Hay gente, la inmensa mayorí­a, que ante determinadas situaciones pierde la calma y otros, los menos, que hasta en situaciones lí­mite conserva la calma y hasta el sentido del humor. Como máximo exponente de esté último grupo tenemos a Tomás Moro (escritor y polí­tico inglés).

Tomás Moro nació en Londres en 1477, en 1516 publicó «Utopí­a» en el que describí­a un mundo en el que todos los hombres eran iguales y seguí­an a un único Dios justo y bueno (este es el origen del término utopí­a). Desde 1518 se dedicó en exclusiva al servicio del rey, Enrique VIII, ocupando el puesto de canciller. El divorcio de Enrique VIII de Catalina de Aragón y su posterior boda con Ana Bolena, no fue aceptado por Tomás Moro y dimitió. El Papa tampoco lo aceptó y Enrique VIII renegó de la Iglesia católica y fundó el anglicanismo.

La fidelidad a la Iglesia de Roma le supuso a Tomás Moro la condena a la pena máxima -decapitación- acusado de alta traición. Para subir al cadalso solicitó la ayuda de un cortesano para subir las escaleras. Como éste dudaba en prestarle auxilio, le dijo:

No os preocupéis que no volveré a importunaros para bajar.

El 6 de julio de 1535 fue decapitado. Canonizado por Pí­o XI en 1935. Lo dicho, gracia y salero hasta el matadero.

Fuentes: Breve Historia del saber – Charles Van Doren y El parche de la Princesa de éboli – Mª Pilar Queral