Seguro que al leer el título de este artículo muchos de vosotros habéis pensado en el libro Ambiciones y Reflexiones -«escrito» por Belén Esteban- o Una nueva vida es posible -«escrito» por su exsuegra Carmen Bazán-. Pues no, éstos, aún siendo patéticos, creo que lo único que te pueden producir es vergüenza ajena y bochorno. El libro al que me refiero, Shadows from the walls of death (Sombras de las paredes de la muerte), es más parecido a la película The Ring (2002), un remake de la película de terror japonesa Ringu, donde los personajes que veían una cinta de video recibían una llamada telefónica en la que la voz de una chica anunciaba que morirían en siete días. Leer u hojear este libro te puede matar… literalmente
De los 100 copias del libro Shadows from the walls of death que el médico estadounidense Robert Kedzie distribuyó entre las bibliotecas de Michigan (EEUU) en 1874, hoy en día sólo se conservan dos ejemplares -uno en la Universidad de Michigan (Ann Arbor) y otro en la Universidad Estatal de Michigan (East Lansing)- que, además, siguen siendo potencialmente letales. De hecho, se conservan en un contenedor sellado y cada una de sus páginas está encapsulada individualmente. Lógicamente, su peligro está en su interior… pero no en el texto. Es más, las únicas palabras aparecen en el prólogo, las otras 86 páginas no tienen ni una letra y son sólo son trozos de tiras de papel pintado para paredes. La verdad es que si pudiésemos echarle un vistazo -algo que no recomiendo hacer sin guantes-, creeríamos tener entre nuestras manos un catálogo de papel pintado para adornar las paredes -seguro que todos vosotros os acordáis de algún diseño en concreto que en los años 70 «decoró» el salón de vuestra casa o, peor aún, de vuestra habitación-. Y en uno de los componentes del papel pintado está el peligro… el arsénico.
Si al arsénico se le conoce como el “rey de los venenos” o el “veneno de reyes”, será por algo. Pero, ¿por qué ha sido el veneno más utilizado desde la Antigüedad? Por ser insípido, inodoro y soluble, lo que lo convertía en una sustancia ideal para mezclarla con otros alimentos sin levantar sospechas (se calcula que 0,15 gramos es la dosis mortal para una persona de 75 kilos). Además, los síntomas son muy parecidos a patologías gastrointestinales severas muy comunes, por lo que el envenenamiento por arsénico era fácil de camuflar (administrado en muy bajas dosis, actúa de forma lenta pero implacable). Sin embargo, también fue empleado en el pasado con fines médicos. Se tiene constancia de que Aristóteles e Hipócrates lo recetaban como remedio para úlceras de la piel y, siglos más tarde, la sífilis. Además de como pesticida, durante el siglo XIX el uso del arsénico se generalizó estando presente en cosméticos y, sobre todo, como pigmento o tinte para la ropa, etiquetas, naipes, juguetes, postales… todas las tonalidades del color verde se debían al tratamiento con arsénico. Lógicamente, también el papel pintado. De hecho, un estudio de finales del siglo XIX de la American Medical Association estimaba que el 60% del papel pintado vendido en los EEUU contenía arsénico, y de este porcentaje un tercio con niveles peligrosos para la salud.
Y aquí es donde intervino el médico Robert Kedzie. Como miembro del Consejo de Salud de Michigan había estudiado varios casos de intoxicaciones sin aparente causa y descubrió que el común denominador de todos ellos era el papel pintado. En 1873 publicó Poisonous Papers (Papeles venenosos), un informe que alertaba del peligro del uso generalizado del arsénico como pigmento del papel pintado. Lamentablemente, no se hizo caso de aquella denuncia porque la gente no era consciente de que no había que «chupar» o tocar las paredes para envenenarse, con el tiempo y la humedad el pigmento venenoso podía formar manchas o escamas, quedar suspendido en el aire o asentarse sobre los muebles. Así que, decidió dar un golpe de efecto para concienciar a la sociedad estadounidense que sus hogares eran potencialmente venenosos. Recogió varias muestras de papel pintado directamente de casas de conocidos, las corto en páginas, editó Shadows front the walls of death y lo envió a 100 bibliotecas de Michigan con un informe de sus estudios. Además, y para darle más impacto a la campaña de concienciación, se inventó que una mujer se había envenenado tras examinar el libro. Ante aquel inminente peligro, muchas bibliotecas directamente destruyeron el ejemplar que Robert les había enviado… y dieron la voz de alarma. Aunque poco a poco, desde aquel momento el uso de arsénico se fue sustituyendo y dejó de ser una amenaza silenciosa y letal disfrazada de elegantes y coloridos diseños.
Fuentes: Poison pages, Shadows from the walls of death
Información Bitacoras.com
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Hola, Javier.
Increíble la historia. La desconocía. Gracias por compartirla.
Este artículo me recuerda a los pisos que sufrían aluminosis en España y producían, si mal no recuerdo, cáncer en sus habitantes.
Un abrazo desde Oviedo.
[…] […]
Me estaba acordando de «El nombre de la rosa» de Umberto Eco.
Yo también pensé en «El nombre de la rosa». Inevitable hacerlo.
Yo también pensé en el libro de Umberto Eco y el monje asesino.
Ya somos cuatro los que hemos pensado en esa pelicula jaja
Pues yo estaba convencido de que el misterioso libro sería el cuaderno de notas de Marie Curie:
https://www.xataka.com/historia-tecnologica/el-cuaderno-de-marie-curie-que-aun-hoy-puede-matarte
[…] El libro que te puede matar… sólo con hojearlo […]