Si se nacía con algún tipo de discapacidad o alguna deformidad física en la Antigüedad, las probabilidades de soplar la vela en la tarta de celebración de tu primer cumpleaños eran muy escasas. El abandono o el infanticidio eran su presente y su futuro. La belicosa y militarizada sociedad espartana arrojaba desde el monte Taigeto a sus hijos deformes y el filósofo Aristóteles ya predicaba…

En cuanto a la crianza de los hijos, debe existir una ley que prohíba criar a ningún defectuoso.

Ya en Roma, los recién nacidos tenían que enfrentarse al veredicto del padre: sublatus (tomarlo) o expositus (abandono). Si lo recogía del suelo significaba que lo aceptaba, lo legitimaba y pasaba a gozar de todos los derechos y privilegios como miembro de la familia. Si por el contrario no eran aceptados, el hijo era expuesto, es decir, era abandonado. En tal caso, los recién nacidos o bien morían, o bien eran adoptados por otras familias. En muchos casos eran recogidos por tratantes de esclavos que los criaban para posteriormente venderlos o, en el caso de niñas, por algún leno (proxeneta) que regentaba un lupanar para ponerlas a trabajar en cuanto pudiese. El abandono de niños fue una práctica común tanto en ricos como en pobres, sin ir más lejos los fundadores de Roma fueron dos bebés abandonados (según la mitología).

Exterminamos a los perros rabiosos y matamos al buey desmandado y bravo y degollamos a las reses apestadas para que no inficionen todo el rebaño; destruimos los partos monstruosos, y aun a nuestros hijos, si nacieron entecos y deformes, los ahogamos; y no es la ira, sino la razón, la que separa de los inútiles a los elementos sanos (Séneca).

Los criterios usados para abandonar a los recién nacidos podían ser por alguna discapacidad o deformidad física, por dudar de que fuesen suyos o, en el caso de los más pobres, por no poder alimentarlo y, en el de los patricios, por cuestiones testamentarias.  Así que, viendo cómo estaban las cosas por aquel entonces, es difícil que llegase hasta nuestros días la historia de alguien nacido con alguna discapacidad, en este caso auditiva, y que viviese para contarlo… pero no imposible. El protagonista de esta historia es Quinto Pedio, el primer sordo de la historia (siglo I a.C.)

Lógicamente, Quinto no fue el primero, pero sí el primero del que tenemos su nombre. Su historia nos ha llegado a través de la obra Naturalis Historia de Plinio Viejo, quien nos cuenta que Quinto, sordo de nacimiento, era hijo del senador Quinto Pedio Publícola y nieto del cónsul Quinto Pedio. Como su discapacidad le impedía seguir el plan de educación del resto de los niños de su edad, su padre buscó una alternativa específica en la que las limitaciones de su hijo no fuesen un problema. Y no fue otra que la pintura. Además de demostrar cierto talento en esta disciplina, al joven Quinto le sirvió como terapia para vivir en un medio hostil, una sociedad que no estaba preparada para albergar a los débiles o los «no iguales». Claro está que su destino habría sido otro muy distinto de no haber nacido en el seno de una familia tan poderosa. Lamentablemente, Quinto murió muy joven y su historia terminó demasiado pronto.