Ahora ya nunca podrás decir que no has estado en un lupanar… en la casa de Arvina.
En cambio, sí que me quedó marcada la primera vez que yací a solas con una mujer. Fue poco después del primer y desastroso envite. Que congoja pasé. Un tarde ociosa de verano nos juntamos a la sombra de los soportales del Foro mi amigo Labieno, Emilio y yo con mi hermano Lucio, que nos sacaba dos años, y uno de sus compinches de farra, un tal Publio Quintilio Albo, un chaparro y rubio hijo de inmigrantes galos. El caso es que mi hermano y su colega nos convencieron sin demasiada presión para que fuésemos todos juntos a un lupanar fuera de los muros. Aquel burdel de renombre estaba cerca del puente del molino y era casa de muy mala fama en los círculos sociales valentinos. Su maléfica notoriedad venía dada porque más de un casto e impoluto magistrado era cliente habitual de aquella villa misteriosa.
Era una amplia domus de varios passuum de fachada, sin ventanas y con un portalón de estrecha mirilla en medio de un cuidado huerto de acelgas y lechugas. Después de tocar mi hermano dos veces la aldaba y decirle una frase ininteligible al esclavo que se asomó por el ventanuco, los goznes del portalón chirriaron quedamente y pasamos al vestíbulo. Una estatua de tamaño natural de Venus, diosa de estas ocupaciones, presidía la sala. El timorato y afeitado sirviente nos llevó hacia el soportal del atrio, el lugar más fresco de la casa en el que varios bancos estaban dispuestos para recibir a los clientes. Nos acomodamos en los mullidos asientos. El porche estaba decorado con maceteros de terracota con setos de murta decorados con relieves geométricos y sus paredes encarnadas exhibían explícitos frescos de amantes en plena faena. Me quedé abobado pasando la vista de fresco en fresco viendo las diferentes poses de las parejas allí representadas. Al momento una esclava muy sugerente nos ofreció una jarra de vino fresco muy rebajado que no pudimos rechazar. Un grupito de tres chiquillas se colocó en una esquina portando arpas, címbalos y flautas y comenzó a entonar melodías. Eran muy jovencitas para la profesión. Seguramente la dueña de la casa de lenocinio las habría comprado recientemente para ir preparándolas en las artes amatorias. Además, en toda variada clientela siempre encuentras algún vicioso con una buena bolsa de ases arsetanos dispuesto a vaciarla sin ningún reparo con tal de estrenar jovencitos. Mientras la linda muchacha, peinada con arte y perfumada en abundancia, escanciaba el contenido de su vasija apareció una gruesa matrona ya entrada en años, de rotundos pechos surcados por venas y compleja peluca cobriza, que nos dio su más efusivo recibimiento. Me parecía increíble cómo no tenía descolgados semejantes pechos tan redondos y amenazantes. Tiempo después descubrí el truco del strophium (el primer “cruzado mágico” de la Historia; consistía en unas tiras de cuero suave que realzaban el busto femenino. También se usaban las mamillare, una especie de faja que sostenía los senos) al gozar de los encantos de una de sus pupilas que iba tan bien armada como su señora.
- ¡Bienvenidos a la casa de Servia Vitruvia Arvina! Pero, por la casta y pura Vesta, ¡Que ven mis ojos! Cinco muchachotes estupendos – dijo la oronda alcahueta repasando con su mirada de batracio al grupo entero – Estoy seguro que alguno de vosotros sois nuevos en mi casa… ¿Qué podría ofreceros para deleitar vuestros sentidos?
- Muéstranos tu oferta, querida Arvina. Me han hablado muy bien del género de tu casa – le respondió el compinche de mi hermano –
- Así es, jovencito. Tengo verdaderas maravillas. Este no es uno de esos prostíbulos infectos del puerto de Saguntum, es una reservada casa de citas para clientes selectos… ¡Atelo! Castrado perezoso… Vamos, a qué esperas, pasa estos clientes a los triclinios – le regañó al esclavo que nos había atendido tras darle un coscorrón. Después dio dos sonoras palmas y se colocó bien la prieta y sólida túnica faja que soportaba el peso de su inmenso busto –
- Como deseéis, Dómina – respondió sumiso el enjuto individuo dirigiéndose con toda celeridad hacia una de las estancias del atrio –
Al instante aparecieron desde varios de los cubículos adyacentes una nutrida variedad de jovencitas y jovencitos. Ellas, unas muy jóvenes y otras ya maduritas, iban vestidas con finísimos peplos de lino setabense, estaban maquilladas con todo tipo de exóticos bálsamos y alguna que otra tenía teñido el cabello con pasta de sebo y ceniza. Aquellos insinuantes y sugerentes vestidos dejaban translucir las areolas coloreadas que coronaban sus tersos bustos y los ensortijados encantos de sus entrepiernas. Los tres efebos barbilampiños lucían sus cuerpos juveniles untados en aceites aromáticos y cubrían sus miembros con un escueto y simple taparrabos. Aquellas mujeres no parecían forzadas, pues en el complejo mundo de la prostitución las hay de todos tipos, de las que no pueden elegir y de las que elige bien a sus amantes de pago. En aquel caso supe después que muchas de aquellas espléndidas féminas le pagaban un jugoso porcentaje a la dueña de la casa por trabajar discretamente con personajes conocidos e influyentes en la comodidad de un lecho cálido y mullido.
El acicalado grupo de profesionales del amor se fue paseando entre los bancos, acariciándonos, sonriendo y provocando nuestra ya irrefrenable lujuria. Una de aquellas tremendas hembras, una esbelta morena de larga cabellera que emanaba un embriagador aroma a jazmín persa, se dirigió hacia mí, barrió mi rostro con su fragante melena a la vez que introducía su hábil mano bajo de mi túnica. Fue la que más me impactó. Y no menosprecio al resto de jovencitas y no tan jovencitas, a ver cuál más apetecible, pero la primera impresión me marcó la decisión. Tenía aún sus bronceadas carnes prietas, pues no sería mayor que yo, unos glúteos redondos y respingones más duros que las Columnas de Hércules y unos pechos puntiagudos y tiesos como odres llenos. La elegí a ella.
Mi hermano negoció en grupo con la mofletuda y pintarrajeada Arvina el coste de los servicios de su apetitosa mercancía, cerrándolo en cincuenta monedas de plata por una hora de amancebamiento. La muchachita morena que tanto me gustaba me cogió de la mano y me llevó a su cubículo, un pequeño y encarnado habitáculo en el peristilo en el que un taburete y un camastro eran sus únicos muebles. Sobre el dintel de la puerta había un expresivo grabado de una amazona cabalgando sobre un tipo recostado en un diván. En aquel momento no le presté atención pero con el tiempo descubrí que cada una de aquellas mujeres indicaba explícitamente en su puerta su especialidad. Y cada uno de aquellos servicios tenía su coste prefijado pues no es lo mismo una simple masturbación manual que una felación completa, y más teniendo en cuenta la escueta higiene, por llamarla de alguna manera, de ciertos clientes habituales de la casa.
La chica me condujo a su nido de placeres. Una lucerna de cuatro bocas sobre el taburete era la única iluminación de aquella pequeña estancia. Corrió las cortinas de arpillera rallada que cerraban la puerta y me llevó hacia el catre. Con un movimiento cadencioso y pausado se arremangó el vestido desde las pantorrillas sacándolo por encima de su cabeza, mostrando paulatinamente en toda su plenitud su excelsa desnudez. Tenía unos grandes ojos del color de la miel y un pelo moreno y ondulado que caía en tirabuzones sobre sus duros pechos. Bajé un momento la mirada y comprobé como mi erecto miembro ya se marcaba, y manchaba, en la túnica. Recuerdo que sudaba como un galeote, no por el calor húmedo y pesado de la pequeña habitación sino excitado por la inminencia del roce de nuestros cuerpos… y a la vez me sentía temeroso de no dar la talla ante aquella joven experta. A pesar de su corta edad la muchacha sabía muy bien lo que se hacía. Me susurró un par de bonitos piropos al oído, me quitó la empapada túnica con suavidad y me tumbó boca arriba en su camastro. Un relájate y un beso profundo en la frente me dejaron más tranquilo. Fue entonces cuando la lozana profesional del lenocinio se colocó sobre mí, introduciéndose mi hinchado apéndice en su rizado secreto y oscilando su moldeado cuerpo sobre mí. No soy capaz de evaluar cuanto tiempo pude contener mi semilla, pero pienso que sería más bien poco puesto que sólo de la excitación ya estaba más que preparado. Aprisioné sus nalgas entre mis manos intentando alcanzar con la boca uno de sus oscuros y enhiestos pezones. Al ver la contracción de placer de mi cara la muchacha apretó su ritmo desenfrenadamente, oprimiendo mi miembro con sus pétreas nalgas en una intensa fricción y desencadenando en mí el efecto deseado.
Cuando salí del cubículo, sudado, envanecido y más satisfecho que un general durante un Triunfo (el mayor honor que le concedía el Senado a un general después de una campaña victoriosa), coincidí con el resto de amigos que también habían cumplido holgadamente con su propósito. Me chocó ver a Labieno, siempre luciendo músculos en las salas de ejercicios de las termas, salir de una de las estancias junto a uno de los efebos imberbes. Que peligroso descubrimiento nos enseñó aquella cálida tarde mi pícaro hermano. No fue la única vez que acudimos a aplacar la presión de la entrepierna en la discreta y selecta casa de Arvina. Tiempo después me enteré gracias a una conversación cruzada en las letrinas de las termas de que aquella gorda matrona había ejercido el oficio más viejo del mundo hacía años en varios lupanares de Arse hasta que un tal Sexto Vitruvio Arvino, un tipo poco agraciado y menos aún sociable que llegó a ser pontífice de Júpiter en la ciudad durante muchos años, se encaprichó de sus grandes tetas y se la compró a su dueño. Al morir hace pocos años aquel pobre infeliz, Arvina, – manumisa y heredera de una discreta fortuna – conocedora de la gestión del pingüe negocio, cambió de residencia para evitar habladurías y se montó su propia mancebía de lujo en la nueva colonia.
Extraído de VALENTIA, Las Memorias de Cayo Antonio Naso
Imagen: lupanar
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Expresiones escritas de las que hacía años no veía. Enhorabuena!
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¿Este relato es del premio cachinnatio verticalis?
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Un día de putas… en la antigua Roma. http://bit.ly/hVg7pY vía @jsanz (me recuerda a aquellos artículos de @TitoTorbe…)
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Hola Javier,
Gracias por el muy instructivo post.Aprender historia a través de tu blog es siempre muy interesante :))
Un abrazo.
Lupanares en la antigua Roma http://bit.ly/hUdzfO
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Mas claro: agua.
¡Qué estaría pensando mi profesor de historia para no enseñarnos estos textos!
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interesante articulo levantado hoy en el blog de @jsanz http://bit.ly/hxxxca
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Un día de putas… en la antigua Roma. http://bit.ly/gvoFsx Interesante crónica de @jsanz. #trabajosexual o explotación? Está fácil, no?
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RT @jsanz: Un día de putas… en la antigua Roma. http://is.gd/AodyTC No todo es Spartacus.
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RT @jsanz: Un día de putas… en la antigua Roma. http://is.gd/AodyTC ¿por qué no enseñan estos textos en clase?
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Así la historia es mas amena, jajaja. Gracias por estos posts asi el dia se hace mas llevadero.
Solo hay que ver, sexo+romanos = serie de exito en TV.
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[…] Un día de putas… en la antigua Roma historiasdelahistoria.com/2011/04/12/un-dia-de-putas-en-l… por jsanz hace 4 segundos […]
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Un texto excelente, como siempre
Saludos!
[…] día, putas, roma » noticia original Esta entrada fue publicada en General. Guarda el enlace permanente. ← Encuentran las […]
A mí tampoco me enseñaron la historia así, no… 🙂
La historia tiene historias increibles, la verdad es que poder saber todas estas cosas con todo el tiempo que ha pasado es acojonante
Un día de putas… en la antigua Roma. http://bit.ly/hVg7pY
Una vieja historia y un oficio de toda la vida. No se pueden poner puertas al campo.
Un saludo.
Si putas y puteros siempre ha habido y habran.
pd:No dejeis que os estafen!! Ofertas ADSL Vodafone,salu2.
@LaSucia aquí tienes lectura para coger el sueño después de comer. Un día de putas en la antigua Roma. http://is.gd/AodyTC
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¿De aquella las profesionales del sexo pagaban impuestos o eran ilegales, como ahora?
¡… y yo que me esperaba una historia sobre Berlusconi!
La primavera ha irrumpido en este blog ¡y de qué manera! No resulta nada extraño pensar que Arvina, poseedora de una notable experiencia en los saberes carnales echara mano de sus conocimientos una vez que falleció su dueño. Al fin y al cabo la suya era una empresa con rentabilidad asegurada: conocía el funcionamiento del negocio, las exigencias de la clientela y escogía a la plantilla idónea a tal efecto.
Lo que no termino de entender es la extrañeza mostrada por el narrador cuando descubre que Labieno ha optado por la compañía masculina en lugar de la femenina cuando en Roma no existían a priori demasiados prejuicios en tales casos.
Un brazo tinerfeño.
CC
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Pues sí que el relato te transporta en el tiempo! Quizás por que pienso en dibujos me lo he inaginado al estilo Milo Manara.
Un saludín 😉
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RT @anaschwarz: via@jsanz: Un día de putas… en la antigua Roma. http://is.gd/AodyTC / Interesante y divertida narración
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En esa tarde especial encontré a mi amiga llorando en el baño del colegio.
Sus sollozos eran reales y su sufrimiento intenso ¿El motivo? …se enteró de buena fuente, que su amado novio (14 ó 15 años) había asistido a una casa de «mala nota» y había tenido sexo con una de esas «desvergonzadas mujeres»…
Ha sido tan difícil en camino recorrido por hombres y mujeres para comprender la sexualidad en su justa dimensión…y…¿Ya se comprendería?
Para que hombres y mujeres puedan simplemente disfrutar sus placeres y funciones sin prejuicios.
Finalmente, las imágenes, muy bonitas por cierto, me recordaron la visita que realicé a las “Ruinas de Pompeya” en donde pude observar de forma real el estilo de vida romano de mediados del Siglo 1 después de Cristo.
Por supuesto visité “El Congal” de esa ciudad, rescatado y desenterrado de los estragos a causa del Vesubio. Ciertamente es una prueba de que estos espacios creados para placeres masculino han sido tradicionales e infaltables en nuestras culturas patriarcales desde antes y después de nuestra era.
Gracias Javier por compartir este relato.
@anaschwarz
Vaya, me he quedado de piedra con lo del primer cruzado mágico ( strophium) …
Muy buena historia del oficio más antiguo del mundo. Y parece tan actual…
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Con grabados de Pompeya, si no me equivoco: RT @jsanz: Un día de putas… en la antigua Roma. http://t.co/vXwi2nr
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He estado dos veces en Santorini, la primera hace 25-30 años, es una isla increíble. Un volcán que se colapsó (la cima) i si la miras desde Maps es como una luna moruna con un punto en su centro. Te aseguro que te gustará i te emocionará. No te pierdas la sensación de pasar un día de playa (no me acuerdo de su nombre) en una gran bahía que tiene su arena de tierra volcánica negra (también hay una en las Islas Canarias).
Por los hoteles, no te preocupes si no es temporada alta (por temas de reservas), escoje cualquiera que tenga buena vista, que NO TE LO VAS A CREER.
Que la disfrutes…. volverás.
Tito
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Putas en la antigua Roma: http://bit.ly/gZGkMc sigue -> http://bit.ly/jVreGU
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tonterias ja ja ja ja xD…
[…] atención, por mí, concretamente, en mi persona puntualmente. Engáñame, cuéntame como Manólum llevaba de putas a su hijo Pacum en la antigua Roma. O dime que un lepero llegó a rey de Inglaterra, o yo que sé, […]
[…] mes de abril os relatábamos un día de putas en antigua Roma, hoy vamos a ver las clases de putas que podíamos […]
Me ha encantado!!! Un texto super interesante!!!
[…] mes de abril os relatábamos un día de putas en antigua Roma, hoy vamos a ver las clases de putas que podíamos […]
[…] Estos voluntarios se dirigían a una escuela de gladiadores y firmaban un contrato con el lanista, normalmente de cinco años, que podían renovar por períodos del mismo tiempo si ambas partes estaban de acuerdo, a cambio de una paga fija y comisiones por objetivos (victorias). Pronunciaban el juramento «uri, vinciri, verberari, ferroque necari» (ser quemado, atado, golpeado y muerto a hierro)- es decir, que lucharían hasta la muerte y aceptaban su destino fuese cual fuese- y, desde aquel momento, se convertían en gladiadores profesionales. Aunque gozaban de la admiración popular, pronunciar el juramento y convertirse en gladiador conllevaba la pérdida de los derechos políticos (la infamia). El derecho romano reconocía dos tipos de infamia: la infamia facti, por el ejercicio de una actividad infame (como la de gladiador), y la infamia iurs, por sentencia judicial como consecuencia de un fraude o de alguna acción dolosa. De esta forma, el auctoratus adquiría un estatus similar al de actores y prostitutas. La hipócrita sociedad romana marcaba estas profesiones con el estigma de la infamia para diferenciarlos de los «rectos y honestos» ciudadanos, pero luego bien que exigían las luchas de gladiadores, llenaban los teatros y frecuentaban los lupanares. […]