Nuestro archienemigo de hoy pudo ser un gran jefe tribal de los pictos o sólo fruto de la inventiva de Publio Cornelio Tácito, historiador, político y yerno de Agrícola, el gobernador de Britania que llevó las legiones hasta los confines de la isla. Poco se sabe de su vida, pero su presunto discurso previo a la batalla del Mons Graupius es todo un alegato de libertad.
Vigésimo segunda entrega de “Archienemigos de Roma“. Colaboración de Gabriel Castelló.
En el verano del 77 d.C. Cneo Julio Agrícola fue designado como gobernador de Britania. La isla se encontraba por entonces en una tensa calma. Los rescoldos de la revuelta de Boudica ya se habían apagado, pero la frontera norte se había vuelto inestable. Una nueva revuelta protagonizada por la tribu de los brigantesdurante el mandato del anterior gobernador Quinto Petillo Cerealis había insuflado aires de libertad a muchas de las tribus al norte de Eboracum (la actual York), pero Cerealis conjuró la rebelión y dispersó a los sublevados, refugiándose los irredentos muy al norte de sus tierras, en las brumosas montañas de la conocida por entonces como Caledonia (actual Escocia)
Agrícola realizó seis campañas para afianzar la estabilidad del norte de Britania, en el 78 tomando de nuevo la isla de Mona (Anglesey) y sofocando las revueltas de los ordovices (hoy Gales) y entre el 79 y el 83 se adentró casi hasta territorio picto. Ningún ejército romano había llegado tan al norte desde que César desembarcase en Britania más de un siglo antes (de hecho, hasta que la flota de Agrícola no circunnavegó Britania aquel año no estaban completamente seguros de que era una isla) Fue en esta penúltima campaña, en la del 83, cuando la Legio IX Hispana entró en contacto con nuestro protagonista de hoy.
Las tribus pictas, alentadas por los brigantes huidos del sur, decidieron enfrentarse a la amenaza que suponía un ejército romano acampado tan cerca de sus tierras. Por ello, y según Tácito, eligieron a un hombre que les acaudillara. Según el historiador romano, ese honor cayó en Calgaco, cuyo nombre en celta podría ser interpretado como calg-ac-os, «el que posee una hoja» o “el hombre de la espada”. El erudito romano lo describió como «el más distinguido de nacimiento y el valor entre los jefes«. Teniendo en cuenta que todo lo que sabemos de este hombre y las campañas pictas se basa en el De Vita Iulii Agricolae, la crónica de la vida y hazañas de su admirado suegro, bien puede tratarse de un bárbaro idealizado para mayor gloria de Agrícola. El caso es que, en un ataque nocturno, los pictos asaltaron el campamento de la IX cerca del lago Ore. El asalto fue un fiasco, pero el peligro latente que la hostilidad picta representaba para la frontera britana hizo que Agrícola se embarcase en una sexta campaña llevando sus tropas mucho más al norte en busca de los indígenas que se habían atrevido a desafiar el poder de Roma.
En la primavera del 84, Cneo Julio Agrícola movilizó a la IX y a la XX Valeria Vitrix. Se cree que sus efectivos rondarían los 20.000 hombres, dos legiones a las que se sumarían cerca de 8.000 auxiliares britanos y 2.000 jinetes bátavosque se trajo desde Germania, mientras que la coalición de tribus pictas bajo el mando de Calgaco ascendería a unos 30.000 combatientes (y digo combatientes porque los pictos acudían al combate con sus familias, así pues eran hombres y mujeres). Los pictos eran gentes bravas e indómitas. Al estar dentro de la esfera de influencia celta, la literatura y el cine nos han dejado bastantes guiños sobre su apariencia, costumbres y modos. Pelirrojos, desgarbados, desnudos y pintarrajeados de azul, acudían al combate en familia. Sus carros de guerra suponían un importante desafío para un ejército eminentemente de infantería como el romano. La palabra griega Πικτοί (picti en latín) aparece por primera vez en el siglo III a.C. y puede traducirse como “los pintados” o “los tatuados”, pero también podría referirse a una etimología popular indígena, quizá procedente del celta Pehta o Peihta (luchador)
Calgaco evitó en varias ocasiones un enfrentamiento directo con el ejército de Agrícola, que se adentró en territorio enemigo hasta llegar a un punto indeterminado de los Montes Grampianos, al norte de la actual Perth, una colina a la que Tácito llamó Mons Graupius. Allí fue donde, rompiendo con la táctica de acoso y fuga que había llevado durante toda la campaña, la coalición picta le presentó batalla al gobernador romano. Quizá Agrícola forzase a Calgaco a enfrentarse al cortarle su cadena de suministros, quizá el consejo tribal – guerrero y no estratega – se cansó de acosar y huir y prefirió entablar combate en terreno conocido. Agrícola dispuso en lo alto de una colina rocosa a sus tropas, estirando las líneas todo lo que pudo para paliar la superioridad numérica enemiga. Los auxiliares britanos conformaron la primera línea, reservándose en retaguardia a la XX Valeria Vitrix y colocando a la caballería bátava en las alas. Los zapadores de la legión dispusieron de zanjas y empalizadas que estorbasen una posible carga de carros de guerra. Por el contrario, Calgaco colocó a todos sus efectivos frente a Agrícola, concentrando la infantería en un bloque y colocando a su caballería en vanguardia. Tras el clásico intercambio de proyectiles, venablos y flechas de las dos avanzadas, se produjo el ataque de la caballería picta en el flanco derecho romano, incursión que hizo estirarse aún más la línea romana para evitar cualquier brecha.
Calgaco entendió que su oportunidad estaba en aprovechar esta maniobra para quebrar el centro y lanzó el grueso de su ejército contra la línea romana. El gran problema picto fue no intuir que la disciplina y la pala eran las verdaderas armas de Roma. Las zanjas y el terreno pedregoso conjuraron la carga de carros, mientras que las turmae de caballería bátava espantaron a sus oponentes, produciendo su desbandada un efecto dominó en el resto de tropas. Agrícola fue uno de los militares más avezados de su tiempo, y reaccionó como tal. Había reforzado su primera línea con cinco cohortes bátavas, a las que siguieron las tropas veteranas y frescas de la XX Valeria Vitrix. La desmoralización se convirtió en fuga desordenada, desatándose una persecución que se tornó en matanza y sólo la caída de la noche evitó que las tropas romanas sacasen del bosque a todo picto armado. Ante la inmensa cantidad de prisioneros que caían en manos romanas se dio la orden de matar a todo enemigo… Tácito habla de 360 romanos muertos frente a 10.000 pictos. Puede que la cifra estuviese hinchada en exceso para allanarle el triunfo a su suegro, pero no sería el primer caso de unas cifras de bajas tan dispares entre vencedor y vencido en la historia del ejército romano republicano (Lúculo en Tigranocerta, César en Pharsalia o Paulino entre Londinium y Viroconium, por ejemplo).
Nada más se supo de Calgaco; no fue hecho prisionero, ni se sabe si murió junto a sus hombres o pudo huir al interior de Caledonia, lo que sí sabemos es lo efímero y fútil que fue aquel esfuerzo militar. Sin una fuerza armada que se opusiese a Roma, todo parecía abocado a que las tierras de los pictos pasasen a formar parte de la Britania romana, pero quizá los celos evitaron que la actual Escocia se convirtiera en parte del Imperio. Poco después de la victoria en el Mons Graupius, Cneo Julio Agrícola fue llamado a Roma. El emperador Domiciano, un psicópata envidioso y despótico, molesto por los logros militares de Agrícola, le ofreció el puesto de gobernador de la pacífica provincia de África, cargo que aquel rehusó por dos veces. Su insistente negativa, sumado a los rumores de frontera de que Agrícola era el único legado capaz de solucionar el problema germano, pudo alentar a Domiciano a ordenar su muerte por envenenamiento. El caso es que Agrícola falleció durante su exilio velado en su casa de la Galia en el 93; Tácito dejó entrever que la mano de Domiciano estuvo detrás y Dion Casio afirmó sin dudas que fue asesinado por orden del emperador.
La salida de Agrícola de Britania supuso el final de las operaciones más allá de Eboracum y de las aspiraciones a llevar la frontera más allá de lo que poco después sería el Muro de Adriano. Personalmente, pienso que Escocia no fue romana por un ataque de envidia.
El discurso de Calgaco
Es muy poco probable que Calgaco soltase esta arenga a sus tropas antes del enfrentamiento que les llevaría a la muerte o el cautiverio, parecen más propias de alguien como Tácito, un erudito que ensalza a los enemigos de Roma para hacer así más gloriosas las victorias de sus legados, poniendo además en boca de un bárbaro muchos de los pensamientos que habrían servido para el guion de “Braveheart”. Señalo en negrita la frase inmortal extraída de este discurso, la frase con la que comienza mi novela Valentia y que explica la expansión romana:
Auferre, trucidare, rapere falsis nominibus imperium, atque ubi solitudinem faciunt, pacem appellant
A la rapiña, el asesinato y el robo los llaman por mal nombre gobernar y dónde crean un desierto, lo llaman paz
Este es un extracto del discurso que forma parte del De Vita Iulii Agricolae:
«Cada vez que examino las causas de la guerra y las dificultades que nos ocasiona, tengo la gran esperanza en que en este día vuestra unión dará lugar a la independencia para toda Britania. Las batallas anteriores, donde hemos luchado contra los romanos con diversa fortuna, nos dejaban esperanza y reserva, porque para nosotros, que no hemos sido esclavizados a ninguna de las orillas, la mancha de la opresión no enturbiaba nuestras miradas. Situados en los confines del mundo y de la libertad, este alejamiento y lejanía nos ha defendido y cubierto nuestro nombre. Pero hoy Britania está abierta al enemigo…los romanos, cuya insolencia intentaremos evitar en vano con la sumisión y la reserva. Salteadores del mundo que, tras devastar todo, ya no tienen tierras que saquear y buscan en el mar; ávidos de poseer, si el enemigo es rico, de dominar si es pobre, ni Oriente ni Occidente les ha saciado…Robar, masacrar, arrebatar, esto es lo que llaman autoridad, y vacían territorios para establecer la paz.
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Así se construyen los imperios: aniquilando toda oposición, destruyendo a los que se resisten a ser absorbidos.
Un saludo.
A veces es mejor no destacar para que el reyezuelo/emperador no se sienta amenazado.
Salu2
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Muy interesante la entrada, como siempre, pero tienes dos errores:
Uno muy recurrente: no es Cneo (ni Cayo), sino Gneo (y Gayo). Tristemente, incluso en muchos libros se incurre en este error, pero lo correcto son las opciones con G.
Segundo: es Quinto Petilio Cerial 🙂
¡Saludos!
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Amigo Javier, en mi modesto parecer no veo que sean dos errores, sino las evoluciones del lenguaje comunes y coloquiales igual de válidas para los académicos más avezados (e.j. Gaius Iulius Caesar o Cayo Julio César, depende de si lo transcribes directamente del original o no); sobre Cerealis, ídem, así es como se escribe en latín; Cereal es la traducción al castellano. Siendo escrupuloso, lo correcto sería usar QVINTVS PETILIVS CEREALIS o Quinto Petilio Cereal; el uso de la C en vez de la G en los praenomen Gnaeus o Caius es común en historiadores de todos los tiempos y procedencias (lo puedes cmprobar en los ensayos de Goldsworthy, Holland, Schulten, Menéndez Pidal, etc.) Deberíamos de ponernos todos de acuerdo…¿Le llamamos Calgacus o Calgaco? Te lo encontrarás con ambos nombres dependiendo de autores 😉
Gabriel, soy (casi) filólogo clásico y sé de lo que hablo. Hay reglas de transcripción de palabras.
El nombre en latín de Cerial es Quintus Petillius Cerialis. Petillius es Petilio (falta la i en el artículo), igual que Cornelius es Cornelio. Cerialis es Cerial (no sé por qué la e del artículo), igual que animalis (adjetivo) es animal.
Lo de la C es un fallo, independientemente de que haya gente que la escriba. Una G inicial en latín (Gaius) no pasa nunca a C en español. Antes es al contrario: catus > gato.
Esto viene de que en las inscripciones arcaizantes (y en general) se abreviaban estos nombres con C. (Gaius) y Cn. (Gneo) porque al principio no existía la grafía G. Pero esos nombres siempre se pronunciaron con el sonido sonoro, nunca con el sordo.
Gracias por la aclaración, Javier (en este blog se aprende igual escribiendo que leyendo 😉
[…] "CRITEO-300×250", 300, 250); 1 meneos Calgaco, el primer “Braveheart” historiasdelahistoria.com/2012/01/20/calgaco-el-primer-br… por equisdx hace […]
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Me he quedado con ganas de más, interesantísima historia y escrita de tal manera que me ha enganchado desde la primera letra.
Besos enormes
Es que el magister Gabriel debió vivir entre los romanos…
Un beso
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Me quito el sombrero. Chapeau!! Qué gran post, sobre un tema apasionante. Qué delicia haberlo leído!! Es muy interesante la descripción que hacen las fuentes romanas cuando toman la isla de Anglesey, la isla sagrada de los druidas, cuna de su tradición y formación. Un saludo!!
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RT @jsanz: Calgaco, el primer “Braveheart” http://t.co/NOBJvmtx Me ha encantado!! Qué gusto da leer cosas así!!
Muy buena entrada, pero ese «dónde» no lleva tilde. Es relativo, no interrogativo. Solo por corrección.
Un saludo.
Sabian que un dia un señor tuvo un accidente y fue llevado a una clinica
administrado por monjas, despues de varios dias, el paciente ya estaba con espíritu de hablar a lo que la monja le dice como va a pagar de la operación y le pregunta si tiene seguro, pero el paciente le contesta que no tiene, la monja le pregunta si tiene algun familiar que cubra sus gastos y este responde que solo tiene una hermana que es una solterona monja como Ud. pero esta le dice que las monjas somos casadas con Dios, entonces el paciente le dice, bueno monjita entonces pase-le la factura a mi cuñado. (de ahi viene la expresion ) QUE DIOS SE LO PAGUE
Respecto al número dispar de bajas entre romanos y pictos, hay una explicación:
La imagen que tenemos de las batallas antiguas es de una masa de tios mezclados, emparejados de dos en dos, arreandose mamporros mientra realizan acrobacias en el aire. Holiwood miente como siempre.
En esa época y especialmente en ejércitos disciplinados se combatía en formaciones compactas. Es decir, juntos, hombro con hombro, desde las falanges griegas hasta los llamados «muro de escudos» de la edad media.
Las primeras filas de los ejércitos forcejeaban durante horas (con pocos muertos como es lógico, porque nadie hacía el chorra para que lo ensarten, no como se ve en el cine)) hasta que un bando se agotaba, era rodeado o se desmoralizaba. Era en la huida cuando venía la masacre. Por ello la habitual disparidad de bajas entre vencido y vencedor.
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Tengo una duda, el pueblo picto, pertenece a una etapa posterior (las invasiones del siglo IV d.C). Por lo que tengo entendido Calgaco, lideraba un ejercito de Caledonios. Aun que existen hipótesis que afirman que los pictos son una rama colateral de los caledonios, creo que aún se desconoce.
[…] (…) reaccionaron arrasando el país. En respuesta a las ofertas de paz (…), el caudillo Calgaco llamó a los romanos «los rufianes del mundo» y dijo que «al pillaje, la matanza y el robo les […]
[…] i (…) reaccionaren arrasant el país. En resposta a les ofertes de pau (…), el cabdill Calgaco anomenà els romans «els rufians del món» i digué que «al pillatge, la matança i el robatori […]