Es bien sabido que a los antiguos les satisfacía que sus dioses corrieran numerosas aventuras. Ya se sabe que a los pueblos les gusta chulear de dioses poderosos. El dios Marduk, patrón de Babilonia, no podía ser menos. No vamos a tratar aquí de sus numerosas correrías, que le llevaron a convertirse en toda una leyenda de la mitología, sino del hecho de que iba acompañado de una bonita mascota, la cual le ayudó en varias ocasiones a salir del paso. Como en aquellos tiempos no existía la Disney, los mesopotámicos preferían un acompañante terrible en vez de un secundario cómico, por lo que dicha mascota era un dragón. El dragón Mushushu.

¿Cómo era el bueno de Mushushu? La pista la encontramos en el Museo de Pergamon de Berlín, donde se exhibe uno de los objetos más bellos que produjo esa zona del mundo y que ha llegado a nuestros días. En una de las salas está reconstruida de forma cuidadosa la impresionante y maravillosa Puerta de Ishtar de Babilonia. Entre sus ladrillos vidriados azules destacan relieves de animales, sobre todo leones, y también se puede observar la figura de nuestro dragón, aunque no es que se parezca mucho a la imagen que solemos tener de uno hoy día.

Puerta de Isthar

Puerta de Isthar

Cada pueblo de la Tierra ha representado a los dragones siguiendo sus propias reglas de imaginería. Mushushu tiene escamas sobre su piel, patas traseras de águila, delanteras de león, una larga y fina cola, largo y delgado cuello, lengua de serpiente y una cresta de incierto origen en la que algunos quieren ver unos cuernos. Para los mesopotámicos los dragones tenían que tener algo de ofidio, tal vez por el peligro que entrañaban las serpientes de esa zona del mundo. Mushushu, de hecho, traducido del acadio significa “serpiente feroz”. De todos los dragones de Babilonia, Mushushu fue el más original y el que corrió más aventuras. Nuestro animalito no solamente estuvo metido en varias peleas acompañando al dios Marduk, sino que se piensa que con los siglos dio origen al mito griego de la Hidra. También se dio un paseo por la Biblia, que en cierto modo es el who’s who de esa zona del mundo, y aparece en unos pasajes del Libro de Daniel, aunque algunas iglesias protestantes consideran esos trozos como apócrifos.

Mushushu

Mushushu

Pero tal vez el hecho más singular de la historia de este mítico animal es que el mismísimo descubridor de la Puerta de Ishtar, el arqueólogo Robert Koldewey, consideraba que había tenido una existencia real. La razón por la que pensaba esto es que en la puerta aparecen representados varios animales reales, y Mushushu sería, por tanto, el único imaginario, lo que le convertía en singular a los ojos del historiador. De hecho, es el único animal mítico mesopotámico que, aparentemente, a lo largo de los siglos no cambió de imagen ni evolucionó lo más mínimo, permaneciendo siempre igual en las distintas representaciones artísticas que se han conservado. Todo ello le hacía creer a Koldewey que era un animal sacado de la vida real, y que había convivido con los acadios, los asirios y, posiblemente, incluso con los babilónicos, habiéndose extinguido por razones desconocidas. Por si fuera poco, esa idea se veía reforzaba con los pasajes bíblicos en los que el arqueólogo creía a pie juntillas como cristiano devoto que era. Finalmente y, tras romperse mucho la cabeza, pues las patas traseras de águila le desmontaban todos los esquemas, llegó a aventurar que Mushushu habría sido un pariente cercano de los dinosaurios iguanodontes cuya imagen era, por entonces, la que más se acercaba a nuestro dragón. Pero aparte de los relieves artísticos, jamás encontró ni un solo hueso, ni escama, ni garra, ni resto alguno del supuesto animal.

Es evidente que nunca existió, y que hubiese sido bastante más peligroso que los iguanodontes con los que Koldewey quería relacionarlo. Pero para ser uno de los animales míticos más fotogénicos de la mitología mesopotámica, y no tener detrás a los guionistas de la Disney, no le fue nada mal, y consiguió una inmortalidad que ya quisieran otros secundarios. Y es que, a fin de cuentas, no tiene nada de malo acabar siendo la acotación de una leyenda.

Colaboración de Joshua BedwyR autor de  En un mundo azul oscuro