La relación del hombre con la montaña viene de antiguo, más por los temores y el respeto que infundían las inaccesibles alturas a los sencillos ojos de sus vecinos humanos que por su interés en medirse con ellas en un intento de ascensión. Existen muchos testimonios históricos, literarios y mitológicos que recojen estos primeros intentos de escalada, la mayoría de ellos inverosímiles, deficientemente contrastados o simplemente relatados a mayor gloria de sus protagonistas, nomalmente relevantes en su contexto.

Se cuenta que Petrarca, el poeta y humanista italiano, ascendió al Mont Ventuox, el 26 de abril de 1336, acompañado de su hermano y de dos sirvientes. Y a él se suele atribuir la primera motivación de ascender a una montaña «porque sí», «porque estaba ahí», como forma de estimular sus sentidos y de integrarse con la naturaleza. Y lo hizo a pesar de que un pastor local intentó hacerle desistir de sus intenciones, advirtiéndole de las dificultades que encontraría. Desde la cima contemplaron el Mediterráneo, los Pirineos y, a lo lejos hacia el este, toda la majestuosidad de los Alpes. Esa misma noche, y una vez felizmente descendidos, escribió una carta a un amigo contándole sus impresiones. Algunas de las frases de esa carta podrían perfectamente haber sido escritas por algunos de los pioneros del alpinismo de principios y mediados del s. XX:

– Todos quieren llegar a la cima pero para triunfar de verdad hay que desearlo apasionadamente;
– La dureza de la subida es como la que surge de la búsqueda de la felicidad.

Petrarca

Petrarca

No es de extrañar que Petrarca haya sido habitualmente considerado como el primer alpinista, aunque su gesta bien pudo ser una licencia poética. Pero antes de él hubo algunos antecedentes. A su juicio dejo la consideración de si a esas peripecias se las puede denominar como «alpinismo». Obviamente no, pero son, desde luego, las primeras muestras de la relación del hombre con la montaña y la batalla que supone.

¿Supo apreciar Noé que su singladura a bordo del Arca había concluido en una montaña de más de 5000 metros, el Monte Ararat?
¿Fue Moisés un adelantado a su tiempo cuando subió al Monte Sinaí y bajó con las Tablas de la Ley?
¿Eran los dioses griegos consumados escaladores cuando andaban todo el día subiendo y bajando del Monte Olimpo?
¿Shiva y su consorte Paruati, principales divinidades hindúes, habitaban en la cima del Monte Kailash por sus dotes montañeras?
¿Es la Anábasis de Jenofonte el primer relato de una expedición por las regiones montañosas del Asia Menor?
¿Y Aníbal, general cartaginés de la Segunda Guerra Púnica, fue el primer explorador en atravesar dos cordilleras montañosas, Pirineos y Alpes, en su camino de conquista de Roma?
¿Fue Filipo V de Macedonia el primer jefe de expedición, cuando exigió a sus tropas que escalasen el Monte Haemus, en los Balcanes, porque era una estupenda atalaya desde la que observar un inmenso territorio?
¿Y Cayo Crispo Salustio, historiador romano, señaló a un legionario romano de Liguria como el primer escalador en roca del que se tiene constancia histórica cuando,  en la campaña de Numidia, trepó por los riscos que conducían a una fortaleza inexpugnable y consiguió entrar sin ser advertido, permitiendo así al ejército romano vencer la plaza?
¿Quién fue el primero en subir al cráter del volcán Etna? ¿Un tal Empédocles que se arrojó a la lava o el emperador Adriano, quizá ayudado por fornidos esclavos?
¿Don Pelayo lideró el primer comando de tropas de montaña en los Picos de Europa durante la batalla de Covadonga?

Pero si pasamos por alto estos fabulosos acontecimientos y personajes, todos ellos rodeados de la niebla propia de las crónicas fragmentarias o de las creencias religiosas, encontramos un caso que podría considerarse, varias décadas antes de Petrarca, como el primer encuentro intencionado de un hombre con una montaña. Y no es otro que el ascenso de Pedro III «el grande«, Rey de Aragón, hijo de Jaime I «el conquistador«, al Monte Canigó (2.784 metros) en 1285.

Pedro III el Grande en el collado de las Panizas

Pedro III el Grande en el collado de las Panizas

Durante siglos, el Canigó fue considerado como la montaña más alta de los Pirineos por su enorme entidad respecto a sus vecinas y, sobre todo, porque otros macizos montañosos quedaban ocultos a los ojos humanos y a las crónicas históricas. El caso es que a la vuelta de una campaña político-militar en la zona del Rosellón contempló la imponente silueta del Canigó y decidió que estaría bien poner su pie en la cumbre, acaso como forma de asemejar la magnificencia de la montaña a la suya propia. La crónica de cómo debieron suceder los acontecimientos se la debemos a Selimbene de Parma. Al parecer, Pedro III acometió la ascensión junto a dos caballeros, ataviados como correspondía a la época. Pero a partir de un cierto momento continúa la ascensión en solitario, así que al llegar a la cima se convierte, no solo en el primer personaje histórico del que se tiene constancia documental de un ascenso a una montaña, sino que además fue el primero en hacerlo en solitario. La descripción de lo que vio e hizo en la cumbre parece más sacado de una saga fantástica moderna que de un verdadero relato fidedigno (que tan poco se estilaba entonces, por otra parte). En la cima encontró un lago de profundas y oscuras aguas de las que surgió un dragón de fétido aliento con el que se batió en singular combate y al que, por supuesto, derrotó.

No sabemos cuánto hay de real en este relato; bueno, sí es posible saberlo, más bien poco: no hay en la cima lago alguno ni en toda la montaña una extensión de agua capaz de albergar tan magnífica criatura; se da por seguro que no llegó a la cima, aunque ese término no debe ser interpretado con nuestra perspectiva actual sino con la forma de pensar y entender de la Edad Media. Pero una cosa sí es cierta: Pedro III «el grande» fue el primer hombre que quiso subir a lo alto de una montaña sin ninguna razón concreta: no había una necesidad militar o religiosa para ello; solo el deseo de subir. Qué esfuerzo físico le supuso al monarca tal hazaña no lo conocemos, pero sí sabemos que el bueno de Pedro III «El grande» murió ese mismo año de 1285.

Colaboración Rafael Ballesteros de DesEquiLIBROS

Para saber más: Petrarca no subió al Mont-Ventoux. Agustín Faus; Historia del alpinismo. Montañas y hombres. Ed. Desnivel. 2003