Como dice el profesional de las artes marciales, diseñador de armas de filo y especialista en combate cuerpo a cuerpo Doug Marcaida, «señor, su arma matará«. Y si mata, matará a cualquiera independiente de su confesión religiosa. Pues no, ya fuese por las instrucciones de uso de su inventor o porque lo decidió la Santa Madre Iglesia, algunas armas sólo servían para matar infieles y, por tanto, eran selectivas. Y eso es lo que ocurrió con la ballesta y con la Defence Gun.
Aunque las primeras referencias escritas del uso de ballestas aparecerían en China en el siglo VI a.C., en Occidente comenzaría a ser utilizada masivamente en el siglo X como una evolución del arco. Si bien es cierto que en el mismo lapso de tiempo se podían disparar muchas más flechas con el arco que virotes con la ballesta, ésta podía ser manejada por soldados inexpertos y no necesitaba de tanta fuerza y destreza como el arco para poder acertar en el blanco. Además, podía ser disparada tumbado en el suelo y apoyada en un escudo protector que el ballestero podía sujetar con una mano, algo imposible para los arqueros que necesitaban las dos. Y la ballesta podría decir aquello de «con la Iglesia hemos topado», porque en el Concilio Segundo de Letrán (1139), el papa Inocencio II prohibía el uso de la ballesta por ser…
un arma detestable para Dios e indigna para los cristianos
Contra infieles no había ningún problema en utilizarla. Lógicamente, este medida no se tuvo en cuenta y se siguió utilizando hasta bien entrado el siglo XVI.
En 1718 James Puckle, abogado y fanático protestante, registró la patente nº 418, la Defence Gun. Una especie de pistola de cañón largo apoyada en un trípode, que podía disparar 9 balas por minuto (tres veces más rápida que cualquier otro fusil o pistola) y, además, para recargar sólo había que cambiar el tambor o ruleta donde ya estaban los proyectiles. Por tanto, y hasta aquí, un arma revolucionaria para su momento. Entonces, ¿qué la hacía especial? La munición. Según el invento de James, su arma debía ir con dos tipos de tambores: uno para enfrentarse a católicos y otro para infieles. En los tambores para católicos las balas era convencionales (un detalle de parte de un protestante) y en los de infieles las balas eran cuadradas. Según la descripción de la patente, las balas cuadradas son más dolorosas y, de esta forma, les damos más argumentos a los infieles de “los beneficios de la civilización cristiana”. Supongo que el problema debía plantearse cuando te enfrentases a, por ejemplo, el Imperio otomano donde también luchaban muchos mercenarios cristianos y, supongo, que habría que preguntar antes de disparar.
Hola, Javier.
Interesantísimo y curiosísimo tu artículo. La Historia no deja de sorprenderme constantemente. Si se hablase de estas cosas en las clases, muchos estudiantes no la considerarían un rollo insufrible.
Una curiosidad: el cuadro, ¿es de Antonio Ferrer Dalmau? Me gusta mucho.
Un saludo desde Oviedo y gracias.
A dios rogando y con el mazo dando.
Muchas gracias Javi. Me ha sido muy útil. Una información muy interesante.
Saludos desde Noruega.
JaJaJA BUEN FINAL DEL ARTÍCULO