Me gustarí­a creer que la elección siempre deberí­a ser paz -pueden llamarme iluso-. Quiero creer que los palestinos (y hago referencia sólo a Palestina, no a Siria ni a Irán) y los israelí­es están «condenados» a entenderse y vivir en paz. Todaví­a hay voces, dentro de Israel, que apuestan por la paz, una de ellas es el escritor israelí­ David Grossmam.

David ha sufrido en sus propias carnes las consecuencias de la guerra  (su hijo Uri, de 20 años, murió en territorio libanés durante las últimas instancias del combate contra el grupo terrorista Hezbolah en el año 2006) y aún así­ sigue luchando por la paz. Como muestra esta reflexión que deberí­a hacernos reflexionar:

«Como el par de zorros del relato bí­blico que están atados uno al otro por el rabo a distancia de una antorcha encendida, de esa manera los palestinos y nosotros nos arrastramos unos a los otros, a pesar de la disparidad de fuerzas. Y por más que los dos nos esforzamos mucho por desconectarnos, quemamos al que tenemos amarrado, a nuestro doble, nuestra desgracia, y a nosotros mismos. Por eso, en medio de la ola de trastorno nacionalista que nos cubre por estos dí­as, no vendrí­a mal recordar que también este último operativo en Gaza es, en definitiva, solamente una estación más en un camino constituido totalmente por fuego, violencia y odio, en el que una vez se gana y otra se pierde, pero que conduce al aniquilamiento»

Me recuerda al grabado de Goya «Pelea a Garrotazos«, donde «las dos españas» se preocupan más por eliminar a la otra que por ellos mismos.

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Fuente: Revista Horizonte
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