Que los seres humanos tenemos una cruel tendencia a hacerle todo tipo de maldades al prójimo, es algo muy conocido. Y que somos aficionados a torturar y hacer sufrir, también es obvio para cualquiera que abra un libro de Historia.

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Han llegado hasta nuestros días, de forma más o menos parcial, varios códigos legislativos sumerios en forma de textos de las propias leyes o de sentencias judiciales que hacen referencia a algunas de ellas. Gracias a esta documentación, sabemos que los cabezas negras aplicaban la ley con mano dura, no dudando en celebrar castigos de forma pública. No era nada extraño descubrir en una plaza pública a un verdugo despellejando a latigazos a un condenado ante la atenta mirada de todos. Varios de los castigos eran especialmente crueles y podían llegar a la pena de muerte. De la lectura de las tablillas cuneiformes, comprobamos que entre los peores delitos considerados por la sociedad sumeria estaban: el magnicidio o tentativa, el parricidio, el incesto de un padre a su hija o la violación de una sacerdotisa. Todos ellos castigados con la pena de muerte versión empalamiento, castración o desollamiento.

Tras la muerte en un golpe de estado del rey acadio Manishtusu, el gobernador de Ur, Lugalanne, se rebeló contra el nuevo rey Naram-Sin, autoproclamándose rey de Ur y Uruk con el nombre de Amar-Guirid. Cuando Naram-Sin recobró la ciudad de Ur, castigó de forma ejemplar al ex gobernador: fue despellejado y, aún vivo, se le colgó de una jaula en una de las puertas de la ciudad. Según las tablillas, sobrevivió agonizando casi una semana

Cuando un reo era condenado a pena de muerte, se le solía encerrar en una prisión especial a la espera de su ejecución. La más terrible de todas estaba en la ciudad de Nippur y, a partir de la época acadia, pasó a ser la “Milla Verde” de los dos ríos, reservándose para condenados por delitos “especiales”. El nombre de la prisión ya era terriblemente sugestivo: el Eakildukku o Casa de las Lamentaciones. Se encontraba dentro del recinto sagrado del dios Enlil, bajo el Templo de la Oscuridad y al lado del Templo de Gibil (dios de la luz y el fuego). No sabemos qué forma tenía, pues no se han conservado ruinas apreciables que nos permitan tener una idea, pero sí se conservan descripciones. Las celdas estaban en los sótanos del templo, a las que se accedía por una escalera estrecha. Dichas celdas permanecían a oscuras continuamente. Los edificios sumerios se construían sobre las ruinas del edificio precedente, lo que hacía que la prisión estuviese rodeada por una pared de adobes que podía alcanzar más de 5 metros de espesor. Aunque no debía haber mala temperatura en el recinto, debido al grosor de las paredes, los reos permanecían desnudos a fin de que no pudieran utilizar nada para suicidarse. Sin embargo, ese mismo grosor producía el efecto de que no llegara el más mínimo sonido a sus oídos. Se puede decir, por tanto, que eran sometidos a lo que hoy día conocemos como “privación sensorial”.

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Debido a esa privación, el prisionero perdía la noción del tiempo, no era capaz de calcular cuánto quedaba para su ejecución y podía llegar a sufrir alucinaciones. No es extraño, por tanto, que se indique en las tablillas que algunos de ellos perdieron la cabeza y caminaron hacia su ejecución sumidos en la demencia. En cierto modo, y teniendo en cuenta la sádica ejecución que les esperaba, tal vez fuera un indirecto acto de misericordia divina. El sadismo no ha cambiado gran cosa, aunque ahora a los reos se les ponga un mono de color naranja.

Colaboración de Joshua BedwyR autor de  En un mundo azul oscuro