Por lo que veo la terrible y misera posguerra española, y las sufridas mujeres que arrastradas por el hambre y la necesidad decidieron «echarse a la calle» van a dar para varios post.

Como ahora, las había de «alta alcurnia», las que tenían suerte y les ponían un pisito, y todas las demás. En este último grupo tenemos cincuentonas, enfermas, viejas escuálidas -que lo hacen con la luz apagada para esconder sus miserias-, desamparadas… El «lugar de trabajo» dependía de su escala y de los recursos económicos de sus clientes.

Las más humildes tenían que ejercer en la calle y, además, la alta competencia y la falta de dinero obligaban a bajar las tarifas de un día para otro. Así que, se puso de moda una nueva modalidad: «las pajilleras«. Éstas tenían dos ventajas: eran más baratas y no existía peligro de contagiarse de enfermedades venéreas.

Como este tipo de práctica era muy demandada por los soldados, no por gusto si no por que la paga no llegaba para más, las pajilleras frecuentaban las cercanías de los cuarteles.  Como en las artes del rijo – como decía Camilo J. Cela – había múltiples variedades, cada una podía estar más preparada o ser más experta en una u otra especialidad, pero en la modalidad de las pajilleras había que buscar otros alicientes para ganar la clientela a la competencia. Así que, a alguna de ellas se le ocurrió ofrecer el servicio con música.

¿Con o sin música?, preguntaba.

Con, por el mismo precio.

La pajillera se insertaba unos cuantos aros de cobre en el brazo y parece que el tintineo del cobre debía ser muy estimulante.

Y de regalo, un chiste de la época: Un borracho lee un cartel donde se publicitaba un médico especializado en curar enfermedades venéreas:

Doctor Pérez-Estremoz
Sífilis y Blenorragia.
De cien casos, noventa y cinco curas.

Y el borracho dice:  ¡Joder, con el clero!

Fuente: Los años del miedo – Juan Eslava Galán
Imagen: La Nueva España