Y no hablo de reporteros de guerra o de periodismo sometido a dictaduras, sino en tiempos de paz y bajo un gobierno democrático, aunque ya decía Winston Churchill: «la democracia es el peor sistema de gobierno, a excepción de todos los demás que se han inventado«.

Tras la restauración de los Borbones en la corona de España, en la persona de Alfonso XII, Práxedes Mateo Sagasta funda en 1880 el Partido Liberal, partido que junto al Partido Conservador de Cánovas del Castillo constituiría el sistema bipartidista con alternancia en el gobierno que caracterizaría a la Restauración española durante el tramo final del siglo XIX y la primera parte del siglo XX.

Con la llegada de Sagasta al poder en 1881, se derogó la Ley de Imprenta de enero de 1879 y se aprobó la Ley de Policía de Imprenta en 1883. En esta nueva ley, liberal y basada en el principio de libertad de expresión, se simplifican los requisitos de autorización de nuevas publicaciones y, por ejemplo, la representación de la prensa ante los Tribunales y las Autoridades correspondía ahora al Director (antes era al fundador o propietario). En este nuevo marco jurídico se creó la figura del «director de paja». Existía el director real y el ficticio, o de paja, cuya misión era asumir las responsabilidades penales ante las posibles denuncias como representante del periódico. Por ejemplo, el periódico La voz de Cataluña, publicado en Barcelona desde el 1 de enero de 1899 hasta el 8 de enero de 1937, el director de paja era un redactor llamado Corma. Según su contrato, estas eran sus retribuciones:

200 pesetas/mes por redactor
200 pesetas/mes por director ficticio (de paja)
25 pesetas/día como dieta por día en la cárcel en atribución de sus funciones como director ficticio

Pero había situaciones más peligrosas. Retar a un periodista a batirse en el campo del honor era como el actual derecho de réplica, pero más personal… ¡y mucho más eficaz! Tantas llegaron a ser las réplicas de los ofendidos que apenas si existía redacción donde no se guardase un juego de pistolas y una pareja de sables. Y era habitual que se habilitase alguna sala de la redacción para que los periodistas recibiesen adiestramiento. También se podían retar a duelo a los críticos de arte. Como el caso del crítico teatral Ignacio Escobar que había puesto a caldo al actor Julián Romea y éste lo retó a duelo. Los dos eran tan malos tiradores que no acertaban; Romea, que como actor no lo sé, pero como duelista era un desastre, apretó el gatillo al tuntún con tan mala fortuna que uno de los padrinos cayó fulminado.

La última muerte de un periodista en España en un duelo se produjo el 1 de enero de 1904. El director del Diario Universal de Madrid, Augusto Suárez de Figueroa, criticó duramente la actuación del Capitán General de Cuba, Manuel de Salamanca Negrete. Y el hijo de éste lo retó. El 1 de enero de 1904 se batían en Málaga en un duelo a espada. El periodista, un veterano de guerras y revoluciones de las que siempre había salido ileso, no pudo sobrevivir al periodismo.

En el Congreso Internacional de la Prensa celebrado en Lieja en 1905 e prohibieron los duelos y se crearon tribunales de honor, o de arbitraje, para dirimir estas diferencias. La información del diario ABC de aquel 5 de agosto terminaba con esta frase: “La única representación que ha faltado ha sido la de España”. Aquí se prohibieron en 1915.