Si hubiera que elegir una carta de presentación de la cultura faraónica, la Esfinge estaría entre los primeros puestos. Mide 73 metros de longitud y tiene casi 20 de altura. Está construida a partir de un saliente natural de la roca de una antigua cantera de piedra de la meseta de Gizeh al que solamente hubo que añadir bloques de piedra, algunos de hasta 50 toneladas, para completar la forma leonina que hoy podemos ver. El estudio de su geología en la década de 1990 destapó una airada controversia al descubrir que la cantera tenía al menos entre 5.000 y 7.000 años de antigüedad, lo que significaba que el león era una suerte de tótem prefaraónico reutilizado posteriormente en la época de las pirámides. Pero hoy no abarcaremos este interesante tema. Nos quedaremos solamente con la parte faraónica que todos conocemos o, al menos, eso creemos.

Un mito ancestral

El término “esfinge” es una palabra griega que seguramente venga de la expresión egipcia «seshep anj«, «imagen viviente», uno de los atributos del dios Atum, Creador y Señor del Universo. Los primeros testimonios que conservamos de ella se encuentran en la IV dinastía, hace unos 4.500 años. El que la Esfinge de Gizeh se encuentre junto al templo funerario del faraón Kefrén (ca. 2500 a.C.) y al pie de la calzada que lleva a su pirámide, ha hecho pensar tradicionalmente que fue este faraón, hijo de Keops, quien la esculpió. Sin embargo, hay muchas dudas al respecto. Algunas de las preguntas que se hacen los expertos son ¿qué hace ahí en medio de la nada? ¿Por qué desvió Kefrén la calzada de su pirámide para llegar hasta la Esfinge? ¿Significa esto que ya estaba allí cuando Kefrén subió al trono?

Misterio sin rostro

Realmente no hay un solo texto que identifique la Esfinge con Kefrén. Se trata de un “hecho” que siempre se ha copiado de libro en libro y ha corrido de boca en boca, careciendo totalmente de fundamento. La presencia en la Estela del Sueño de Tutmosis IV (ca. 1400 a.C.) del nombre fragmentado de Kefrén, «Jafra», fue una de las primeras “evidencias” concluyentes. Sin embargo, esto es absolutamente falso, una leyenda urbana que ha corrido como la pólvora desde hace más de cien años y que no tiene ninguna justificación. La estela fue descubierta en 1817 por el italiano Giovanni Battista Caviglia. La primera transcripción del texto se la debemos a Thomas Young, el científico inglés competidor de Jean François Champollion por descifrar los jeroglíficos. En la línea 13 de la estela aparecen en efecto algunos de los ideogramas que formaban el cartucho de Kefrén, sin embargo, estos no aparecen rodeados, como sería lo lógico, por un cartucho, el óvalo que siempre cubre los nombres de los reyes. Podría ser un error de Young, pero lo dudo. Él fue el primero en señalar que los cartuchos hacían referencia a los nombres de los reyes. De haberlo visto, el inglés lo habría señalado. La ausencia del cartucho ya fue advertida por James Henry Breasted cuando tradujo de nuevo la estela hace casi un siglo. En cualquier caso, el nombre de Kefrén envuelto en lagunas de texto en la Estela del Sueño no evidencia su autoría. Podría ser una referencia a la ubicación del monumento junto al templo de la pirámide de este faraón. Lamentablemente, la línea 13 de la estela hoy ha desaparecido, por lo que en la actualidad no existe ni una sola prueba documental que vincule la Esfinge con el faraón Kefrén.

Evidencias estilísticas

La llamada Estela del Inventario o de la Hija de Keops, un documento de Época Saíta (dinastía XXVI, 600 a. C.) hace referencia a la Gran Pirámide y a la Esfinge. Aunque lo hace de manera indirecta, da a entender que la Esfinge está relacionada realmente con el faraón Keops, el Khufu de los textos egipcios, padre de Kefrén. No sería una locura decir que la Esfinge es un retrato de Keops, esto es, medio siglo anterior a lo que habíamos pensado relacionándola con Kefrén. Así lo creen muchos egiptólogos entre ellos el ya desaparecido Kurt Lange o en la actualidad, Rainer Stadelmann, director durante muchos años del Instituto Arqueológico Alemán de El Cairo y una de las máximas autoridades en el mundo del Imperio Antiguo y las pirámides. Realmente, si comparamos el rostro de la Esfinge con el de la estatua de diorita de Kefrén que hay en el Museo de El Cairo o con otras figuras de su reinado, las contradicciones estilísticas son muy grandes. Por ejemplo, Kefrén tiene la cara alargada y delgada, mientras que la de la Esfinge es ancha y casi cuadrada. Los uraeus, la cobra de la cabeza, son diferentes. Las cejas en Kefrén están arqueadas, descienden por las sienes y enmarcan unos ojos poco abiertos, mientras que en la Esfinge los ojos están muy abiertos y las cejas son más pequeñas. Pero los detalles más esclarecedores son la falta de barba en la Esfinge (la existente es un añadido posterior) y, sobre todo, que el tocado nemes de la cabeza en la Esfinge es rayado y plisado y en la estatua de Kefrén solo lo está la parte que cuelga sobre el pecho. En definitiva son elementos suficientemente claros como para separar la estética de la época de Kefrén y acercarla más a la de su padre Keops, en donde aunque realmente hay muy poca estatuaria real, sí podemos encontrar algunos de los elementos de la Esfinge. Otros investigadores como el francés Bassil Dobrev han señalado al faraón Djedefra, antecesor de Kefrén en el trono de Egipto y hermano de éste, como el hombre representado en la Esfinge.

En cualquier caso, lo que vienen a decir todos es que el Padre del Terror guarda todavía muchos de sus secretos. Algunos son clásicos, como su geología, funcionalidad y época de construcción. Otros los creamos nosotros mismos al tiempo que avanzamos en su conocimiento.

Colaboración Nacho Ares