Siempre que salen a relucir frases populares de la historia del cine hay alguien que dice aquello de: “No encuentro mis piernas”. En realidad, en la película Acorralado, John Rambo decía: “…y no consigo encontrar sus piernas. No encuentro las piernas. No puedo quitármelo de la cabeza. Y así siete largos años, día tras día…”. Es, posiblemente, uno de los momentos que mejor define el estrés postraumático que sufren muchos combatientes tras pasar por un campo de batalla.

John Rambo

Muchas personas piensan que dichos problemas comenzaron a raíz de la Guerra de Vietnam, y no es cierto. En realidad, antes de ese conflicto bélico los ejércitos intentaban ocultar la realidad. En la Segunda Guerra Mundial los soldados de ambos bandos robaban las raciones de morfina para empapar tabaco y fumarla como sistema para evadirse de la sangre y los cañonazos. Los británicos fusilaban “por cobardía”. Los estadounidenses retiraban a la víctima a hospitales de retaguardia para que descansara y se relajase. Los alemanes obligaban a sus pilotos a tomar drogas estimulantes y café… Y a veces, a pesar de ello, salía a la luz el problema. Es bien conocida la anécdota de cómo el general Patton golpeó a un soldado que sufría de estrés. En la Primera Guerra Mundial se fusilaba o se enterraba el tema en hospitales psiquiátricos. Si nos remontamos más aún en el tiempo, Heródoto nos habla del griego Epizelus, que durante la Batalla de Maratón perdió la vista sin causa aparente.

Estrés postraumático guerra

El año pasado se encontraron las pruebas más antiguas de trastornos por estrés postraumático. El descubrimiento lo realizó un equipo de la Universidad de Anglia Ruskin del Reino Unido, dirigido por el profesor Jamie Hacker Hughes en colaboración con el doctor Walid Abdul-Hamid, del Queen Mary College de Londres. El profesor, psicólogo clínico y antiguo consultor del Ministerio de Defensa británico, encontró claras evidencias de este problema en textos asirios de 3300 años de antigüedad. Según el sistema militar asirio, a los nuevos reclutas se les sometía a un año de entrenamiento y trabajos intensivos construyendo obras públicas. Pasado ese tiempo, entraban en campaña durante un año, tras el cual volvían a otros ciclos anuales de trabajo y combates.

En las tablillas se describen síntomas claros de estrés, como los ataques de nervios y cambios de humor repentinos, las convulsiones en las extremidades o, sobre todo, las terribles pesadillas nocturnas. También se indica que algunos guerreros veían en sueños a sus compañeros difuntos, a los enemigos a los que habían matado cuerpo a cuerpo, e incluso las conversaciones que mantenían con ellos. Esto producía en los asirios una enorme psicosis, no solo por las continuas pesadillas y la negación, consecuente, a conciliar el sueño, sino por la interacción con sus víctimas.

Guerreros asirios

Y es que, para los sumerios y los asirios el mundo de los sueños era tan real como el mundo normal. Pensaban que lo que se soñaba sucedía de verdad, pues de alguna manera el mundo onírico se relacionaba con el Mundo del Otro Lado (o mundo de los muertos e infierno). Durante muchos años se pensó que los mesopotámicos consideraban el Mundo del Otro Lado como un sitio localizado bajo tierra. Actuales traducciones y nuevos textos encontrados muestran una imagen distinta. Por lo visto, para ellos el mundo infernal coexistía como un mundo paralelo al nuestro. Los difuntos no podían interaccionar con los vivos mientras estos estuvieran despiertos pero, una vez dormidos, ambos mundos se fundían. Para un guerrero asirio, debía ser espantosa la idea de tener que hablar, una noche tras otra, con el soldado elamita al que había clavado una lanza. Y también hay que señalar que en ese momento de interacción entre ambos mundos, los espíritus y los difuntos podían hacer daño, tanto físico como espiritual. Para un mesopotámico muchas enfermedades eran el resultado de la interacción durante el sueño con un espíritu, un diablo o con un enemigo. Podemos, pues, imaginar el miedo del combatiente asirio cuando durante días y días, su víctima le habla, le amenaza y le tortura de múltiples formas.

Como vemos, el estrés postraumático ha existido, seguramente, desde que existe la guerra y, en algunos instantes, al terror psicológico se ha unido otro tipo de terror producido por causas culturales y religiosas. Y es que, como bien dijo el general William Tecumseh Sherman:

La guerra es el infierno.

Y alguien que creó un infierno sobre la tierra durante la Guerra de Secesión Americana, debía saber bien de qué hablaba.

Colaboración de Joshua BedwyR autor de  En un mundo azul oscuro