A la figura de Alfonso X siempre ha ido unida su fama de rey culto. Sabido es por todos que no solo promovió la ciencia y la cultura durante su reinado, sino que participó de ellas activamente como trovador y escritor. Menos sabido es por el común de los mortales que mantuvo numerosos frentes abiertos con la Iglesia, la nobleza, sus asesores más cercanos y hasta su propia familia. Sucesos que desembocaron en la revuelta nobiliaria del año 1272 y que terminaron con el ajusticiamiento de su hermano, el infante Fadrique.


El monarca castellano tuvo una diáfana visión política desde el principio de su reinado. Con medidas inteligentes, pero nada sutiles, aglutinó un poder absoluto en todos los ámbitos. Por ejemplo, trató de evitar que la nobleza y la Iglesia adquiriesen tierras y dominios cerca de los núcleos urbanos, para controlarlos a usanza. Por contra, sí que otorgaba prebendas a las ciudades, para adherirlas a su propia causa. Al mismo tiempo que impulsaba estas políticas centralistas, trataba de alzarse como Emperador Germánico en el llamado Fecho del Imperio (el intento por ser elegido Emperador), otro movimiento estratégico, duradero en el tiempo y muy costoso para las mermadas arcas castellanas, que apuntaba en una clara dirección: fortalecer su papel como rey, gracias a la dignidad imperial, que, si bien no le otorgaba poderes resolutivos legales, sí le confería un aura intangible de cara a sus súbditos.

Pero fue sin duda el asunto del Fuero Real lo que terminó de colmar la paciencia de la Iglesia y de los nobles. Antiguamente, las distintas villas de Castilla y León se regían por textos normativos que otorgaban un poder específico a la nobleza y al clero, basado en derechos y privilegios. Algunos de estos fueros habían sido redactados en tiempos de los visigodos y no convencían a un rey que los consideraba problemáticos y obsoletos. Con el propósito de dominar los territorios de la península, el monarca mandó componer un fuero hecho a medida, que le otorgara un poder político espectacular. Fruto de la pérdida de privilegios, los sectores eclesiásticos y nobiliarios estallaron definitivamente contra el monarca. Nuño González de Lara, uno de los máximos asesores de Alfonso, fue el instigador de la revuelta nobiliaria contra este. Aprovechando la marcha del rey a tierras murcianas, organizó una reunión en Lerma (1271) junto a otros ricoshombres, a los que se sumó el hermano del rey, el infante Fadrique. Rebelión que el rey sabio sofocaría finalmente.

Con todo, podemos resumir que Alfonso X no solo hizo bandera de la cultura a lo largo de su reinado, sino también gala de una ambición fuera de toda duda. En las Partidas, obra de carácter jurídico, el monarca ya se atribuye el papel principal, incluso por encima de la todopoderosa Iglesia:  «Soy cabeza de reyno y Vicario de Dios en la tierra«. Algo que a Roma no sentó nada bien.

Si queréis saber más sobre Alfonso X, su época y la conspiración de Nuño González de Lara podéis leer la novela histórica Una semana de libertad, de Rubén Harrysson

Ver en mylibreto: Una semana de libertad