Aunque hayan pasado las fechas navideñas, siempre es buen momento para hablar de Jesús de Nazaret. Algo tiene ese galileo universal que nunca pasa de moda. Esta vez nos centraremos en un tema incluso más trillado que su famoso nacimiento: su muerte. ¿Acaso se puede contar algo nuevo sobre la muerte de Jesús a estas alturas de la película? Pues sí, aún queda espacio para la sorpresa. Más que de la muerte en sí, vamos a hablar de su (supuesta) tumba. Mucho se ha especulado sobre el lugar donde descansan los huesos de Cristo. Según la versión «oficial», tal lugar ni siquiera existe. Ya saben, la ascensión a los cielos y todo eso. También hay propuestas más o menos estrambóticas que dicen que, tras la crucifixión, Jesús marchó a parajes lejanos a vivir su vida tranquilamente, lejos de judíos y romanos. Es de sobra conocida la hipótesis de su retiro en Cachemira, donde algunos afirman que vivió pacíficamente hasta el fin de sus días. Ciertas tradiciones lo hacen llegar hasta Francia, otros lo mandan a Egipto… Hay historias de todos los colores, más o menos apócrifas, a gusto del consumidor. Pero la que vamos a contar a continuación las supera a todas. Porque, según cierta teoría, la tumba de Jesucristo estaría nada menos que… en Japón.
Más concretamente en Shingo, prefectura de Aomori, en el norte de la isla principal del archipiélago nipón. Casi pegando a Vladivostok. A unos 10.000 km de distancia de Palestina. Ahí es nada. ¿Cómo llegó a parar allí el mesías de Israel? Una antigua tradición japonesa nos lo explica con pelos y señales.
Para empezar, no era la primera vez que Jesús pisaba tierras niponas. Al parecer, ya había estado por esos parajes de visita durante los años de su vida oculta, con propósitos desconocidos. Tampoco sabemos si el trozo de océano Pacífico que separa Japón del continente lo cruzaría caminando sobre las aguas, o si echó mano de alguna barca de pescadores él que siempre tuvo contactos en el gremio. El caso es que, tras pasar una temporada disfrutando de la nieve y los paisajes del norte de Japón, volvió a Palestina para seguir el curso de la historia que todos conocemos. Pero se ve que aquello le gustó, porque tras bajar del Calvario decidió que Aomori era un buen lugar para instalarse y, tal vez, echar raíces. Y allá que se fue otra vez, esta vez para quedarse. Si lo que buscaba era poner tierra de por medio, desde luego no era mala elección. Más lejos de Galilea, difícil.
Pero conviene aclarar que, según este evangelio apócrifo japonés, la crucifixión no fue como nos la han contado. En realidad, quien murió en la cruz no fue Jesús, sino, atención, su hermano Isukiri, que se inmoló en su lugar. Aclaremos que, si el nombre suena poco hebreo, es porque se trata sin duda de una adaptación a la fonética japonesa. Por ejemplo, a Cristo en Japón se le llama Kirisuto, ya que para ellos es complicado pronunciar sílabas cerradas. «Isukiri» suena un tanto chusco, pero probablemente es lo mejor que pudieron hacer los japoneses antiguos para pronunciar el arameo. En cualquier caso, para salvar la vida de su divino hermano, Isukiri les dio el cambiazo a los romanos y fue él quién acabó clavado en el madero en el Gólgota. Ya sabemos en qué se inspiraron los Monty Python para su famoso numerito del reparto de las cruces en La vida de Brian.
Desolado por la tragedia, Jesús decidió abandonar tierras israelitas y volver a Japón, llevando consigo los restos de su hermano. Y, de paso, un buen puñado de reliquias como mechones de pelo de la Virgen María y delicadezas por el estilo. Tras atravesar todo Asia Menor y Siberia (con el cadáver de Isukiri a cuestas, recordemos), llegó de nuevo a Japón, donde al fin pudo tomarse un merecido descanso. Y vaya si lo hizo, y además para siempre. Se asentó en la pequeña aldea de Shingo, donde se casó con una lugareña, tuvo hijos y vivió hasta la edad de 106 años. Al morir, sus restos fueron enterrados en un túmulo en las afueras del pueblo, junto a los de su hermano mártir. Y esas son las tumbas que hoy, 2.000 años después, podemos visitar en Aomori.
No, no nos hemos vuelto locos. Por increíble que parezca, hay una tradición inmemorial en la zona que asegura que las cosas ocurrieron exactamente así. Y, por si fuera poco, existen también documentos escritos que prueban fehacientemente todo esto. Sintiéndolo mucho, parece que los escépticos no tienen dónde agarrarse.
Las peripecias asiáticas de Jesús están recogidas en su testamento, una colección de diferentes escritos que salieron a la luz a finales del s. XIX. Supuestamente, datan de 1.500 años atrás y serían copia, a su vez, de otros pergaminos anteriores. Se han transmitido de generación en generación dentro de la familia Takenouchi, cuyos miembros han servido a lo largo de la historia como sacerdotes de cierto santuario sintoísta en la vecina prefectura de Ibaraki. O sea, que los custodios del último secreto de Jesucristo en la tierra no son cristianos, sino sacerdotes de un culto pagano politeísta. Viva el sincretismo religioso.
Quien sacó a la luz y popularizó estos documentos, ya entrado el s. XX, fue un tal Wado Kosaka, cosmoarqueólogo vocacional de oscuros orígenes que se encargó de transcribir los legajos originales, compilarlos e incluso traducirlos a varios idiomas. Los documentos existen, de eso no hay duda. Ahora bien, su autenticidad ya es harina de otro costal. Ningún estudioso en Japón (ni en el extranjero) se los ha tomado nunca en serio, y es difícil no darles la razón. Pero la leyenda está ahí, vivita y coleando después de un par de cientos de años, y la aldea de Shingo saca buena tajada de ella gracias al turismo. La tumba de Cristo es la principal industria del pueblo. De algo hay que vivir cuando en tu tierra los arrozales están sepultados bajo metro y medio de nieve la mayor parte del año.
Pero, con rastro mesiánico o sin él, lo cierto es que Shingo es un lugar extraño. Tiene una inefable conexión con el misterio. Y, claro, a poco que se rasca no tardan en aparecer pequeños detalles que siembran la duda. Por ejemplo, desde antiguo, entre los nativos del lugar abundan las personas de rasgos más parecidos a los occidentales que a los japoneses. Si bien hay razones perfectamente lógicas que explican estas variaciones genéticas, los defensores de la teoría de Isukiri y compañía se aferran a ello para «demostrar» sus postulados. Para ellos, esos japoneses caucasianos serían en realidad descendientes de la sangre de Cristo. O sea, los cátaros del lejano oriente, para entendernos. Para más inri, también parece haber palabras de posible origen hebreo en el dialecto de la zona. Pero estas teorías de mestizaje transoceánico no se limitan a Jesús. Siempre ha habido leyendas sobre tribus perdidas de Israel que, hace más de 3.000 años, pudieron llegar en su éxodo hasta las islas de Japón, a través también de Siberia. Pretender que los japoneses son descendientes de Abraham se antoja difícil de creer, pero la teoría esta ahí, y hay quien la defiende. De todo hay en la viña del señor.
Si tras leer todos estos argumentos los lectores siguen pensando que, después de todo, la historia que cuenta la Biblia resulta mas creíble, no les culpamos. Sospechamos que los paisanos de Shingo, en su fuero interno, son de la misma opinión. Pero se cuidan muy mucho de confesarlo en público. Para ellos, oficialmente, los descendientes de Jesús de Nazaret siguen viviendo en Aomori en pleno s. XXI. Aunque tengan apellido japonés y sean budistas.
En cualquier caso, sea quien sea quien descansa en esas tumbas, están cuidadas con todo el cariño del mundo. Siempre limpias y relucientes. Incluso las bendicen todos los años cuando llegan las fiestas del pueblo. Lo único malo es que, en vez de traer a un cura para hacer los honores, como seria de rigor, lo hacen por los ritos sintoístas. Ay, si Isukiri levantara la cabeza…
Colaboración de R. Ibarzabal de Historias de Samuráis
Fuentes e imágenes: Destino Japón – Manuel Luca De Tena; Did Jesus Christ live and die in northern Japan?
Estrambótico es pensar que Cristo existiera. Más estrambótico que se llamara Cristo, que no es Arameo sino Griego. Christos – mesías.
Información Bitacoras.com
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Lamento decirte que la existencia de Cristo esta comprobada históricamente, no por la Biblia, sino por historiadores contemporáneos, Flavio Josefo es uno de ellos, pero si googleas un poco encontrarías mucha información no religiosa sobre esto. Y el nombre no era Cristo, sino Yhesua o Jesua , cristo o mesías lo llamaban en una cultura helenizada por las conquistas Alejandrinas . saludos
¿Cómo? ¿No estaba por Barcelona?
Ahora en serio: es probable hasta que no esté en parte alguna, aunque nunca hay que dejar la puerta abierta a hipótesis y posibles hallazgos.
Un saludo.
Hombre, todo puede ser, pero atravesar todo Eurasia a pie en cosa de un año es un viaje de narices 😉
Quien no tenga fe para creer en la historia del Señor, ni me imagino de donde va a sacarla para creer en semejante estupidez, esto es pero que el señor de los anillos jaja
Pues para el caso es lo mismo ya que todos los escritos sean griegos o romanos, también son mitos
Todo muy bien, hasta que te enteras que Jesús (de haber existido) no puede haber sido «caucásico»; también, que la tradición cátara es muy posterior a los sucesos del Gólgota, apenas una derivación.
bueno… resulta más creíble que el creer que se convirtió en un zombi judío con p
bueno… resulta más creíble que el creer que se convirtió un zombi judío con poderes de levitación jajajajja
Y Elvis, donde encajamos a Elvis Presley en esta historia? Por qué seguro que alguien nos dice que también está allí enterrado.
Gracias amigo Javier Sanz. Es una historia muy bonita. Y, además con la participación de los Monty Python. Pasé un buen rato. Reitero «GRACIAS». Saludos y felicidades..
Como buen cristiano tendré mis dudas sobre está explicación que sale a la luz desde mi punto de vista con una convicción un poco tímida, aunque no me importaría escuchar algún razonamiento de una persona que defienda esta versión para poder valorar con un cierto criterio las dos versiones.
[…] La tumba de Jesucristo podría estar en el norte de Japón […]
Si Kirisuto es la japonesización de Cristo, el Isukiri que murió crucificado suena bastante a lo mismo de Jesús – Iesus en latín… ¿dos personas distintas de la misma trinidad?
[…] Vía Historias de la historia […]
Los «rasgos caucásicos» es más probable que los hayan sacado de los ebisu, nombre genérico delos indígenas de Japón, anteriores a los yamato (o «japoneses de Japón», como se llaman a sí mismos). Estos pueblos, en general y por convergencia evolutiva, tenían rasgos físicos similares a los europeos (piel blanca capaz de ponerse morena, cabello castaño frecuentemente ondulado, existencia de ojos claros, abundante vello facial, facciones marcadas…), pero en bajito, por ser isleños. Los únicos ebisu que perviven en la actualidad, y bastante mezclados con japoneses o rusos de distintas procedencias, son los aínos (que se suponen cruce de dos pueblos ebisu distintos).