A veces resulta difícil distinguir la historia real de la ficción, sobre todo cuando dicha ficción no puede alcanzar el horror de la historia real. Y también cuando ha pasado el tiempo y dicha historia aposenta sus gastados huesos sobre el papel. Incluso el gran Tácito bebió de fuentes literarias impregnando lo que escribía de sus propias conclusiones y opiniones. Es por ello que al escribir de la Historia y ciertos pasajes de la misma debemos ser cautelosos e intentar ser lo más imparciales posibles para que sea el lector quien con los datos forme posteriormente su opinión. Al menos así lo he intentado yo. Y uno de los ejemplos es sobre una historia de venganza, una historia que de haberse llevado a cabo hubiera igualado en crueldad al daño que intentaban vengar. Y esa historia es la historia de los Nakam (Dam Yehudi Nakam, «La sangre judía será vengada»

Nakam

En los estertores de la Segunda Guerra Mundial entró en acción la primera brigada judía del ejército británico bajo bandera hebrea, la Jewish Brigade Group. En noviembre fue destinada al frente de batalla de Italia. La mayor parte de sus miembros tenían aún familiares tras las líneas alemanas. En mayo de 1945, tras el fin de la guerra, la brigada permanecía estacionada en la ciudad italiana de Tarvisio, cerca de la frontera con Austria. A muchos de los soldados de la brigada se les dio permiso para buscar a sus familiares y lo que se encontraron fueron lugares como Auschwitz-Birkenau, Mauthausen o Bergen-Belsen. Sin embargo, más allá de poder rescatar a sus familiares, lo que trajeron de vuelta fue un deseo intenso de venganza, necesitaban devolver el daño sufrido por su pueblo. Con ayuda de los servicios de inteligencia estadounidense y británico se diseñaron listas de miembros de las SS. En julio de 1945, un escuadrón de ejecutores cruzó la frontera con Austria. La unidad actuaba siempre en un radio de acción de cien kilómetros alrededor de Tarvisio. La unidad de ejecutores judíos actuaría sólo durante unos meses y jamás se supo el número de nazis muertos.

Pasados unos meses, judíos supervivientes de campos de concentración, exguerrilleros y miembros de la unidad judía del ejército británico asisten asombrados a la liberación de miles de prisioneros alemanes por los aliados (y en ocasiones reclutados por los propios americanos y rusos para sus propios fines, pero eso es otra historia). En Lublin, la primera ciudad polaca liberada, En el número 55 de la calle Fisinskigo se comparten ideales y deseos de venganza. La primera decisión es dividir sus operaciones en dos fases:

La primera, identificar a los judíos que aún quedan vivos en Europa y ayudarles a llegar hasta Palestina; la segunda, ejecutar la venganza.

La venganza judía debía tener la misma magnitud que el asesinato llevado a cabo por los alemanes: seis millones de alemanes muertos por los seis millones de judíos asesinados en los campos de concentración. El líder de la nueva unidad era Abba Kovner, un poeta y antiguo partisano en Vilna. En Bucarest, la capital de Rumania, se deciden dos actos de venganza: el plan A, que consistiría en el envenenamiento del agua de varias ciudades alemanas; y el plan B, que se centraría en los prisioneros de las SS retenidos por los aliados en campos de prisioneros, envenenando el pan que se les proporciona.

Abba Kovner

Abba Kovner

Kovner sabe que no disponen de los medios suficientes para hacerlo ellos solos y viaja a Palestina en busca de refuerzos. El grupo necesita una cantidad enorme de veneno para llevar a cabo su plan de envenenar el agua de Berlín, Múnich, Hamburgo, Núremberg y Weimar. El cuartel general del equipo se establece en París. Kovner revela sólo el plan A a tres altos oficiales del Haganah (embrión del ejército israelí), que le niegan el apoyo. Los líderes de Palestina tienen ahora una prioridad distinta, la creación de un Estado judío, y avisan a las autoridades británicas quienes detienen a Kovner.

A pesar de todo, se decide llevar a cabo el plan B. En un campo de prisioneros cerca de Núremberg se concentraban cerca de quince mil antiguos miembros de las SS. El pan, que se hacía cada día en una panadería alemana, era el único alimento no suministrado por el ejército estadounidense. Tres de los «vengadores» se hicieron pasar por panaderos y consiguieron trabajo en la panadería que suministraba al campo. En París, un químico judío de Milán se dedica a fabricar el veneno: dos kilos de arsénico sin refinar. El 13 de abril de 1946, Domingo de Pascua, los Nakam ponen en marcha su plan. Durante toda la noche se dedican a untar con brochas el arsénico en los bollos de pan. Al amanecer, el pan se entrega en el campo de prisioneros. El efecto del veneno comienza a extenderse por todo el campo. Los equipos de médicos estadounidenses hicieron todo lo posible para salvar la vida a los oficiales de las SS que habían comido el pan. Miles de ellos enfermaron; el número de muertos se desconoce. Los aliados jamás hicieron público el número de muertos.

¿Qué hubiera ocurrido si hubieran tenido éxito en su monstruoso plan? Es difícil juzgar las acciones de quienes padecieron semejante sufrimiento, pero de haber tenido éxito se hubieran convertido en aquello que les infligió tal dolor, en una especie de espejo retorcido devolviendo una imagen distorsionada pero reconocible de la maldad que había cabalgado libre por Europa. Un episodio que ha sido recogido con rigor por Raúl Vela en su trepidante novela “Albada del viento”: