Si visitáis el MOMA (Museo de Arte Moderno de Nueva York) podréis contemplar una de las mejores obras del gran pintor Pablo Picasso, Las señoritas de Avignon (o Aviñón). Pues siento deciros que no son señoritas (entendiendo «señorita» como un tratamiento de cortesía que se da a las maestras de escuela o a mujer joven y soltera) ni tampoco son de Avignon o Aviñón (Francia), son prostitutas de Barcelona. Cuando Picasso pintó este cuadro en 1907, como ocurrió con muchos otros, no le puso ningún título ni nombre. Sería su amigo, y crítico de arte, André Salmon quien las bautizaría como Les demoiselles de Avinyó, como un recuerdo u homenaje a las prostitutas de la calle Avinyó cuando Picasso vivió en Barcelona. Y de «Avinyó» a «Aviñón” sólo hay… unos siglos, concretamente hasta el siglo XIV.

En 1309, el Papa Clemente V trasladó la sede papal de Roma a Aviñón, permaneciendo allí casi 70 años y durante el pontificado de 7 Papas: Clemente V, Juan XXII, Benedicto XII, Clemente Vi, Inocencio VI, Urbano V y Gregorio XI. Ante las injerencias de poder entre Papas y Reyes/Emperadores y las diferentes guerras que asolaban la península itálica, Clemente V se guareció bajo la protección del rey francés y trasladó la corte papal a Aviñón.

Aquí los Papas vivían en jaulas de oro (grandes palacios, rodeados de obras de arte, en buena compañía…) pero cautivos de los reyes de Francia; por esto, a este período también se le ha llamado la cautividad babilónica de los Papas, por analogía con el cautiverio sufrido por los judíos en Babilonia (siglo VI a.C.). Según las palabras del poeta y humanista Francesco Petrarca, que por su trabajo conoció esta nueva corte papal, allí podríamos encontrar a las señoritas de Aviñón…

Aviñón es la vergüenza de la humanidad, un pozo de vicios, una cloaca en que se encuentra toda la suciedad del mundo. Allí se desprecia a Dios, sólo se venera al dinero, y se pisotea la ley de Dios y la de los hombres. Todo allí respira la mentira: el aire, la tierra, las casas y, sobre todo, las alcobas papales.

Adoraban más a Venus y a Baco que a Jesucristo.

En 1378, el Papa Gregorio XI, dos años antes de morir, decidió trasladar la corte papal a Roma, pero no todos los cardenales quisieron dejar las humildes moradas que ocupaban en Aviñón. Se cuenta que en este traslado, que buscaba un lavado de cara, tuvo mucho que ver la mística Catalina de Siena…

En la corte papal, que debería ser un paraíso de virtud, me abruma el olor a infierno.