Si en Grecia existía un ritual asociado al consumo de vino ese era el simposio. Era el tiempo de la bebida y la charla entre los invitados -sólo hombres- después de concluir la comida principal (deipnon). Al acabar la comida, los sirvientes despejaban las mesas, adornaban a los huéspedes con coronas de hiedra, derramaban sobre ellos algunos perfumes, comenzaban a circular copas que se llenaban en la crátera (recipientes o vasijas hechas de barro donde mezclaba el agua y el vino), se elegía a un árbitro de las charlas y las hetairas amenizaban la fiesta con sus bailes y su música. Los brindis y las charlas siguientes se prolongaban alegremente hasta la noche. En palabras del historiador y filósofo griego Jenofonte…
en los simposios se adormecen las penas y se despierta el instinto amoroso.
Y si los griegos tenían el simposio, los romanos tenían el convivium, una especie de banquete para el deleite de los sentidos durante el cual el anfitrión se esforzaba por impresionar a sus invitados. Y a pesar de que comían y bebían como si no hubiese un mañana, es una leyenda urbana que existiese un lugar, llamado vomitorium, donde para poder seguir tragando y bebiendo se provocaban el vómito. Vomitoria (plural de vomitorum) eran las puertas o aberturas de los anfiteatros, circos o teatros de la antigua Roma para entrar y salir de las gradas. En el Coliseo había 76 vomitoria que permitían evacuar a 50.000 personas en tan solo 15 minutos. La realidad es que varios autores incluyeron estas historias para entretener a sus lectores y, sobre todo, para describir los excesos de emperadores y gentes de posibles que, guiados por la gula, el placer y la incapacidad de mantener el control, podría llegar a provocarse los vómitos. El vómito era un tratamiento médico para los excesos, más que una práctica habitual, pero si coges una idea de aquí, un detalle de allá y lo maceras con imaginación… al final el vomitorium se convirte en un habitáculo donde los romanos se provocaban vómitos.
A pesar de las muchas similitudes de ambos rituales, en el griego sólo participaban los hombres, las mujeres eran simples “animadoras”, y todos bebían el vino de la misma crátera. Por el contrario, en el romano participaban hombres y mujeres indistintamente y el vino que bebía cada uno de los participantes dependía de su estatus social. El convivium era un reflejo de la sociedad romana, basada en el sistema de patrones y clientes -un cliente era un plebeyo que se asociaba con un patrón benefactor-. Plinio el Viejo relata un banquete en el que se sirvió vino de primera al anfitrión, a su familia y al resto de “iguales”, de segunda a los clientes de éstos y peleón a los libertos (antiguos esclavos). De hecho, Marco Antonio el Orador, abuelo del general Marco Antonio, el integrante del Segundo Triunvirato junto a César Augusto y Lépido, perdió la cabeza, literalmente, como consecuencia de esta distinción social a la hora de tomar vino.
Marco Antonio fue un político romano de la etapa republicana que llegó a cónsul en el 99 a.C. Durante la guerra civil que enfrentó a Lucio Cornelio Sila y Cayo Mario, líderes de las dos facciones que controlaban el Senado, optimates y populares respectivamente, el Orador apoyó a Sila. Sila marchó sobre Roma con sus legiones, derrotó a Mario y tomó el control. Creyendo tener todo atado, marchó a Grecia para luchar contra Mitrídates del Ponto, momento que aprovecharon los populares para recuperar el poder con la vuelta de Mario y sus veteranos del norte de África. Al igual que había hecho Sila, Mario y los suyos iniciaron una sangrienta represión contra los partidarios de Sila. Y uno de los señalados fue nuestro protagonista, Marco Antonio. Durante la persecución se refugió en la casa de uno de sus clientes. Lógicamente, al anfitrión no se le habría ocurrido servirle un vino de inferior nivel al de su condición social, por lo que tuvo que ir al mercado a comprarlo. El vendedor le ofreció el vino de siempre, pero el plebeyo le pidió otro de mayor calidad. Este pequeño detalle confirmaba que en la casa había alguien procedente de una familia de rancio abolengo. Sabiendo que el plebeyo era cliente de Marco Antonio, sospechó que el político se escondía en su casa y avisó a las autoridades. Lo detuvieron y… decapitaron.
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Ese le pasó a Marco Antonio el Orador, por no conformarse con un tinto tetrabrick.