Como ya os conté en el artículo de la semana pasada (el de italianos y australianos), los recién nacidos en Roma tenían que enfrentarse al veredicto del paterfamilias. Si lo recogía del suelo, significaba que lo aceptaba. Si por el contrario no eran aceptados, el hijo era expuesto, es decir, era abandonado. Pero no creáis que la romana era la única sociedad de la Antigüedad en la que se practicaba el infanticidio, también en Esparta (donde la selección la hacía el Consejo de Ancianos), en China o India (donde las niñas, por el hecho de ser niñas, ya tenían menos posibilidades de ser aceptadas) e incluso en la Atenas de los filósofos. Aristóteles, en su obra «Política«, en el capítulo «De la educación de los hijos en la ciudad perfecta» dice así…

Para distinguir los hijos que es preciso abandonar de los que hay que educar, convendrá que la ley prohíba que se cuide a los que nazcan deformes; y en cuanto al número de hijos, si algunos matrimonios se hacen fecundos, traspasando los límites formalmente impuestos a la población, será preciso provocar el aborto antes de que el embrión haya recibido la sensibilidad y la vida.

Claro que, no hacía otra cosa que seguir las enseñanzas de su maestro Platón, que en su obra más conocida Politeia, La República para los amigos, nos dejó bien claro su modelo de sociedad: en la cúspide, los reyes filósofos, la máxima autoridad; en un segundo nivel, los guardianes protectores; y en tercer lugar, la muchedumbre productora.

Y respecto a la descendencia dice…

Tenemos la necesidad de que los mejores cohabiten con las mejores, tantas veces como sea posible, y los peores con las peores al contrario; y, si se quiere que el rebaño sea lo más excelente posible, habrá que criar la prole de los primeros, pero no la de los segundos. Todo esto ha de ocurrir sin que nadie lo sepa, excepto los gobernantes, si se desea también que el rebaño de los guardianes permanezca lo más apartado posible de toda discordia. Y a aquellos de los jóvenes que se distingan en la guerra o en otra cosa, habrá que darles mayor libertad para yacer con las mujeres; lo cual será a la vez un buen pretexto para que de esta clase de hombres nazca la mayor cantidad posible de hijos.

Y continúa…

Será, pues, necesario inventar un ingenioso sistema de sorteo [los amaños de toda la vida], de modo que, en cada apareamiento, los seres inferiores tengan que acusar a su mala suerte, y no a los gobernantes, de haberles tocado hembras inferiores.

Para rematar de esta forma…

Pues bien, tomarán a los hijos de los mejores y los llevarán a la inclusa, poniéndolos al cuidado de unas ayas que vivirán aparte, en cierto barrio de la ciudad. En cuanto a los hijos de los seres inferiores -e igualmente si alguno de los otros nace lisiado-, los esconderán, como es debido, en un lugar secreto y oculto, si se quiere que la raza de los guardianes se mantenga pura…

En resumen, para conseguir la sociedad ideal platónica son necesarios el adoctrinamiento, el engaño y la eugenesia. Vamos, lo que vienen siendo los principios fundacionales de un estado totalitario y dictatorial de toda la vida. Joer con el de los amores platónicos…

Ilustración de Xurxo Vázquez