El astillero de Navantia en Cartagena bulle de actividad. A contrarreloj, unos 2.000 trabajadores se emplean a diario para sacar adelante uno de los proyectos de la industria nacional más complejos de la historia reciente: la construcción de los cuatro nuevos submarinos ‘clase S-80’ de la Armada Española. La primera de sus unidades, el S-81 Isaac Peral, está a punto de cumplir uno de sus grandes hitos con su puesta a flote a mediados de abril. Es decir, pasará de la fase de construcción en la grada del astillero a las pruebas de puerto y de mar por parte de la Armada Española, que espera tenerlo operativo en el primer trimestre de 2023, una vez supere los test de inmersión, velocidad, operatividad o funcionamiento de sistemas.

Esperemos que la ceguera y la falta de escrúpulos de gobernantes y personajes satélites no afecten en la toma de decisiones, tal y como le ocurrió al submarino original del murciano Isaac Peral.

A finales del siglo XIX y con la guerra contra EEUU tocando a la puerta, un marino español, llamado Isaac Peral, inventó un navío que era infinitamente superior a cualquier flota del momento. En 1885 el teniente de navío Isaac Peral contactó con el Ministro de Marina, Manuel de la Pezuela y Lobo, para exponerle sus teorías sobre la posibilidad de realizar un torpedero sumergible que pudiese defender las costas con éxito. El 4 de octubre de 1886 y mediante una Real Orden, se autorizó la construcción del nuevo aparato, dotándolo de un crédito inicial de 25.000 pesetas. El 8 de septiembre de 1888 se botó el submarino en San Fernando (Cádiz) constituyéndose una comisión de marinos presidida por el capitán general Florencio Montojo Trillo para evaluar si el prototipo superaba los criterios de calidad exigidos por la Armada.

Ilustración de las pruebas

El buque realizó con éxito todas las pruebas realizadas y demostró ser una magnífica adquisición para la Armada: disponía de una autonomía de 66 horas, un radio de acción de 511 kms, tenía periscopio, aparato de puntería, giroscopio, tubo lanzatorpedos y servomotor para mantener la estabilidad. En definitiva, era un arma de guerra excepcional. Pero he aquí donde entra en acción uno de los negros personajes que de vez en cuando aparecen en escena en cualquier momento de la historia. Nos referimos a Basil Zaharoff. Éste era un traficante de armas de la época, experto en boicotear a los competidores, corromper políticos y vender las mismas armas a varios países. Tanto era su interés que le había intentado comprar al mismo Peral las patentes durante un encuentro fortuito en Londres, pero el marino español había rechazado las interesantes ofertas que le habrían convertido en un hombre rico. Contrariado por la negativa, Zaharoff comprendió que la única manera de apoderarse de la patente sería mediante el sabotaje y el soborno a los políticos de la época. Lo consiguió en la prueba del simulacro de ataque al crucero Colón. Tras el mismo, a pesar de lo satisfactorio del resultado, la junta técnica, posiblemente sobornada por el ruso, indicó que el submarino tenia poca estabilidad, poca velocidad y radio de acción y que no se sumergía con la rapidez deseada… en resumen, no servía. El ministro de Marina, el almirante Beránguer, emitió un informe desfavorable del submarino y desaconsejó su incorporación.

Basil Zaharoff

Triste historia de corrupción que fue la responsable del devenir histórico de España durante buena parte del siglo XX.