«¡Tierra a la vistaaaa!», voceaba Rodrigo de Triana desde la Niña.El marinero sevillano, encaramado al palo mayor de la carabela, estaba en sus cabales. Dos meses viendo sólo cielo y mar -el tiempo transcurrido desde que la expedición, comandada por el almirante Cristóbal Colón, saliera de Palos de la Frontera (Huelva)- habí­an hundido la moral de la tripulación. Pero Rodrigo de Triana no alucinaba. Esta vez no. A pocas brazas de la Niña, con el mar en calma, el tañido insistente de una pequeña campana amarrada a la cubierta de la Santa Marí­a, la nave capitana, sobresaltaba a la marinerí­a en la madrugada del 12 de octubre de 1492. Era el anuncio de un nuevo mundo. Y aquel repique frenético de metal, el primer sonido del Descubrimiento.

Cinco siglos después, a poco más de dos metros de profundidad en el Atlántico, un buceador italiano se topa, sin saberlo, con la protagonista sonora de aquella histórica madrugada. Es julio de 1994. Han pasado 501 años. Roberto Mazzara, ex oficial de la Marina curtido en rescates subacuáticos -«he bajado a todos los mares porque me apasionan las historias de naufragios»-, merodea bajo las aguas de Figueira da Foz, una localidad turí­stica del norte de Portugal. Busca los restos de la nao español San Salvador, hundido antes de tocar puerto. [El barco vení­a de San Juan de Puerto Rico cargado «con mucho oro y plata y el signo de la villa de la Navidad», reza en un legajo del siglo XVI.Este «signo» no es otro que la campana de la Santa Marí­a, usada luego para llamar al rezo y a las comidas en el fuerte Navidad, construido con los enseres de la nave insignia de Colón, encallada en las costas de Haití­ el dí­a de Navidad de 1492].

Un trozo de madera sobresale del fondo. El buzo intuye que está en lo cierto. [Calla cuando se le pregunta cómo supo del lugar exacto]. Escarba con sus manos la arena y, a un palmo del madero semienterrado, aparece una pequeña campana rota y corroí­da por el paso del tiempo y las sales del océano.

«No le di mayor importancia», admite el submarinista transalpino.«Era una campana humilde, de cobre, muy sencilla en todos los aspectos. Pensé que era un resto más de los miles que hay en los fondos marinos, sin aparente valor».

No imaginaba, pues, que aquel instrumento oxidado de apenas 14 kilos de peso y 25 centí­metros de diámetro iba, en parte, a cambiarle la vida. Que en sus manos estaba la campana con la que Colón anunció el descubrimiento de América. Y menos aún que ésta terminarí­a esfumándose en febrero de 2006, tras pasar un tiempo custodiada por el Ministerio de Educación y Cultura español. «Y eso» -asegura el buzo, ingeniero de Hidrodinámica- «después de ofrecerle la campana gratis al ministerio. Yo no soy un pirata, no vivo de los tesoros del mar. Buceo porque me gusta. La única condición era que fuese yo el que se la entregara al Rey de España, como es lógico». [Crónica ha podido comprobar la existencia del documento, fechado el 25 de mayo de 2000 y sellado por Educación y Cultura, en el que Mazzara ofrece gratis la campana de Colón al Gobierno].

Hay más. Dos meses después, el 25 de julio de 2000 -«harto de pelear desde tiempo atrás para que me hicieran caso»-, el buzo alerta una vez más de su hallazgo y lo hace dirigiéndose por escrito al comandante militar de Marina de la provincia de Algeciras, Arturo Cuña Miñán. El documento, con la clave de entrada 376/OC del registro general de la entidad, dice así­: «Adjunto la documentación que acredita mi descubrimiento del año 1994, en la costa portuguesa, del hundimiento del galeón español San Salvador, y documentación del sitio del hundimiento, que demuestra que un objeto encontrado en el citado lugar del naufragio es la campana de la Santa Marí­a de Cristóbal Colón».

Nadie le llama.

Mazzara habí­a caí­do en la importancia del hallazgo meses más tarde de su inmersión en aguas portuguesas. Los análisis quí­micos y metalográficos de la Universidad de Zaragoza, los archivos de Indias y el de Simancas y los documentos que aluden a la Casa de la Contratación del Rey (organismo estatal que controlaba y registraba, desde 1503 hasta bien entrado el siglo XVIII, todo el tráfico marí­timo entre España y las Indias) dieron fe de la procedencia de la campana. Todo parecí­a encajar. No habí­a duda de la autenticidad de esta joya histórica.

Lo que ocurrió después es una interminable trama de intrigas y desavenencias. La Brigada de Patrimonio Histórico, dependiente de Cultura, aborta la subasta de la pieza (2002) que se iba a celebrar en el hotel Ritz de Madrid. Algunos expertos la tasan en no menos de 100 millones de dólares. Portugal la reclama como suya. Aunque, según Mazzara, «tanto aquel paí­s, al que yo le comuniqué el hallazgo a su tiempo y nunca se preocuparon, como España habí­an perdido, lo dice la ley, los derechos sobre la pieza, pues ya habí­a pasado un año desde que yo se lo advertí­Â».El caso es que Portugal no paga el millón de euros que el Juzgado de Instrucción nº 2 de Madrid le pide como caución, y la jueza decide que la campana vuelva a la empresa catalana Activos y Subastas, encargada de celebrar la puja. Es su último paradero conocido.

En 2006, según Mazzara, la reliquia desaparece de España. «Es probable», dice, «que haya ido a parar a Miami, a la empresa Proyects and Investment Holding Inc., relacionada con uno de los socios de la subastadora catalana, Conrad Caussa Ayza. O que siga en poder de Conrad». Un dato más de esta rocambolesca historia: desde 2007 esta sociedad americana no existe.

En cualquier caso, resulta cuanto menos incomprensible que desde 1994 el Gobierno español no haya mostrado interés por este legado.Ni que haya abierto siquiera una investigación sobre su paradero desconocido. Quién sabe. Hubiera dado la campanada.

Por su importancia e interés reproducimos el artí­culo publicado en Crónica de elmundo.esÂ