La Real Academia Española (RAE) se funda en Madrid el año 1713, bajo el reinado de Felipe V y por iniciativa de Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga, inspirada en el modelo de la Academia Francesa y con el propósito, reflejado en sus primeros estatutos, de trabajar al servicio del idioma español. Desde entonces, la institución se ha dedicado a preservar —mediante sus actividades, obras y publicaciones— el buen uso y la unidad de una lengua en permanente evolución y expansión. Prueba de ello, son las diferentes versiones del Diccionario de lengua española -antes Diccionario de la lengua castellana– que se han ido publicando a lo largo de estos más de tres siglos de existencia. Lógicamente, no todas las nuevas acepciones o definiciones han sido admitidas de buen grado. Y no me refiero al mosqueo que me pillé cuando la RAE aceptó almóndiga -más que nada porque pasé años corrigiendo a mi abuela y diciéndole que era albóndiga y no almóndiga, y ya no podía decirle que ella, como siempre, tenía razón-, sino al rebote que se pilló un fraile por la definición de «caos«, que incluso llegó a denunciar a la RAE ante el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición.

Hoy en día, la primera acepción del término «caos» en el DRAE es…

Estado amorfo e indefinido que se supone anterior a la ordenación del cosmos.

En el Diccionario de la lengua castellana en 1815…

Desorden que existía antes de la Creación.

El 17 de junio de 1815 fray Faustino Escuer, del monasterio de San Victorián (Huesca), presentó la denuncia porque antes de la Creación no existía nada y, por tanto, aquella definición era contraria a los dogmas cristianos y herética. La Inquisición, que ya daba sus últimos coletazos y desaparecerá en 1834, admitió la denuncia y abrió el correspondiente proceso contra la Real Academia Española, editora del diccionario. Además del problema de verse envuelto en líos con la Inquisición, había otro problema técnico: se estaba trabajando en una nueva edición del diccionario, que se publicaría en 1817, y la letra C ya la tenían más que terminada. Así que, Francisco Antonio González, secretario de la Academia, hizo sus correspondientes alegaciones semánticas y técnicas defendiendo la postura de la RAE. Hay que reconocer que los padres inquisidores tampoco se pusieron muy bravos, simplemente entendían que «la palabra caos tiene una explicación confusa, pudiendo entenderse en sentido no conforme a nuestra religión«. Así que, metiéndose a académicos, propusieron su propia definición:

La ruda e imperfecta materia que creó Dios de la nada en el principio del tiempo, de la cual hizo y formó las cosas corporales.

Aún siendo la «penitencia» no muy gravosa, para los académicos era una intromisión en su campo de actuación y decidieron darle un toque personal a la propuesta clerical.  En 1817 se publicó la 5ª edición del Diccionario de la lengua castellana con la siguiente definición de «caos«:

El estado de confusión en el que se hallaban las cosas al momento de su creación antes de que Dios las colocase en el orden que después tuvieron.

Con Dios se acabó el caos… y la denuncia.