Si hoy en día hablamos de un kamikaze todos pensamos que nos referimos a los pilotos suicidas de la Armada Imperial japonesa que se lanzaban contra las unidades o instalaciones aliadas durante la Segunda Guerra Mundial, pero la leyenda del Kamikaze (viento divino) hace referencia a dos poderosos tifones que destruyeron la flota mongola de Kublai Khan cuando intentó conquistar Japón en dos ocasiones durante el siglo XIII. Hecha la aclaración, vayamos con la terrible historia de una familia kamikaze.
A mediados de 1944, tras varias derrotas estratégicas, como la pérdida de la base de Saipán, desde la que los estadounidenses podían lanzar sus bombarderos B-29, las cosas empezaron a ponerse muy difíciles para los japoneses en el Frente del Pacífico. Si a esto añadimos que la superioridad aérea aliada ya era demasiado evidente, que la brecha en la capacidad industrial para producir nuevas naves se hacía cada vez mayor en favor de los estadounidenses, así como la de reclutar nuevos pilotos, y no nos olvidamos de la falta de voluntad para rendirse, tenemos un escenario propicio para la desesperación, que conduce a que ya nada importe y a la idea de que el sacrificio representa la única solución. Y aquella única solución fue crear una unidad de ataque especial (Tokkotai), formada por voluntarios para convertir sus aviones en torpedos guiados por piloto. Fueron los primeros kamikazes organizados, ataques suicidas puntuales los hubo desde el ataque a Pearl Harbor en 1941. Los primeros kamikazes disfrutaron del elemento sorpresa y tuvieron cierto éxito, pero una vez que los estadounidenses entendieron a qué se enfrentaban se convirtieron en presas fáciles. Casi 4.000 pilotos murieron en estas misiones suicidas, la mayoría entre 18 y 24 años. Creían que morir por Japón y su emperador era muy honorable, se sentían los herederos de los samuráis de la Edad Media.
Aunque también hubo un mucho de manipulación y miedo a ser tachados de cobardes, las historias de los kamikazes están a caballo entre el fanatismo y el honor, pero ninguna llega al extremo de la del piloto nipón Hajime Fujii y su esposa Fukuko.
Hajime fue herido en un mano durante la guerra que enfrentó a Japón y China en los años 30. Fue llevado al hospital y allí le atendió Fukuro, la enfermera que se convertiría en su esposa y con la que tendría dos niñas: Kazuko y Chieko. Debido a la incapacidad que le produjeron las heridas sufridas en su mano izquierda, fue enviado a la Academia de la Fuerza Aérea del Ejército Imperial Japonés donde, tras graduarse, fue nombrado instructor. Hajime se encargó de formar a los futuros pilotos y, más tarde, a los kamikazes, inculcándoles un profundo sentido de lealtad y patriotismo. Para Hajime no era postureo, creía en aquellos ideales y con frecuencia les decía que moriría con ellos si pudiera. Y eso precisamente le hacía sentirse un hipócrita. Así que, a pesar de que su esposa le pidió que no lo hiciese, se ofreció a su superior para formar parte del siguiente escuadrón suicida. En dos ocasiones rechazaron su solicitud por estar casado y tener hijos. Los kamikazes debían ser solteros.
Lógicamente, Fukuko se alegró por ello… al principio. Con el paso de los días, veía como la frustración y el tormento convertían a su marido en un alma en pena, e incluso llegó a sentirse la responsable de aquella situación. Así que, atajó el problema tomando una decisión terrible. La mañana del 14 de diciembre de 1944, mientras su esposo estaba en la academia, Fukuko escribió una carta a su esposo pidiéndole que cumpliese con su deber y que no se preocupase por su familia, lo esperarían. Se vistió con su mejor kimono y abandonó la casa con Kazuko (3 años) y Chieko (1 año). Se ató junto a sus hijas y se arrojó a las gélidas aguas del río Arakawa.
Ahora era él el que se sentía culpable, ya sólo le quedaba hacer lo que su mujer le pidió. Enterró a su familia y le escribió una carta a su hija mayor…
Es dolorosamente triste que junto con tu madre y tu hermana os sacrificásteis por tu padre debido a mi ferviente deseo de dar la vida por nuestro país. […] Papá estará muy pronto con vosotras. En ese momento te abrazaré mientras duermes. Si Chieko llora, cuídala bien. […] Papá realizará una gran hazaña en el campo de batalla y os la llevará como regalo.
Hajime se cortó el dedo menique y volvió a presentar su solicitud firmada con su propia sangre que, lógicamente, fue aceptada. Justo antes del amanecer del 28 de mayo de 1945, los nueve aviones del Escuadrón Shinbu, comandado por Hajime, se dirigieron a Okinawa, cuando se toparon con dos destructores, el USS Drexler y el USS Lowry. Hajime dio la orden y se lanzaron contra ellos. Siete aviones fueron derribados antes de alcanzar sus objetivos y sólo dos consiguieron impactar en el Drexler, hundiéndolo en cuestión de minutos. Hajime pilotaba uno de ellos. Al día siguiente, el padre de Fukuko recibía un telegrama que había escrito Hajime poco antes de despegar hacia Okinawa.
Espero reunirme con Fukuko, Kazuko y Chieko.
Sabía que sería aquel día.
No sé cómo una gente tan burra como los japoneses se pusieron a la cabeza de muchas de las tecnologías actuales a los pocos años de su catastrófica derrota…
Me temo que de burros no tienen nada, en todo caso los burros seríamos nosotros que no somos capaces de entender (no significa aceptar) su forma de ser y su cultura. En nuestra cultura occidental y cristiana hay ejemplos abundantes de ataques suicidas en combate. Por ejemplo, aquí en Historias de la Historia se puede leer el artículo de Pérez Reverté sobre el Regimiento Alcántara (cayó, en una sola jornada, más del 90% de sus efectivos), y ninguno dió un paso atrás, combatieron y cayeron hasta los cornetas adolescentes, los veterinarios, el capellán, los herreros. La lista es larga, pero agrego solamente la tradición lamentable de los capitanes de buques de guerra, que se inmolan junto a su buque hundido en nombre de un honor que nadie pone en duda, pero privan a su nación de un profesional altamente entrenado y difícil de reponer. Cito el caso de un piloto norteamericano, que estrelló voluntariamente su avión contra un torpedo japonés a punto de impactar su propio portaaviones. Por otra parte, ya antes de la WWII Japón tenía capacidad industrial y científica, suficiente como para desarrollar, en el campo militar básicamente, armas avanzadas para la época: uno de los mejores cazas (Mitsubichi Zero), el torpedo de oxígeno (Que hizo que los americanos perdieran casi todas las primeras batallas navales de la guerra) y el acorazado Yamato. Lo que me resulta imposible de aceptar bajo ningún concepto es el infanticidio de los hijos por su propia madre: debió dejar que muriera su marido, así fuera de pena. Gracias
[…] entrada La terrible historia de una familia kamikaze se publicó primero en Historias de la […]
En asuntos que tienen que ver con ‘’el más allá y la religión’’ a los más ‘’inteligentes’’ la inteligencia se les va a los pies. – Cierto Javier ?
Pobre familia, ideales envueltos en una guerra sin sentido. ¿No les vino a la cabeza a los japoneses usar esos 4000 pilotos en 4000 aviones para al menos causar grandes daños en las escuadras de bombarderos?
“Casi todos hemos sido educados en el espíritu nacionalista. Nos educaron para amar a nuestro país en oposición a otro, para considerar nuestro pueblo superior a otro y así sucesivamente. Esta superioridad, este orgullo se implanta en nuestra mente desde la infancia y lo aceptamos, vivimos con eso tolerándolo. Con esa delgada capa que llamamos la mente consciente, intentamos comprender este problema y su significado más profundo. En primer lugar, lo aceptamos y estamos condicionados por él a causa de las influencias ambientales. Este espíritu nacionalista alimenta también nuestra vanidad. La afirmación de que pertenecemos a ésta o aquella raza o a tal país nutre nuestros pequeños, mezquinos, pobres egos, los infla como velas, y estamos dispuestos a defender, matar o ser mutilados en nombre de nuestro país, de nuestra raza, de nuestra ideología. Al identificarnos con lo que consideramos que es más grande, esperamos volvernos más grandes nosotros. Pero seguimos igual de pobres, es sólo la etiqueta la que cobra mucha importancia y poder”.
Jiddu Krishnamurti
Gracias por su envío de «HISTORIAS DE LA HISTORIA».
Redacción muy liviana agradable de leer