Imagina un pequeño cilindro negro, construido con materiales de alta calidad, con aspecto de molinillo de pimienta de alta tecnología, de unos 10 centímetros de alto por 5 de diámetro. Ahora, sueña que, moviendo varios diales y girando una rueda con manivela, puedes realizar diversos cálculos con suma precisión y cuyo resultado se presentará ante nosotros a través de un cuadro numérico analógico. Aquella maravilla cabía en la palma de la mano. Con ella se podía sumar, restar, multiplicar, dividir y, con un poco más de práctica, realizar operaciones matemáticas más complejas. Se trataba de la Curta, una calculadora mecánica portátil realmente asombrosa.
Bien, era sorprendente por su precisión y por su mecanismo pero, claro está, hoy día puede que no llame demasiado la atención. A fin de cuentas, tenemos calculadoras electrónicas por todas partes, incluso en los teléfonos móviles. ¿Por qué molestarnos en mirar atrás a un cacharro como la Curta? Por la sencilla razón de que, detrás del pequeño artilugio, hay toda una historia asombrosa y una tecnología que, cuando las calculadores electrónicas todavía no existían, nos llevó muy lejos. Ingenieros, arquitectos, científicos y economistas utilizaron las calculadoras Curta desde su aparición en 1948 hasta que fueron olvidadas ya en los años 70, cuando la electrónica desterró su uso de la práctica habitual, convirtiendo a estas joyas de las calculadoras mecánicas en objeto de coleccionismo.
Existieron dos modelos básicos de calculadora mecánica Curta. El segundo de esos modelos fue introducido en el mercado a mediados de los años cincuenta y podía llegar a representar hasta 15 dígitos en la ventana de resultado (en el primer modelo eran 11 dígitos), algo que supera en precisión a muchas calculadoras electrónicas actuales. La mecánica de uso era algo complicada, pero una vez que se tomaba algo de confianza con la máquina, su uso prácticamente se convertía en algo adictivo. Se introducían los dígitos, uno a uno a través de diales deslizantes, más tarde se ejecutaba un juego de giros con la manivela para ir añadiendo cifras o para seleccionar modos de operación y resultado. Un sencillo gatillo con forma de aro permitía borrar la memoria y empezar de nuevo con otra operación. Con práctica, una persona podía realizar cálculos complejos a una gran velocidad, todo ello con interface mecánico, sin nada de electrónica. En ciertos usos esta calculadora llegó incluso a ser utilizada todavía en los años ochenta, como sucedió en el campo de los cálculos llevados a cabo en competiciones automovilísticas. Las calculadoras Curta fueron fabricadas durante alrededor de tres décadas por la empresa Contina AG Mauren, de Liechtenstein, llegando a ser consideradas como las calculadoras mecánicas de mano más perfectas jamás construidas.
Ahora bien, hay algo en la Curta que las convierte en objetos muy especiales. Detrás de su intrincada mecánica, al otro lado de la ingeniería que las anima, aparece la historia de un hombre solitario que logró sobrevivir a uno de los lugares más terribles que se hayan visto en la historia de la humanidad. Y, precisamente, pudo superar aquello gracias a su calculadora. Es la historia de Curt Herzstark, padre de la calculadora Curta.
La calculadora de Herzstark reinó sin rivales durante muchos años, pero mientras ingenieros, técnicos, contables y científicos las utilizaban, no eran conscientes de que tenían en sus manos un artilugio surgido de la más terrible de las desesperaciones. Perece increíble que una máquina que destacaba por su asombrosa precisión hubiera surgido, precisamente, en la mente de un hombre atormentado que había sido recluido en un campo de concentración nazi: Buchenwald. Antes de Herzstark existieron diversos modelos de máquinas de cálculo, algunas muy precisas, ya fueran mecánicas o electromecánicas, pero no se había fabricado una verdadera calculadora de precisión portátil que se pudiera llevar en la mano. Curt Herzstark nació en la Viena de 1902 y falleció en Liechtenstein en 1988. Durante toda su vida se vio rodeado de máquinas y mecanismos de relojería. Su padre era el propietario de una empresa de distribución de maquinaria para oficinas que, con el tiempo, pasó a contar con su propio taller de fabricación de calculadoras. Era aquel un negocio con gran competencia, sobre todo en la Europa posterior a la Primera Guerra Mundial, cuando muchos fabricantes de material bélico intentaron sobrevivir reconvirtiéndose en constructores de maquinaria para industrias y oficinas. Pero había algo que todos los usuarios de calculadoras buscaban y que ninguna empresa, por muchas que proliferaran por aquel entonces, era capaz de ofrecer. ¡Se necesitaba una calculadora portátil! Realmente, llevar un cacharro de muchos kilos en una mochila no puede considerarse como algo muy práctico (había algún modelo “portátil” pero eran muy aparatosos y poco prácticos). Así pues, Curt Herzstark dedicó grandes esfuerzos para lograr su objetivo: construir una máquina calculadora sencilla, elegante y precisa que pudiera caber en una mano. A finales de los años treinta del siglo pasado ya había diseñado los aspectos básicos de lo que iba a ser toda una revolución, solo que otra terrible guerra se interpuso en su vida.
La anexión de Austria por parte de la Alemania de Hitler cambió todos los planes de Herzstark quien, para su desgracia, pertenecía a una familia de origen judío. Desde entonces toda la producción de su empresa debía ser destinada a maquinaria de precisión para vehículos de guerra, lo de las calculadoras portátiles y demás “bobadas” debía olvidarse por orden de Hitler. Siendo malo, tampoco era terrible, al menos se les permitió continuar trabajando, pero un incidente con varios trabajadores en 1943, acusados de espionaje a favor de los Aliados, hizo que fuera detenido y encarcelado sin juicio. Tras el paso por una lúgubre celda, Herzstark fue enviado al campo de concentración de Buchenwald, donde su destino estaba sellado. Pero todo cambió de repente cuando un oficial de las SS le ofreció continuar viviendo a cambio de trabajar en la creación de piezas de precisión destinadas a aviones de guerra y misiles como los célebres V2. Herzstark fue puesto al mando de las operaciones para la fabricación de maquinaria en Buchenwald, eso le facilitó la tarea de “contratar” a otros prisioneros, salvándoles así la vida. Todo era terror y miedo, cualquier día podía ser el último. Sin embargo, el destino sonrió a Herzstark. Los nazis se enteraron de los esfuerzos e investigaciones anteriores a la guerra para conseguir una calculadora portátil y le ofrecieron un trato: poder vivir a cambio de construir una de esas máquinas como “regalo de la victoria” para Hitler.
Herzstark continuó trabajando como preso forzado, pero se le permitió dedicar tiempo en la tarea de diseñar la máquina de calcular portátil. Iba dando forma poco a poco a los planos, con detalle, mientras la guerra continuaba su curso y sus compañeros de cautiverio iban cayendo. Creyó que nunca iba a salir vivo de aquel infierno, pero llegada la primavera de 1945 el campo fue liberado por los Aliados. Libre, por fin, viajó hasta Viena con unos prototipos primitivos donde comprobó que su fábrica ya no existía. Patentó la máquina con la esperanza de llamar la atención de algún fabricante, pero nadie le hizo caso hasta que la noticia acerca de un genial ingeniero y una calculadora de mano fascinó al príncipe de Liechtenstein. Y allá en las montañas, perdidos en aquel rincón alpino, encontró todo el apoyo que necesitaba. Nació de esa forma la empresa Contina, que comercializó en 1948 el primer modelo de Curta. El éxito fue inmediato y, aunque hubo ciertos conflictos con los inversores, el superviviente de Buchenwald mantuvo su posición y vivió rodeado de éxitos hasta el fin de sus días. Autopistas, industrias, líneas eléctricas y hasta satélites y naves espaciales fueron construidos gracias al auxilio de las máquinas de calcular portátiles Curta. Puede decirse, sin exagerar, que una parte importante de la tecnología de mediados del siglo XX vio la luz gracias al sueño convertido en realidad en uno de los más oscuros infiernos creados por los nazis. La destreza matemática y mecánica de Herzstark fue lo que le salvó de la muerte.
Artículo escrito por Alejandro Polanco Masa para la revista iHstoria de Mediazines.
Información Bitacoras.com
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Es que los campos de concentración siempre han servido de inspiración, tal vez por ese afán de idear estrategias para evadirse física o mentalmente. Si no que se lo digan al señor Pilates.
Un saludo.
134 pavos de la época, puff menudo pastón.
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Pff…El Holocau$to otra vez. Me asombra la manera en que la gente que la pasaba tan mal, tenía los medios para hacer de todo. Que farsa más grande.
Muy buena la historia a la ves impresionante todo eb la vida tiene un propósito y cada quien una tarea para la humanidad . No hay q desperdiciar el talento q Díos nos da..
Los ovnis del tercer reich se construian en Dachau, los de Schauberger al menos, la campana del tiempo de Kammler, en otro, en diciembre pasado se descubrio la ciudad subterranea en Austria para 100000 personas donde se fabricaba la bomba atomica al lado de otro campo de trabajo, que barbaro, al final resultara que los campos de trabajo eran campos industriales del mas alto secreto. La primera calculadora, en realidad computadora de este tipo la invento en el siglo XIX un periodista español en Nueva York.
[…] >> extraído de: http://historiasdelahistoria.com/2015/10/15/curta-la-calculadora-que-nacio-en-un-campo-de-concentrac… […]
NO FALTA EL IDIOTA QUE DIGA QUE EL HOLOCAUSTO NO EXISTIO. ¿ QUE PASARIA SI HUBIESE EXISTIDO EL HOLOCAUSTO DE LOS IDIOTAS QUE NIEGAN EL HOLOCAUST? ¿ TAMBIEN EXISTIRIAN LOS IDIOTAS QUE NEGASEN SEMEJANTE HOLOCAUSTO?
[…] llamada pascalina, que serviría como base para la posterior creación de modelos como la calculadora mecánica Curta de Curt Herzstark, creada a mediados del siglo XX. Después de su primera creación, Pascal […]
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