Durante muchos siglos, Roma fue la civilización por excelencia en la mayor parte del mundo conocido, sin embargo, también el Imperio romano cayó o, como anticipó Edward Gibbon en Decadencia y caída del Imperio Romano (siglo XVIII), lo realmente extraño del Imperio no fue su caída, sino los años que estuvo en pie. ¿Responsables de la caída? Pues la inflación, políticas fiscales y económicas nada acertadas que se entrelazaron directamente con otras cuestiones tan importantes como la política o el ejército, una mezcla “explosiva” que acabó por hacer estallar todo por los aires. Las instituciones que en el pasado organizaron aquel vasto territorio quedaron vacías de poder y los antiguos legionarios que habían conquistado el mundo se habían apesebrado, hasta el punto de que en lugar de luchar por la patria (o como se dijese por aquel entonces) como era su obligación, se metieron también en política, poniendo y quitando emperadores. Treinta y nueve hubo en medio siglo; y muchos, asesinados por sus colegas. Emperadores que, por cierto, a cual más nefasto, ya que solo se preocupaban por asegurarse el saneamiento de sus cuentas personales y hacer lo que fuese por seguir ocupando el trono un día más. Lo de ocuparse del pueblo, eso ya era cuestión del pasado.
¿Y qué fue de aquello de culpar a las invasiones bárbaras de la caída de Roma? Pues que nada de nada. Aquel gigante con pies de barro se vino abajo y los bárbaros lo único que hicieron fue rematar la faena y recoger sus restos para tratar de emular su esplendor. Eso sí, es normal que el término bárbaro tenga hoy connotaciones negativas, si los que escribieron tu historia, porque los bárbaros no eran de escribir mucho, fueron los que perdieron su posición de privilegio.
El término bárbaro. En su primera acepción, dice la RAE “perteneciente a los pueblos que desde el siglo V invadieron el Impero romano y se fueron extendiendo por la mayor parte de Europa”, y en posteriores acepciones lo hace sinónimo de fiero, cruel, temerario, inculto, grosero, tosco… y todo lo que queráis añadir. Entonces, ¿cómo se llegó a esta relación? En origen, la palabra “bárbaro” procede del griego y significa “extranjero”, y se utilizaba para designar a cualquier persona de fuera del territorio heleno. A los ciudadanos de otras polis distintas a la propia les llamaban xenos (de ahí viene xenofobia). Aunque cada ciudad de Grecia era un Estado independiente, el hecho de compartir una cultura, una religión y una lengua, les daba una identidad común frente a los pueblos extranjeros, especialmente frente a los persas. Estos mismos persas son, de forma inconsciente, los creadores de la palabra “bárbaro”. La lengua persa se caracterizaba por el uso, casi abusivo, de la letra “–a”, por lo que cuando ellos hablaban ,los griegos entendían “barbar-“. Por lo tanto, “bárbaro” es una onomatopeya de la lengua de los persas. Ya en época romana, el pueblo latino, que en principio fue tenido como “bárbaro” para los helenos, dejó de serlo cuando tomaron y adaptaron la cultura griega. A su vez, ellos usaron este término para los pueblos que fueron conquistando y para los que vivían más allá de sus fronteras. Por eso, los pueblos germanos del norte que entraron en el imperio romano tenían este apelativo. Y si a esto añadimos que no solo entraron, sino que ocuparon el territorio romano de Occidente en un visto y no visto, tenemos la explicación de que el significado de “cruel, violento” fuese ganando terreno en detrimento de “extranjero” hasta que este último significado desapareció.
En resumen (estilo José Mota)…
para guarnecer las fronteras, el limes del Danubio, el muro de Adriano y sitios así, los legionarios les dijeron a los bárbaros de enfrente: «Oye, Olaf, quédate tú aquí de guardia con el casco y la lanza que yo voy a Roma a por tabaco». Y Olaf se instaló a este lado de la frontera con la familia, y cuando se vio solo y con lanza llamó a sus compadres Sigerico y Odilón y les dijo: «Venid pacá, colegas, que estos idiotas nos lo están poniendo a huevo». Y aquí se vinieron todos, afilando el hacha. Y fue lo que se llamaron invasiones bárbaras.
Quién iba a pensarlo?
La caída del imperio romano conocida como una epopeya fue más bien parecida a una aventura más de Astérix y Obélix.
Hay que tener muy poca vergüenza para copiar casi literalmente el capítulo 4 del libro de D.Arturo Pérez Reverte «Una Historia de España» y ni siquiera dignarse a citarlo.
Tienes toda la razón en la parte con formato cita, en el resto del artículo no, y también en que se me pasó enlazar el artículo IV de «Una historia de España» de la serie Patente de Corso de mi admirado Pérez-Reverte y, como error mío, lo admito y lo subsano.
El resto, lo de juzgar, lo dejo para usted.