Carlos V se retiró a Yuste para disfrutar de los últimos meses de su vida en 1557 tras dejar la sucesión del imperio español a su hijo Felipe II. En el monasterio cacereño el anciano emperador se dedicó a las grandes aficiones que le permitían la edad y la salud: comer copiosamente (perdices de Gama, longanizas de Tordesillas, ostras francesas…), dar cuerda y poner en hora su colección de relojes y entretenerse con sus alambiques de destilación. De mujeres se abstuvo, que a bastantes había atendido en su verde juventud. En su retiro físico y espiritual se hizo acompañar del más célebre ingeniero de su tiempo: el italiano Juanelo Turriano, más conocido como Juan de Cremona. Como buen gantés, Carlos V de Alemania y I de España fue muy aficionado a los inventos de la mecánica: naves impulsadas por palas, molinos de viento, telares, norias, relojes, astrolabios, autómatas y carillones que le recordaban las campanas de su ciudad natal.

Juan de Cremona

El primer ingenio de Juan de Cremona que alcanzó fama universal fue el reloj astronómico que marcaba las horas del sol y de la luna, conocido como «Cristalino«, en el que tan solo empleó tres años y medio en su confección (tenía 1.800 piezas). También inventó un autómata de madera que sabía ganarse el pan con la misma picaresca de los funcionarios de la corte. Entre otras obras de ingeniería hidráulica, Cremona construyó el Canal de Colmenar, un pantano en Tibi (Alicante) y numerosos molinos; además de un complicado artificio para subir el agua del Tajo a la ciudad de Toledo, considerada la mejor obra de ingeniería de su siglo.

Y se dice que el propio Carlos V colaboró con ilusión en sus inventos, ayudándole a construir un molino de hierro en miniatura. Entre los pocos restos que quedan de la obra del ingeniero italiano, todavía podemos disfrutar de cuatro grandes monolitos cilíndricos de granito, labrados en la cantera de Orgaz (Toledo), que están situados a medio camino entre el Valle de los Caídos y la entrada al recinto. En el retiro de Yuste, Cremona le construyó al emperador algunos de sus juguetes preferidos, como un grupo de pájaros mecánicos que volaban y cantaban, conducidos por un cable a distancia.

A la muerte de Carlos V, Juan de Cremona continuó al servicio de Felipe II, que le nombró Mathematico Mayor, porque era también uno de los mayores expertos de su tiempo en cuestiones de aritmética. Colaboró en las observaciones de los eclipses y participó en la reforma del calendario gregoriano. También diseñó las campanas del monasterio de El Escorial, pero ni siquiera estos servicios le valieron para ser respetado por la Inquisición, de la que se salvó solo por intervención real. Juan de Cremona murió en 1585, en la indigencia, y fue enterrado en el convento de los monjes del Carmelo en Toledo. Su tumba fue profanada cuando el templo quedó destruido durante la Guerra de la Independencia.

Colaboración Javier Ramos de Lugares con Historia