Hijo de padres napolitanos emigrados a EEUU durante la última década del siglo XIX, Alphonse Gabriel Capone, Al Capone, nació el 17 de enero de 1899 en Nueva York. Tras ser expulsado del colegio con 14 años por pegar a una profesora, se dedicó a varios trabajos, hasta que conoció a Johnny Torrio, un célebre capo neoyorquino que se convertirá en su mentor. Poco antes de que entrase en vigor la Ley Seca en 1920 -prohibía la venta, importación, exportación, fabricación y el transporte de bebidas alcohólicas en todo el territorio de Estados Unidos- se trasladaron a Chicago, donde Capone inició una meteórica carrera que en pocos años le permitió controlar el imperio criminal que su mentor había puesto en pie: centenares de prostíbulos, bares clandestinos y garitos de juego. Si sus negocios prosperaron tanto fue gracias a que tenía en nómina a numerosos policías y políticos locales. También ayudó, y mucho, las numerosas víctimas que dejó por el camino. Acababa de nacer el sindicato del crimen
Capone era la viva imagen del malo de la película que no se privaba de nada, pero también la imagen del triunfador americano, la del hombre hecho a sí mismo. Capone era un personaje complejo: suscitaba miedo y envidia en igual medida; despiadado con sus rivales y sensible para los asuntos familiares; un mafioso -según sus tarjetas de visita se presentaba como vendedor de antigüedades- que ordenaba la matanza de San Valentín en 1929 y hombre de negocios preocupado por su comunidad que en 1930, durante la Gran Depresión, abrió comedores sociales que alimentaban gratuitamente a 3.500 personas cada día…
Aunque su historia está ligada a la a la sangre y al alcohol, hay un legado de Capone que se ignora en gran medida: su preocupación porque el consumo de leche fuese seguro y la creación de las fechas de caducidad en los productos. A pesar de que sus negocios criminales (alcohol, el juego, el crimen organizado y la prostitución) le reportaban pingües beneficios, Capone se interesó por otros negocios más mundanos, como el de los lácteos. Su idea era comprar la leche en el vecino estado de Wisconsin, donde era mucho más barata, traerla a Chicago, embotellarla y romper el mercado vendiéndola a menor precio. De esta forma, echaba por tierra el chiringuito que tenía montado el Sindicato de la leche -«el Cartel de la leche«, en palabras de Capone-, que controlaba la producción, distribución, comercialización, los precios e incluso la apertura de nuevos establecimientos. El Sindicato bloqueó las partidas de leche de Al Capone y… Al Capone hizo de Al Capone. Secuestró al presidente sindical y pidió un rescate de $ 50,000 que pagó el Sindicato. Con este dinero compró Meadowmoor, una embotelladora de Chicago, y en 1932, unos meses antes de entrar en prisión, ya tenía «legalizado» su negocio de la leche.
Estando en prisión, circunstancia que no le impedía seguir controlado los negocios, se enteró de que una sobrina enfermó por consumir leche en mal estado. Así que, presionó al Consejo Municipal de Chicago -y cuando Al presionaba era sinónimo de éxito- para que aprobase una ordenanza que obligase a etiquetar la leche con la fecha de caducidad. Dicho y hecho… y hasta hoy en día.
Algunos quisieron ver en esta nueva normativa algo más que un acto de filantropía, porque, casualmente, parece ser que también tenía el monopolio de las máquinas etiquetadoras.
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Es injusto comparar a este hombre, gánster pero benefactor, con actitudes mafiosas de políticos y empresarios corruptos que luego niegan el pan y la sal a los que menos tienen. Al menos, Al Capone tenía su escala de valores, su ética personal, su código deontológico. Otros, ni eso.
Un saludo, Javier.