quisiese, excepto matarlo. Para garantizar que se cumplían los términos de su acuerdo, él estaría en otra habitación de la casa por si a la dama se le iba la cosa de las manos. Aunque Tiretta trató de defenderse («Yo no digo que ella esté mintiendo, pero en la posición en que me hallaba me era imposible saber hacia dónde me encaminaba«), no le sirvió de mucho y, al final, tuvo que acceder. Casanova llevó a Tiretta a la casa y lo entregó a la señora para que procediese. Mientras, Giacomo, que no daba puntada sin hilo, se ocupó de la virginidad de la hermosa joven que estaba en la otra habitación.
¿Y qué le ocurrió al joven Tiretta? Pues que pasó una noche de «penitencias» y, al día siguiente, la señora le renovó el vestuario, le concedió una generosa paga… y le puso un piso. «Si supiera lo mucho que me ama«, se justificó la dama ante Casanova. Y seguro que, con las dificultades que tenía para mantener el pajarito en la jaula, en algún momento la volvió a cagar y tuvo que huir a Calcuta… donde dio nombre a un barrio y a un cementerio.
Hola Javier, parece que fueron cuatro, no uno.
En un par de horas… jajajajaja
Estas cosas ocurrieron en la misma época en que Saint Germán estaba en escena en Francia.
El de un mono Tity con una elefanta
Uf , no me quiero imaginar como hizo fortuna el tal Tiretta. Pobre del que se cruzara con él.