Decimocuarta entrega de “Archienemigos de Roma“. Colaboración de Gabriel Castelló.

Hoy hablaremos del caudillo bárbaro que al que los doctores de la Historia le han concedido el honroso honor de liquidar el decrépito Imperio de Occidente y, con ello, dar entrada a la Edad Media. Quizá, si no hubiese sido él quien depusiese al irrelevante Rómulo Augústulo nadie sabría de su existencia, pero no fue así; Odoacro fue el hombre que remató un mundo que agonizaba desde hacía más de un siglo…

Odoacro era medio hérulo, medio esciro, dos etnias de origen escandinavo y germánico respectivamente que habían acabado disueltas e integradas en el Imperio tras haber sido pasto de las guerras entre hunos y romanos. Mientras que de los esciros se conoce bien poco, sí que se sabe que los hérulos fueron una tribu guerrera que se esparció por todo el limes europeo, conociéndose tanto sus correrías como piratas en el Mar Cantábrico como su presencia beligerante en el Danubio desde el siglo III. Fueron muy mal tratados por los historiadores cristianos de la época, como Procopio de Cesárea, quien los acusaba de practicar pederastia ritual entre guerreros y zoofilia con sus bestias de carga.

 

Hérulos en combate

Volvamos al archienemigo de hoy; nacido sobre el 435 d.C., su nombre original, Audawarks, significa en germano “el que busca la riqueza”, nombre que le puso Edecán, su padre y consejero de Atila; su carrera militar es incierta, pues aparece en las crónicas antiguas a raíz de la revuelta de los germanos federados de Orestes, padre de Rómulo Augústulo, según los libros de Historia último emperador del Imperio de Occidente. Criado entre los campamentos hunos y el limes del Danubio, actuó como mercenario y auxiliar hasta que una de las endogámicas revueltas internas del Imperio le proporcionó la oportunidad de cincelar su nombre en la Historia…

Pongámonos en situación: Año del señor del 475. Julio Nepote, emperador de Occidente con la venia de Constantinopla desde que había destronado a Glicerio en el 474, es depuesto por Flavio Orestes, un aristócrata de origen germano procedente de Panonia. Éste, sabiendo que su descarada usurpación no sería bien vista por el poderoso e intacto Imperio de Oriente, no opta por tomar el trono sino que coloca a su hijo adolescente en él, Rómulo Augusto (que ha pasado a la Historia como Augústulo, un diminutivo despectivo; es curioso que la providencia hiciese que el último regente oficial del Imperio llevase el nombre del fundador de la ciudad y el de su primer emperador).

 

Odoacro amenaza a Augústulo (La Última Legión)

Para tal maniobra, Orestes recluta germanos federados que le sirven como mercenarios entre sus viejos conocidos hérulos y esciros, cosa que le funciona hasta que sus fondos se acaban, al igual que sus promesas de reparto de tierras en Italia para todos ellos. Es entonces cuando Odoacro entra en escena, acaudillando una revuelta que, tras exigir un tercio de las tierras disponibles de Italia sin ninguna respuesta por parte del Senado y la corte imperial, acaba con la vida de Orestes en Ticino y provoca la posterior deposición de su hijo en Rávena el 4 de Septiembre del 476. Esta es la fecha que figura en las Enciclopedias como el principio de la Edad Media.

Pero esta separación artificial entre la Edad Antigua y la Edad Media es un capricho de nuestros días. Para quienes vivieron y sufrieron aquellos turbulentos años no hubo ninguna diferencia entre ser gobernado por Nepote, Augústulo u Odoacro. El Imperio Romano tal y como nos lo imaginamos ya no existía; el trono de Rávena era un instrumento a merced de cualquier bárbaro ambicioso, los tentáculos de la Iglesia habían sustituido el control administrativo estatal y la teórica autoridad de los césares se limitaba a Italia, un olvidado rincón de Mauritania Tingitana y una franja de la Galia atlántica en manos del duro legado Afranio Siagrio. Eran cabecillas bárbaros quienes controlaban a las tropas imperiales, ya no organizadas como legiones, que actuaban como auténticos soberanos en las provincias de Hispania, Galia o África (como ya vimos en otras entregas con Alarico o Genserico) Lo curioso es que ninguno de aquellos jefes germanos quiso romper tan extraña pleitesía nominal a Roma… Todos querían tener un cargo ratificado por el Senado.

Una vez eliminados Orestes y su hijo, Odoacro no pretendió usurpar el trono como tantos y tantos antecesores, sino que escribió a León I Magno, emperador de Oriente, solicitando que se le concediese el título de Dux de Italia y acompañando dicha carta con el envío de las enseñas imperiales, símbolos que Constantinopla no rechazó.

Para León I, el soberano legítimo de Occidente era Nepote, exiliado en Dalmacia desde que Orestes entró en Rávena y se hizo con el control de Italia. Julio Nepote volvió a Rávena y Odoacro, no sabemos si por la presión del Imperio oriental o por voluntad propia, respetó su cargo, llegando a acuñar moneda con su nombre. Así de compleja era la política de entonces; el poder real estaba en manos de los germanos, quienes pretendían mantener el status quo de tiempos pretéritos aunque fuese sólo una fachada. No querían destruir Roma, querían participar en su gobierno.

Quizá la intercesión del depuesto y rencoroso Glicerio, ejerciendo como obispo de Salona (Dalmacia) desde que fue desterrado, hizo que se complicase la situación. Nepote fue asesinado por sus tropas, casi probablemente el 25 de abril del 480, acusado de estar conspirando contra Odoacro para hacerse de nuevo con el control de Italia. Aquel giro de los acontecimientos animó al Dux a invadir Dalmacia y convertirse en un molesto y poderoso vecino para el Imperio de Oriente.

Odoacro controló ambos territorios durante trece años, el tiempo que tardó la corte de Constantinopla en solventar su conflicto sucesorio y encargarle a un bárbaro más afín a sus planes de reconstrucción imperial una campaña contra aquellos hérulos y esciros que seguían señoreándose por Italia. El elegido por el nuevo emperador Zenón fue Teodorico, rey de los ostrogodos. La muerte de Nepote había complicado mucho las relaciones entre Rávena y Constantinopla, pues, a pesar de sus postreras sospechas, mientras éste vivió jamás se mostró independiente de él, acatándole como su superior directo tal y como Oriente había dispuesto. Su ausencia propició un vuelco en el frágil equilibrio local. Quizá por ello, muchos historiadores consideran que Julio Nepote, y no el insignificante Rómulo Augústulo, fue el último de los Césares.

 

Rómulo se postra ante Odoacro

 

Teodorico, con el apoyo incondicional de Constantinopla, entró en Italia el 489 y durante cuatro años guerreó contra Odoacro hasta que éste no tuvo más opción que rendirse. Su fin fue tan triste y violento como el de muchos de los grandes hombres de Roma de los que era heredero indirecto. Como agasajo para sellar la paz entre ambos régulos, Teodorico invitó a un banquete a Odoacro en el que éste fue apuñalado hasta la muerte con su propia espada. Tras aquel suceso, Italia se convirtió en un reino godo tal y como había sucedido con Hispania. El Imperio Romano de Occidente ya era Historia.

Un par de buenas novelas sobre estos tiempos son “La Última Legión” de Valerio Massimo Manfredi, llevada al cine hace bien poco, y “La Caída de Roma” de Michael Curtis Ford; ésta última relata la vida de Odoacro desde tiempos de Atila hasta su ocaso como Rex Italiae.