Durante la Edad Media, la prostitución estaba sometida a un doble rasero: moralmente condenada por la Iglesia y permitida por el Estado. Así que, dependiendo de quién ocupase el trono de San Pedro (o la diócesis) y del rey de turno, era más o menos perseguida o más o menos tolerada -según se mire el vaso medio lleno o medio vacío-. Incluso algunos referentes de la Iglesia tenían su particular opinión al respecto:
«Cerrad los prostíbulos y la lujuria lo invadirá todo». San Agustín.
«Debe ser permitida, porque si prohibiéramos todas las cosas malas perderíamos demasiadas cosas buenas». Santo Tomás de Aquino.
Por aquello de que ojos que no ven…, lo normal era que la prostitución se permitiese pero «escondida» en determinados barrios, donde se juntaba lo mejor de cada casa. Y en Londres se sacó de la ciudad y se trasladó a Southwark, en el condado de Surrey, en la orilla sur del río Támesis. Esta zona, que por su permisividad se conoció como Liberty, se convirtió en una especie de Barrio Rojo, donde además de echar una cana al aire podías perder unas monedas a los dados, apostar en peleas de animales y disfrutar de espectáculos callejeros. Eso sí, también las podías perder porque te asaltasen a la vuelta de una esquina, porque como os decía allí se juntaba la crème de la crème. Atravesar el puente sobre el Támesis o cruzar en barca el río, suponía adentrarse en un mundo de sexo, drogas y rock & roll. -«Todo lo que pasa en Liberty, se queda en Liberty«-. Ni la ciudad de Londres ni el condado de Surrey tenían ninguna autoridad sobre Southwark, desde el siglo XI esta zona estaba bajo la jurisdicción del obispo de Winchester, uno de los mayores terratenientes de Inglaterra y tradicionalmente el tesorero del rey. Cuando en 1129 Enrique de Blois fue nombrado obispo de Winchester, el rey Esteban, que para eso era su hermano, le otorgó más privilegios, como recaudación de impuestos, y la autorización para la construcción de un palacio -en lo que hoy es Clink Street-, que sería la residencia del obispo cuando tuviese que viajar a Londres por cuestiones de Estado. Lógicamente, el obispo comenzó a ejercer las nuevas competencias trasferidas llenándose los bolsillos con las tasas cobradas a los prostíbulos, a las prostitutas -las llamadas Winchester Geese (Los ocas del Obispo de Winchester)-, a las tabernas y al resto de negocios, así como las multas impuestas por los tribunales. El obispo de Winchester era el capo de Liberty.
Viendo que aquello era la Sodoma y Gomorra medieval, en 1161 el sucesor de Esteban, Enrique II, promulgó 39 reglas para poner orden en aquel caos, conocidas como «Ordenanzas relativas a los casas de baño -eufemismo de prostíbulos- de Southwark bajo la dirección del Obispo de Winchester«. Por ejemplo, respecto a las prostitutas: debían registrarse ante los funcionarios del obispo, podían entrar y salir de los prostíbulos cuando quisieran -un funcionario visitaría regularmente los prostíbulos para comprobar que no estaban encerradas y así evitar la esclavitud-, no podían trabajar los días festivos religiosos o arrastrar a sus clientes desde la calle tirándoles de la ropa, también se prohibía la figura del chulo; y respecto a los prostíbulos: no podían tener trabajando a mujeres casadas, monjas, embarazadas o con la «enfermedad ardiente» (gonorrea o sífilis), no podían encerrar a los clientes por no pagar -se debía denunciar ante el obispo-, se regulaba lo que las prostitutas pagaban por utilizar las habitaciones, no podían vender comida ni bebida -para no competir con otros negocios-… y así hasta 39. Lógicamente, el incumplimiento de estas reglas implicaba sanciones como multas, que también iban a las arcas del obispo, o prisión. En 1587, se inauguró The Rose, el primer teatro de Southwark, donde Christopher Marlowe y William Shakespeare estrenaban sus obras.
Y a pesar de que el prelado se estaba lucrando con la prostitución -ironías de la vida-, cuando alguna de las geese moría en Liberty el obispo prohibió que fuesen enterradas en tierra consagrada (cementerio). Así que, aquellas mujeres «indignas» eran enterradas en una fosa común, en un lugar no consagrado, junto con otras personas a las que la sociedad de aquella época consideraba de mal vivir. Aquel lugar, oficialmente llamado Cross Bones (huesos cruzados) y popularmente conocido como «Cementerio de Solteras» -otro eufemismo de prostitutas-, era visitado frecuentemente por los ladrones de tumbas que desenterraban cadáveres para venderlos a los estudiantes de medicina. Saturado de cadáveres, se cerró en 1853. En los años 90, durante las excavaciones llevadas a cabo para la ampliación del metro salieron a la luz 148 esqueletos en las capas superiores, estimándose que allí puede haber enterradas unas 15.000 personas. Tras examinar los restos óseos, se descubrió que en su mayoría eran fetos, recién nacidos, niños menores de un año y mujeres, muchas de ellas enfermas de sífilis. Aquel lugar era el cementerio de los olvidados.
Hoy en día, el grupo conocido como Friends of Cross Bones, encabezado por el poeta John Constable, lucha por evitar que Cross Brones Graveyard se convierta en un edificio de oficinas y permanezca como un jardín de reflexión y un símbolo para recordar a los apartados y olvidados por la sociedad.
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Excelente artículo como siempre. Un gusto leerte, desde Uruguay.
Bueno yo creo que la letra en cursiva de San Agustín y Santo Tomás de Aquino lo resume todo de manera muy real y no se le puede reprochar nada.