Como en muchas otras ocasiones, los conflictos bélicos han servido para que la imaginación se disparase a la hora de crear nuevos dispositivos que diesen una ventaja sobre el enemigo. El dirigible, también llamado zepelín por la popularidad del modelo construido por el alemán Ferdinarnd von Zeppelin, se utilizaba desde comienzos del siglo XIX para el transporte de mercancías y, sobre todo, de viajeros. El ejército alemán pensó que con los zepelines podría atacar el corazón de los ingleses, Londres. Desde 1915, los dirigibles comenzaron el bombardeo de Londres y aunque, en teoría, tenían gran poder de destrucción también eran tremendamente imprecisos. La ventaja que tenían al volar tan alto, que les permitía mantenerse alejados de las defensas antiaéreas y de los cazas británicos, se convertía en un obstáculo a la hora de poder hacer diana en sus objetivos. La realidad es que el daño físico causado por estos bombardeos fue mínimo, en comparación con el miedo psicológico que provocaban entre la población (por las noches incluso se prohibía encender cualquier tipo de luz, llegando al extremo de ser arrestados por encender un cigarrillo en la calle). También fueron utilizados en misiones de reconocimiento y espionaje de los movimientos de los británicos, sobre todo sobrevolando las aguas del Mar de Norte para controlar la Armada británica. Aun así, la altura seguía siendo un problema para la navegación y la solución apareció cual serendipia.
El ingeniero Paul Jaray estaba trabajando en cómo mejorar la antena de comunicaciones —un cable suspendido en el aire—, que con el movimiento provocado por el viento dificultaba enormemente la audición. Debía tratar de minimizar el movimiento de la antena y Jaray añadió un peso al final del cable a modo de plomada, el peilgondel. Observando la solución al problema de las comunicaciones… ¡Eureka! Cambió el peso añadido al final del cable por una cápsula o góndola en la que cupiese una persona y desde allí, cientos de metros más abajo del dirigible, poder observar y vigilar con más precisión e incluso dirigir la navegación de la nave principal. De esta forma, el dirigible permanecía a salvo de los aviones enemigos y con la cápsula se tenía una visión más «cercana» y precisa. Se acorazó la cápsula y se equipó con un asiento, cartas de navegación, catalejo y un teléfono que comunicaba directamente con el dirigible. Al estar lejos de la bolsa que contiene el hidrógeno —altamente inflamable— era el único miembro de la tripulación al que se le permitía fumar.
Ilustración: Xurxo
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