En 1232, mientras el rey de Aragón, Jaime I el Conquistador, preparaba la conquista de Valencia desde tierras turolenses, concretamente desde Alcañiz, cayó enfermo de una rara enfermedad para la que sus médicos no encontraban solución. Probaron todo tipo de brebajes, pócimas y ungüentos, pero nada hacía mejorar al Conquistador. Hasta que una anciana turolense dijo tener la solución: solo necesitaba cabezas de ajo. El problema era que no quedaban en la zona, y la única posibilidad de obtenerlos era adentrarse en la huerta valenciana, en aquel momento bajo dominio musulmán. Tres jóvenes turolenses se presentaron voluntarios para aquella misión casi suicida. Y vaya si lo fue, sólo uno de ellos consiguió regresar, pero lo hizo con los preciados ajos. Se los dieron a la anciana y preparó el brebaje milagroso. En pocos días el rey volvía a estar presto y dispuesto gracias a las sopas de ajo, elaboradas (hoy en día) con pan, pimentón, ajos, aceite de oliva, huevo escalfado y, claro está, jamón de Teruel. Repuesto de su enfermedad, cuando tuvo noticia del precio pagado por los ajos exclamó:

¡Caros ajos!

Jaime I entra en Valencia

El rey popularizó su consumo y tomó la decisión de extender el cultivo de ajos por todo su reino. Ya dice el refrán…

Siete virtudes
tienen las sopas,
quitan el hambre,
sed dan poca.
Hacen dormir
y digerir
Nunca enfadan
y siempre agradan
Y crían la cara colorada