Durante el Renacimiento, especialmente en las ciudades de Roma y Venecia, se desarrolló un fenómeno social y cultural llamado cortigiane oneste, las cortesanas honestas. Lejos de la sordidez habitual de las prostitutas que ejercían cerca del puente del Rialto, las cortesanas honestas de Venecia se distinguían por ser mujeres refinadas, educadas, cultas y sofisticadas. Estas cualidades les permitían gozar de libertad, autosuficiencia y acceso al mundo del arte y la cultura, algo inimaginable para el resto de mujeres de la época. Los clientes, entre los que se encontraban los hombres más influyentes y poderosos de la sociedad veneciana, sabían que, además de satisfacer sus necesidades carnales, iban a encontrar una compañera con la que poder conversar de arte, filosofía o poesía. Incluso fueron inmortalizadas por grandes pintores como Tiziano, Tintoretto o Rafael. Pero si una destacó de entre todas estas cortigiane oneste fue Verónica Franco. Esta es su historia…
Verónica nació en Venecia en 1546. Fue la hija mayor de Francesco María Franco y Paola Francassa, una cortesana honesta que había dejado la profesión para formar una familia. A pesar de que su madre se preocupó de darle una buena educación con los mejores tutores que la familia podía permitirse y que, de esta forma, pudiese tener cierta independencia, a los 16 años la casaron con un médico llamado Paolo Panizza. Un matrimonio que, desde el primer momento, fue para Verónica un auténtico infierno. En connivencia con su madre, decidieron dar un paso al frente y librarse de aquel borracho pendenciero: reclamó la dote y se separó. La muerte de Francesco dejó a madre e hija solas y sin recursos. Así que, Paola decidió adiestrar a Verónica en las artes amatorias y juntas regresaron a ejercer la antigua profesión de la madre. Ambas aparecían con el mismo precio, dos escudos por noche, en la Tariffa delle puttane, un registro donde se detallaban los nombres y las tarifas de las 215 cortesanas de mayor prestigio -de las más de 3000 mujeres que ejercían las prostitución en Venecia en 1572, sólo a 215 se las consideraba dentro dentro del grupo de las cortesanas honestas-. Unos años más tarde, Verónica superó el prestigio y el caché de su madre -un beso suyo pasó a costar 15 escudos y 50 una noche-, convirtiéndose en la más admirada y solicitada de la ciudad. Aquella situación, permitió a Verónica elegir sus clientes y, sobre todo, ser dueña de su propio destino.
Comenzó a rodearse de lo más selecto de la sociedad veneciana, entablando amistad con grandes artistas y ganándose la protección de los más poderosos. Incluso la propia ciudad de Venecia solicitó de sus servicios con motivo de la visita de Enrique de Valois, actual rey de Polonia y futuro rey de Francia -se cuenta que tuvo mucho ver Verónica en la alianza firmada con Francia-. Aún así, como la envidia es compañera fiel de los miserables, la cortesana honesta tuvo que hacer frente a Verónica, vera unica puttana (Verónica, la única y verdadera puta), unos versos ofensivos y despiadados que circulaban por Venecia obra de Maffeo Venieri, celoso de los amoríos de Verónica con su hermano Marco -se dice que su verdadero amor-. Para acabar de raíz con todo aquello, Verónica retó públicamente a Maffeo a un duelo poético… ganó y se consagró como una gran poeta (que me perdonen los políticamente correctos, pero yo siempre he utilizado poeta para ambos géneros). Llegó a convertir el salón de su casa en una especie de centro cultural donde se daban cita músicos, pintores o literatos para disfrutar de un concierto, conversar de filosofía o escuchar poesía. Incluso llegó a publicar algunas obras como Terze Rime o Lettere familiari a diversi.
Lógicamente, por el camino dejó algún corazón roto y habría de pagarlo. En 1580 Rodolfo Vannitelli, tutor de uno de sus cuatro hijos, la denunció ante la Santa Inquisición por no seguir los preceptos de la Iglesia y por brujería. Aún siendo todo mentira, tuvo que tirar de sus amistades y contactos para salir absuelta. A pesar de un veredicto favorable, desde aquel día Verónica quedó marcada y todos comenzaron a darle la espalda. A pesar de todo, ella siempre fue consciente de las limitaciones de una mujer en una sociedad de hombres…
Condenadas a comer con boca ajena, dormir con ojos ajenos y moverse según los deseos ajenos.
Retirada en su mansión, con la única compañía de sus hijos, intentó que la ciudad construyese una especie de asilo donde acoger a las prostitutas enfermas o ancianas, y dar una segunda oportunidad a las que desearan retirarse de la profesión. En 1591, a la edad de 45 años, moría Verónica, una mujer que demostró que la cultura y la educación les darían a las mujeres la libertad o, mejor dicho, cierta libertad…
Cuando nosotras también estemos armadas y entrenadas, podremos convencer a los hombres que tenemos manos, pies y un corazón como los suyos…
Fuente: Reinas en la sombra – Mª Pilar Queralt
Información Bitacoras.com
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Me recuerda un poco a aquellas hetairas griegas que compartían su tiempo con gentes de talento en la antigua Grecia.
Un saludo.
Es tremendo comprobar como cada vez que una mujer consigue dar un paso, se planta la Iglesia delante para acabar con ella. Qué poco hemos aprendido, desde entonces.
Un saludo
Qué poco has aprendido tú… La Iglesia la absolvió, lo dice el artículo.
Apasionante
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[…] Durante el Renacimiento, especialmente en las ciudades de Roma y Venecia, se desarrolló un fenómeno social y cultural llamado cortigiane oneste, las cortesanas honestas. Lejos … […]
Super interesante, gracias por compartir esto, me encanto.
[…] Durante el Renacimiento, especialmente en las ciudades de Roma y Venecia, se desarrolló un fenómeno social y cultural llamado cortigiane oneste, las cortesanas honestas. Lejos de la sordidez habitual de las prostitutas que ejercían cerca del puente del Rialto, las cortesanas honestas de Venecia se distinguían por ser mujeres refinadas, educadas, cultas y sofisticadas. Estas cualidades les permitían gozar de libertad, autosuficiencia y acceso al mundo del arte y la cultura, algo inimaginable para el resto de mujeres de la época. Los clientes, entre los que se encontraban los hombres más influyentes y poderosos de la sociedad veneciana, sabían que, además de satisfacer sus necesidades carnales, iban a encontrar una compañera con la que poder conversar de arte, filosofía o poesía. Incluso fueron inmortalizadas por grandes pintores como Tiziano, Tintoretto o Rafael. Pero si una destacó de entre todas estas cortigiane oneste fue Verónica Franco. Esta es su historia… Verónica nació en Venecia en 1546. Fue la hija mayor de Francesco María Franco y Paola Francassa, una cortesana honesta que había dejado la profesión para formar una familia. A pesar de que su madre se preocupó de darle una buena educación con los mejores tutores que la familia podía permitirse y que, de esta forma, pudiese tener cierta independencia, a los 16 años la casaron con un médico llamado Paolo Panizza. Un matrimonio que, desde el primer momento, fue para Verónica un auténtico infierno. En connivencia con su madre, decidieron dar un paso al frente y librarse de aquel borracho pendenciero: reclamó la dote y se separó. La muerte de Francesco dejó a madre e hija solas y sin recursos. Así que, Paola decidió adiestrar a Verónica en las artes amatorias y juntas regresaron a ejercer la antigua profesión de la madre. Ambas aparecían con el mismo precio, dos escudos por noche, en la Tariffa delle puttane, un registro donde se detallaban los nombres y las tarifas de las 215 cortesanas de mayor prestigio -de las más de 3000 mujeres que ejercían las prostitución en Venecia en 1572, sólo a 215 se las consideraba dentro dentro del grupo de las cortesanas honestas-. Unos años más tarde, Verónica superó el prestigio y el caché de su madre -un beso suyo pasó a costar 15 escudos y 50 una noche-, convirtiéndose en la más admirada y solicitada de la ciudad. Aquella situación, permitió a Verónica elegir sus clientes y, sobre todo, ser dueña de su propio destino. Comenzó a rodearse de lo más selecto de la sociedad veneciana, entablando amistad con grandes artistas y ganándose la protección de los más poderosos. Incluso la propia ciudad de Venecia solicitó de sus servicios con motivo de la visita de Enrique de Valois, actual rey de Polonia y futuro rey de Francia -se cuenta que tuvo mucho ver Verónica en la alianza firmada con Francia-. Aún así, como la envidia es compañera fiel de los miserables, la cortesana honesta tuvo que hacer frente a Verónica, vera unica puttana (Verónica, la única y verdadera puta), unos versos ofensivos y despiadados que circulaban por Venecia obra de Maffeo Venieri, celoso de los amoríos de Verónica con su hermano Marco -se dice que su verdadero amor-. Para acabar de raíz con todo aquello, Verónica retó públicamente a Maffeo a un duelo poético… ganó y se consagró como una gran poeta (que me perdonen los políticamente correctos, pero yo siempre he utilizado poeta para ambos géneros). Llegó a convertir el salón de su casa en una especie de centro cultural donde se daban cita músicos, pintores o literatos para disfrutar de un concierto, conversar de filosofía o escuchar poesía. Incluso llegó a publicar algunas obras como Terze Rime o Lettere familiari a diversi. Lógicamente, por el camino dejó algún corazón roto y habría de pagarlo. En 1580 Rodolfo Vannitelli, tutor de uno de sus cuatro hijos, la denunció ante la Santa Inquisición por no seguir los preceptos de la Iglesia y por brujería. Aún siendo todo mentira, tuvo que tirar de sus amistades y contactos para salir absuelta. A pesar de un veredicto favorable, desde aquel día Verónica quedó marcada y todos comenzaron a darle la espalda. A pesar de todo, ella siempre fue consciente de las limitaciones de una mujer en una sociedad de hombres… Condenadas a comer con boca ajena, dormir con ojos ajenos y moverse según los deseos ajenos. Retirada en su mansión, con la única compañía de sus hijos, intentó que la ciudad construyese una especie de asilo donde acoger a las prostitutas enfermas o ancianas, y dar una segunda oportunidad a las que desearan retirarse de la profesión. En 1591, a la edad de 45 años, moría Verónica, una mujer que demostró que la cultura y la educación les darían a las mujeres la libertad o, mejor dicho, cierta libertad… Cuando nosotras también estemos armadas y entrenadas, podremos convencer a los hombres que tenemos manos, pies y un corazón como los suyos… Fuente: Reinas en la sombra – Mª Pilar Queralt […]
muy interesante este post y saber que todo vino de una «prostituta»
[…] JAVIER SANZ — 14 FEBRERO 2016 […]